Por José Carlos Elinson (*)
Son hechos demasiado serios, que afectan al erario público de una provincia, que debilitan notablemente su patrimonio y dividen a la sociedad en patrones plagados de derechos y esclavos de derechos ausentes. Son hechos demasiado serios para calificarlos livianamente de “impugnaciones temerarias”. En otros casos de menor cuantía la apreciación resultaría cuanto menos, grave, pero ante semejante latrocinio las palabras suelen no alcanzar para dimensionar el problema.
En términos del conflicto, esgrimir el argumento de impugnaciones temerarias suena más a “no me molesten” que a “me hago cargo”.
La pregunta es si se puede pasar por la función pública como quien pasa por el jardín botánico, con la salvedad que en el botánico no podrán hacer y deshacer a su capricho ni apropiarse antojadizamente de lo ajeno sin más límites que su propia saciedad,
Sergio Urribarri miente y él sabe que la mayoría de la sociedad sabe que miente, pero mientras la justicia juegue a ser Penélope en cuanto al avance y retroceso de las causas y el embajador en ciernes prepare unas cuantas kipa y ensaye el hava nagila, para no desentonar, el escondite a la vista del ex gobernador podría erigirse en un sitio de atracción turística para los argentinos que visiten el país de medio oriente.
Pongamos las cosas en claro: el autor de la depredación fue, digamos , el chancho, pero al chancho lo alimenta el dueño del chiquero, y lo sigue alimentando con una vida principesca lejana de miradas y murmuraciones que interfieran en la vida mundana y disipada del millonario embajador de la República Argentina por ante el gobierno del Estado de Israel.
En la escala de papelones argentinos, sin dudas el que nos ocupa no pasará desapercibido, parece que tuviésemos una inclinación natural a la vergüenza, de la que al mimo tiempo no nos hacemos cargo y calificamos los actos vergonzantes de nuestra trayectoria como “impugnaciones temerarias”.
“Quien no avanza retrocede”, decía el general. El lector hará debida lectura de la sentencia.
(*) Especial para ANALISIS.
En la Feria del Libro, la escritora y periodista Stella Calloni estuvo acompañada por Adolfo Pérez Esquivel, Luisa Valenzuela y Marta Vassallo. “La memoria no es para quedarnos en el pasado sino para iluminar el presente. Stella trajo la memoria de un momento de la lucha de liberación del pueblo”, señaló el Premio Nobel de la Paz y militante por los derechos humanos.