Rogelio Alaniz
La relación que el presidente Alberto Fernández mantiene entre promesas y cumplimiento es por lo menos escabrosa. Todos tenemos presente su compromiso de asegurar el retorno al asado familiar despojado por Macri y sus secuaces. Pues bien, las informaciones obtenidas nos dicen que la polenta está a punto de transformarse en el plato nacional de los argentinos. A los jubilados les prometió un aumento del veinte por ciento en el acto. Invito a mi colega jubilado que revise su recibo de sueldos y coteje. Prohibido derramar lágrimas. Prometió que la pobreza se resolvía rápido y fácil. Todo era cuestión de encender la economía, apretar un botón que los malvados neoliberales habían bajado y adiós pobreza.
Los resultados son deplorables: cuarenta y dos por ciento de pobreza, once por ciento de indigentes y tres millones de pobres nuevos en el último año. Los cálculos más faraónicos imaginan 102 canchas de River para cobijar a los que han quedado instalados en el último eslabón social. El compañero Alberto sedujo a las almas simples y puras con la promesa de terminar con la grieta. Coherente con esa línea, en estos días le habilitó una entrevista al inefable Coco Zily, tal vez como premio de su balandronada de macho latino de cagar a trompadas al diputado Fernando Iglesias donde se lo cruce.
En la misma línea contemporanizadora y evangélica el diputado Rodolfo Tailhade lo más suave que le dijo a algunos periodistas que por lo visto no le caen simpáticos, es “sicarios”. Y el nieto de Cafiero no tuvo empacho en su momento de justificar a una patota de matones sindicales dedicados a la dulce faena de apalear a jubilados. El compañero presidente habló de integrarnos con nuestros hermanos de América latina. Hasta ahora la única integración efectiva parece rondar por las cercanías de Venezuela y Cuba, porque con Uruguay, Chile, Brasil y Paraguay lo que predominan son las amenazas, las chicanas y las groserías.
Desde su hipotética condición de profesor de Derecho el presidente en su discurso inaugural se lució en cortes y quebradas ponderando los beneficios de una justicia independiente. Consideró innecesario abundar en evaluaciones acerca de las relaciones entre promesas y realidad. Es más, diría que con cierto toque de perversidad la única promesa que este gobierno pudo cumplir “puertas adentro” es la de liberar a todos los corruptos procesados y condenados durante los años de saqueo nacional perpetrado por la encantadora pareja del Calafate.
Hacia el futuro todas las emociones nos están permitidas, menos el optimismo. Todas las esperanzas nos están permitidas, menos la de esperar una buena nueva de este gobierno. Todas las ilusiones nos están permitidas, menos las de creer en un Alberto “bueno” y una Cristina “mala”. Al señor presidente le deseo que se recupere y le recomendaría que aproveche esta pausa para decidir en la intimidad de su corazón si será el presidente de los argentinos o el presidente de Cristina.