Javier Milei: un viejo conocido

Por Emiliano Jatib (*)

 

Hace poco más de un año, Argentina vivió la irrupción de un personaje que, para muchos, se erigió como una suerte de salvador mesiánico, alguien que prometía poner fin al orden establecido, sacudiendo las estructuras previas con la fuerza de un tornado político. En aquel entonces, todo parecía indicar que algo inédito, una suerte de fenómeno desconocido pero al mismo tiempo familiar, estaba por surgir. Era un momento de incertidumbre, de expectativas desbordadas, pero también de decisiones tomadas por una mayoría dispuesta a seguir a un hombre que se presentaba como el abanderado de un cambio radical. Así, por primera vez en la historia política, un político autoproclamado anarcocapitalista se alzaba con el triunfo electoral.

Al observar este fenómeno, no me es posible posicionarme como un espectador ajeno a esa mayoría, pues, con el paso del tiempo, resulta innegable que las promesas y la retórica de Javier Milei evocaron en muchos una mezcla de esperanza, fascinación y, sobre todo, un deseo de transformación. Es imposible que alguien, ante el discurso vibrante de un candidato que se erige como la respuesta a décadas de frustración, no haya sentido al menos una chispa de emoción o anhelo. La ideología anarcocapitalista, en su radicalidad y novedad, fue la que impulsó a Milei hacia la presidencia, un giro ideológico que parecía romper con todo lo conocido. Bajo este lema, miles de argentinos se agruparon, depositando en él las expectativas de un cambio profundo.

Sin embargo, y como es habitual cuando las ideologías se enfrentan a la dura realidad, la promesa de un cambio inmediato y definitivo se vio matizada por la compleja y, a menudo, desilusionante experiencia de gobernar. Lo que parecía ser la solución a los problemas nacionales se fue desdibujando en medio de contradicciones, ajustes y decisiones que no siempre se alineaban con las expectativas iniciales. Javier Milei, aclamado por una mayoría que lo vio como la cura para las heridas del país, se presenta, al final del día, como un médico que quizás comparte el mismo mal que pretendía curar. En este artículo, exploraremos cómo las promesas de un cambio radical se encuentran con una realidad que no siempre favorece a quienes las siguen ciegamente, y cómo esta dicotomía se va desplegando en un contexto político que, lejos de ser revolucionario, parece seguir patrones ya conocidos en la historia de la Argentina.

 

Tiempos de pasión colectiva

El 14 de diciembre de 2024, en el festival Atreju 2024, en Roma, el presidente argentino Javier Milei pronunció un discurso que ha generado amplias repercusiones. A continuación, seleccionamos algunos fragmentos clave de su intervención, que sirven como punto de partida para el análisis.

• “El que viene con agendas propias y no acata la línea del Partido es expulsado”.

• “En nuestro gobierno adherimos a una serie de principios innegociables”.

• “Nosotros defendemos una causa justa y noble, muchísimo más grande que cada uno de nosotros. Las personas somos meros instrumentos en esta causa, y tenemos que estar dispuestos a dar la vida por ella”.

• “No hay lugar para ambiciones personales, no hay lugar para mezquindades, no hay lugar para el yo, no hay lugar para el ego. Lo que está en juego es simplemente demasiado grande como para darle espacio a aspiraciones individuales”. (Fuente: www.argentina.gob.ar)

El propósito de este análisis radica en desentrañar las ideas subyacentes a las declaraciones del presidente, y comprender el verdadero significado de sus palabras. Los fragmentos citados revelan, en su núcleo, un claro llamamiento a la pasión colectiva. Estos discursos evocan un tono belicista, que remite al estilo del siglo XX, y una carga ideológica que podría alinearse con la de cualquier partido marxista. En este sentido, lejos de ser algo radicalmente nuevo, la retórica empleada se inscribe dentro de una tradición política en la que la demonización del adversario y el apego a una rígida ortodoxia ideológica han sido componentes recurrentes. Este modo de hacer política, con sus claros matices autoritarios, es ya un rasgo distintivo de los estilos políticos en Argentina.

Lo más llamativo, sin embargo, no es tanto el tono autoritario del discurso, sino la manera en que se enmarca en la esfera de las ideas. En un contexto contemporáneo donde se habla con frecuencia de la “batalla cultural”, la manipulación del terreno de las ideas resulta mucho más poderosa que la utilización de la fuerza bruta. Como bien apunta Foucault, “Un déspota imbécil puede obligar a sus esclavos con unas cadenas de hierro, pero un verdadero político ata mucho más fuertemente por la cadena de sus propias ideas… Sobre las flojas fibras del cerebro se asienta la base inquebrantable de los imperios más sólidos” (Foucault, 1975, p. 119). En este sentido, Milei entiende que, para preservar su poder, no necesita recurrir a la violencia física, sino a la fuerza persuasiva de su lenguaje. Allí donde su palabra se haga escuchar, se instalará la verdad.

El peligro inherente a esta estrategia discursiva radica en la construcción de un marco moral que divide la sociedad en dos polos: el bien y la verdad, representados por su propuesta, y el mal y la mentira, encarnados por sus opositores. De esta manera, lo que se presenta como un proyecto ideológico y político se convierte, en realidad, en una polarización moral, que arrastra a la sociedad a una confrontación sin términos medios.

Es fundamental subrayar que, a pesar de que Milei se presenta como defensor de una causa supuestamente noble, su accionar está marcado por la utilización de medios de dudosa legitimidad. “El poder público no tiene derecho a decidir donde reside la verdad (…)” (Todorov, 2014, p. 83). Esta manipulación del discurso, con fines polarizadores, alimenta un clima de enfrentamiento donde las ideas se ven sustituidas por la toma de partido, lo que da lugar a una peligrosa simplificación del panorama político. Tal como señala Todorov, “No podemos alcanzar un fin noble con medios innobles, ya que el fin se perderá en el camino” (Todorov, 2014, p. 113).

El discurso de Milei no se limita a establecer una polarización ideológica, sino que articula una lógica que obliga a los ciudadanos a posicionarse de manera definitiva. No hay lugar para la ambigüedad, ni para la reflexión matizada: la única opción es tomar partido. Como afirma Simone Weil, “Casi por todas partes, e incluso a veces por problemas puramente técnicos, la operación de tomar partido, de tomar posición a favor o en contra, ha sustituido a la obligación de pensar” (Weil, 2021, p. 44). En este escenario, la razón y la capacidad crítica de los ciudadanos se desvanecen, dado que la toma de partido se convierte en la única vía aceptable.

A pesar de ello, Milei sigue promoviendo una narrativa que exige una entrega total a una causa que, según él, trasciende al individuo. De este modo, el ser humano deja de ser un fin en sí mismo y se convierte en un medio para la realización de un objetivo superior. Este enfoque encuentra un eco en la ética kantiana, que establece como principio fundamental “actúa de tal manera que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como un fin, y nunca meramente como un medio”.

 

Pluralismo y tolerancia

El pluralismo en el discurso de Milei es como encontrar un perro en un gallinero: no encaja en absoluto, y por más que busques, simplemente no tiene lugar entre las voces que se escuchan. Ahora bien; ¿Qué se entiende por pluralismo y por qué es tan importante para la democracia?

El pluralismo no es simplemente la tolerancia pasiva de las diferencias; es la celebración activa de la diversidad. Mientras que la tolerancia implica permitir que existan diferentes opiniones o valores, el pluralismo va más allá: busca crear un espacio en el que esas diversas perspectivas se enfrenten, se escuchen y se complementen mutuamente. En una sociedad pluralista, la diversidad no es algo que se tolera, sino algo que se vive, se fomenta y se respeta como parte esencial de la convivencia. El pluralismo, tal como lo entendía Isaiah Berlin (1958), implica la libertad para que las personas sigan sus propios caminos sin interferencia, pero también reconoce que la convivencia se hace posible cuando esas diferencias son valoradas y respetadas, no simplemente aceptadas.

“Cuantos más puntos de vista haya en un pueblo, desde los que mirar un mundo que alberga y subyace a todos por igual, más importante y abierta será la nación” (Arendt, 2019, p. 120).

 

¿Es Milei algo nuevo en nuestra historia?

Argentina atraviesa una relación de rechazo y aversión hacia su pasado reciente que podría compararse con la repulsión de un enfermo por sus propios vómitos. En este sentido, la sociedad argentina se presenta como un enfermo terminal, desesperado por encontrar una cura, dispuesta a hacer lo que sea necesario para liberarse de su sufrimiento. Este contexto de desesperación ha sido el caldo de cultivo para la llegada de Javier Milei al poder: un pueblo angustiado, que siente que no tiene nada que perder.

Esta desesperación recuerda a la crisis de 2001, cuando el lema "que se vayan todos" reflejaba una sociedad rota, dispuesta a todo con tal de recuperar lo perdido, especialmente el poder adquisitivo. Paradójicamente, tras ese colapso, emergió en la escena política un actor completamente nuevo: el kirchnerismo. Este movimiento, aunque con un estilo diferente, empleó herramientas similares de polarización y de construcción de una dicotomía entre “verdad” y “mentira”, mecanismos que hoy día se repiten en la retórica oficialista. Las herramientas utilizadas para dividir y enemistar a la sociedad en aquel entonces y en la actualidad son esencialmente las mismas. Como bien señala Leandro Losada (2024), "en 2023, la Argentina parece haber iniciado un ciclo que se asemeja a un espejo invertido al que comenzó en 2003" (p. 45).

Si Milei representa lo nuevo, lo diferente, pero a su vez es un "espejo invertido" del kirchnerismo, entonces surge la pregunta: ¿fue realmente innovadora la política implementada por Néstor y Cristina Kirchner en la historia argentina? La respuesta parece ser negativa: no solo que su propuesta no fue innovadora en 2003, sino que dicha estrategia se ha consolidado como una de las principales barreras que ha enfrentado la democracia argentina en su corto y tumultuoso recorrido.

"Yrigoyenismo/antiyrigoyenismo, peronismo/antiperonismo; en el ciclo abierto desde 1983, al menos la mitad de ese período ha estado definido por la 'grieta' kirchnerismo/antikirchnerismo" (Losada, 2024, p. 14).

El período iniciado en 2023 no parece ser más que una intensificación de esta repetición histórica. Es la adopción de las mismas herramientas políticas, pero con un nuevo rostro. Leandro Losada advierte que la Argentina aún enfrenta una deuda importante con el pluralismo. Sin embargo, en este contexto, Milei no representa un cambio, sino una continuación de una dinámica política profundamente polarizada. Lo verdaderamente innovador sería, precisamente, la propuesta de algo opuesto: la unidad, la pluralidad, el consenso, el diálogo y la apertura. Conceptos que, lamentablemente, continúan siendo escasos en el escenario político nacional.

Sospecho que, desde hace varias décadas, lo que predomina en la política argentina no es tanto la victoria, sino el juego mismo. La política se ha transformado en una caza constante, en la que el objetivo no es tanto obtener la presa, sino ejercer el control en cada movimiento.

 

(*): estudiante de Ciencias Políticas y Filosofía.

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