Ricardo Paiva fue medalla de oro en la UBA, director del Hospital Centenario de Gualeguaychú en tres oportunidades, senador provincial y médico durante la guerra de Malvinas.
Fue director del Hospital Centenario de Gualeguaychú en tres oportunidades, senador provincial y médico durante la guerra de Malvinas. Medalla de oro en la UBA, una inteligencia destacable y una calidad humana como pocos, dicen quienes lo conocen bien. La extrema pobreza lo marcó para siempre y las drogas le hicieron tocar fondo. Tras un año y medio sin consumir, asegura: “Tengo que seguir poniéndome bien”.
Ningún gobierno argentino ha desarrollado una política de salud pública en relación con las adicciones que esté a la altura del problema. Lejos estamos de una política de Estado. Muy lejos. Y, sin embargo, se trata de uno de los flagelos más nocivos y destructivos, sino el más, para las personas, las familias y la sociedad toda.
Dicho esto, la que sigue es la historia de Ricardo Paiva, protagonista de una vida realmente extraordinaria, testimonio de fe y de esperanza.
El “Toli”, como se lo conoce en Gualeguaychú, nació en Corrientes, Paso de los Libres, 64 años atrás. Creció en la pobreza extrema, en la falta continua. Hizo del sacrificio una forma de vida. Estudió medicina en la Universidad de Buenos Aires (UBA) donde egresó con 10 en todas las materias, menos en Ginecología, que aprobó con 9. Lo que le valió la prestigiosa medalla de oro.
“Cuando me recibí no tenía ni ropa para ponerme y, a diferencia del resto, me encontré sólo en la puerta de la facultad”, confió a diario El Día, al referirse a las faltas que lo marcaron para siempre y que fueron determinantes en sus adicciones.
“Vengo de una familia muy humilde, de chico fui lustrabotas, vendedor de diarios y de tantas otras cosas. Siempre viví en villas. De Paso de los Libres me fui a Corrientes capital, a la casa de una tía, para hacer el ciclo básico. Después me becaron y me pude ir a Capital Federal, donde también me recibieron parientes. Iba de villa en villa, porque no tenía nada. Dormía 15 días en una casa y 15 en otra. Así durante muchos años. Fue el conocimiento lo que, realmente, me provocó la movilidad social. Fui abanderado en la primaria, en la secundaria y en la Universidad”, contó Paiva, desde el Hogar de Cristo de la Parroquia San José, en la Matanza, donde está internado desde fines de 2019.
Si bien en 1978 recibió el diploma de doctor y la medalla de honor en una de las casas de estudio más importantes del continente, el destino le tenía preparadas vivencias impensables a este joven correntino.
Cuando estaba terminando su residencia en el Instituto de Investigaciones Médicas Alfredo Lanari, en Buenos Aires, el gobierno militar lo afectó como médico civil en la operación del Atlántico Sur. Estuvo en Puerto Argentino y viajó tres veces a las islas para asistir a los heridos. “Volamos en el Hércules y, una de las veces, aparte de los argentinos también trajimos soldados ingleses. En teoría, éramos neutrales, así que no nos tiraban”, contó.
“Me hizo muy mal la guerra. Tuve muchos problemas a la vuelta, y creo que también fue uno de los detonantes de mis adicciones. Me despertaba llorando a la noche, fue horrible. Además, quedé con mucha bronca, con mucho resentimiento. Yo nací en Paso de Los Libres, y en la guerra estaban los tres regimientos del pueblo. Y si bien yo era un poco más grande, a muchos de los chicos que murieron los conocía del barrio”, lamentó.
Al año siguiente del conflicto bélico, el “Toli” fue uno de los fundadores de Militancia Peronista, espacio que gobernó Gualeguaychú durante 16 años, y que hoy es parte del proyecto encabezado por el intendente Martín Piaggio.
“El 30 de octubre de 1983 se fundó Militancia Peronista para el Triunfo Popular, como decíamos al principio. En Güemes y España hicimos el primer acto, el 17 de noviembre de ese año”, recordó quien, tiempo después, fue concejal en Larroque, senador provincial y presidente de bloque, además de presidente del Partido Justicialista de Gualeguaychú.
“En el 2000 dejé la política y me dediqué a la medicina. Con el tiempo apareció la cocaína en mi vida, creo que, por aspectos no resueltos en mi interior. Pero la droga estaba desde mucho antes”, aclaró, sin filtros. “Ya para estudiar tomaba desde Pervicina hasta todas las anfetaminas habidas y por haber. Me quedaba horas leyendo, siempre quería ser el mejor de todos. Tengo compañeros, que hicieron conmigo la residencia, que todavía siguen acudiendo a las sustancias para no dormir, escribir, estudiar. La cocaína fue en el último tiempo, pero la droga la consumí desde hace años. Hasta que toqué fondo”, admitió.
- ¿Cuándo sentiste que tocaste fondo?
- El 12 de diciembre de 2019, cuando ya estaba acá. Llegué al Hogar de Cristo una semana antes. Venía por 15 días, decía yo. Porque pensaba que controlaba a la droga, como lo había hecho durante tantos años. Trabajando bien, haciendo diagnósticos acertados, estando al lado de la gente que más lo necesitaba. Pero no, acá me di cuenta que estaba en el fondo. Me encontré con muchas personas adictas a la cocaína, al paco, a las pastillas psiquiátricas, en situación de calle, y el Hogar de Cristo las recibe a todas. Por eso decimos que no es sólo la rehabilitación, es una escuela de vida.
- ¿Fue tu primera internación?
- Antes había ido a Buenos Aires, a la clínica psiquiátrica Santa Rosa, donde me hicieron un montón de test y me dijeron que, por la edad y por otras circunstancias, no tenía criterio de internación. Me medicaron fuertemente y con esas pastillas me vine para acá. Esa medicación la fui tomando hasta que se me acabó.
- Decís que aspectos no resueltos desencadenaron tu adicción, ¿cuáles fueron?
-La pobreza estructural que nosotros sufrimos de chicos; el hambre y el frío que pasé cuando estudiante. El no tener techo nunca. El estar muy lejos de mi familia, porque no tenía plata para viajar a verlos. No existían las redes sociales ni los teléfonos como hoy. Toda esa falta de afecto creo que influyó muchísimo.
Padre e hijo, internados
Cuando el “Toli” llegó al Hogar de Cristo lo hizo junto a su hijo mayor, de 33 años, quien también es adicto, una doctora amiga y otro de sus hijos, que es abogado. A pesar de esta particularidad, al llegar, fueron recibidos como todos. “La vida como viene”, sostienen en el lugar.
“Enseguida supimos las reglas: sin celular, salvo los jueves para llamados y los domingos las visitas, pero éstas recién luego de los 10 días. Pensé para mis adentros: ¿tan mal estaré? ¿terapia intensiva extrema?; no podía manejar dinero, no podíamos salir sin permiso, todos eran no, no y no…”, describió Paiva, en uno de los escritos en que materializó esa experiencia.
“Adicto, eso soy. Esa villana palabra de seis letras signaba mi destino –continúa el proyecto de libro que alimenta de vez en cuando–, y me fui a dormir a una pieza con escasa luz y muchas cuchetas, en la cual pasamos la noche ocho personas. Los insectos galerudos –mosquitos– realizaron un festival de sonidos y picaduras sobre mi extasiado cuerpo. Al amanecer, lo primero que exhalé fue: ‘sí, adicto’”.
Lo primero fue la desintoxicación. Después la granja, y cada uno de los cinco umbrales que conforman el tratamiento. Siempre bajo el Método Minnesota de los 12 pasos. “Es una internación de puertas abiertas. Te levantás temprano, leés la palabra, vas a misa, hacés deporte dos veces por semana, teatro, cine, y todos los días grupos de reflexión para estudiar esta enfermedad crónica e invalidante que es la adicción”, relató en la larga charla con El Día.
“Hasta el momento de llegar acá, nos mentíamos mutuamente con mi hijo. Yo decía que venía para acompañarlo y él decía que venía para acompañarme a mí. Y la realidad es que los dos estábamos mal. Afortunadamente, acá tuvimos una simbiosis muy grande, hicimos los cinco umbrales juntos y, mirá lo que son las cosas, hoy es mi jefe, mi referente, al que le tengo que pedir permiso si quiero salir, por ejemplo”, destacó.
Actualmente, y hace siete meses, Paiva es el médico de las villas de Virrey del Pino, González Catán y Rafael Castillo, entre otros lejanos destinos matanceros, donde todos los días lleva a cabo rondas sanitarias. “Ahí, el único poder es la fuerza. La inseguridad abunda, hay mucha hambre, y no hay agua ni cloacas. Tampoco hay medicina, ni vacunas. Yo firmo la libreta de Anses, hago de médico, hago de pediatra, porque los pediatras no van a las villas”, contó.
“Hace tres años llegó el Padre Tano (Nicolás Angelotti) acá, a La Matanza, y la revolucionó. De diciembre a la fecha ya tenemos cinco Hogares de Cristo más, tres granjas, y es exponencial la forma en que estamos creciendo. Estamos haciendo un trabajo territorial impresionante, que no hace el Estado. De todo lo que hacemos, el 40% es aporte estatal, pero el resto es todo nuestro, comunidad pura”, remarcó el ex director del Hospital Centenario.
- ¿Cómo sigue tu vida?
-Lo primero es priorizar la salud. Tengo que seguir poniéndome bien y haciendo muchísimas cosas acá. También, seguir revinculándome con mi familia, con la madre de mis hijos, con quien tengo una relación muy buena. Y con mis otros hijos, con quienes pude recomponer la relación, gracias a Dios.
- ¿Volverías a Gualeguaychú?
-Por ahora no, por mi salud y porque tenemos muchos proyectos. Ahora estamos armando un hogar para la gran cantidad de personas que tenemos con sífilis, tuberculosis y VIH. Somos 10 médicos en eso. En algún momento, sería un gran desafío volver a Gualeguaychú y pasar mis años allá, pero tengo que estar bien parado para regresar a la zona de consumo, al lugar donde fui otra persona. Y todavía falta mucho para eso.