En el gobierno, sumidos en la intriga sobre el rol que ocupará, hay por ahora una coincidencia sobre el destino inmediato de la Presidenta: se alejará de la política doméstica y se dedicará a sus nietos, Néstor Iván, el hijo de Máximo, y la nena que nacerá en agosto, hija de Florencia, por lo menos en los primeros meses desde que abandone la Casa Rosada.
Como Kirchner, tampoco está dispuesta a dejar el poder; menos, a pensar en un retiro absoluto. Para eso se encargó de armar su propia red de incondicionales a través de quienes serán, sin dudas, sus delegados directos: Zannini, como vicepresidente si se impone la fórmula que integra con Daniel Scioli, y Máximo, sus ojos en el nuevo centro estratégico del kirchnerismo sin Cristina que ella se imaginó para el próximo Congreso.
Nunca se encargó de la función más caudillesca de recibir a diario a diputados, gobernadores, jefes comunales o simples punteros. No le gusta. No tiene paciencia para las grandes reuniones dirigenciales; menos, para asumir la jefatura del PJ. Prefiere, sí, pasar tiempo con unos pocos, que son siempre los mismos: su familia, el secretario de Legal y Técnica, y los líderes de La Cámpora, definidos como sus soldados. "Kirchner no era feliz si no veía a 50 personas por día. Ella es todo lo contrario", explica un hombre de su confianza. Para eso estarán sus delegados. Por lo menos, en los primeros tiempos, consignó La Nación.
"Voy a cuidarla siempre", suele repetir su custodio, Diego Carbone, como quien conoce a una mujer que lejos está de pensar en un adiós definitivo. La elección de Zannini como garante del modelo es el mensaje más claro de que apunta a su propia continuidad, en el rol de consultora permanente de los grandes temas. "Como Lula, no necesita tener ningún puesto institucional. Cuando hable, será noticia", imagina un ex colaborador de la Presidenta.
¿Tendrá Cristina su Puerta de Hierro, ese lugar emblemático desde donde escenificar las consultas de sus delegados? Si ensaya esa opción, quienes más la conocen ubican el GPS en El Calafate, que calificó como su lugar en el mundo.
Los funcionarios con más cercanía a Cristina ven poco probable un cargo internacional. La razón es sencilla: no estará bajo las órdenes de nadie. Kirchner pudo ir a la Unasur simplemente porque la Presidenta era Cristina. Nadie se la imagina llevando la voz oficial de un posible gobierno de Scioli. Menos, someterse a sus mandatos.
Tampoco quiere vivir fuera de la Argentina. Cristina quiere dedicarle la mayor atención posible a Florencia, con quien siente una suerte de deuda interna por haber dejado todo para acompañarla tras la muerte de Kirchner. A tal punto llega esa dependencia que la Presidenta recibió la invitación de su par y amigo Rafael Correa para participar de la ceremonia por la llegada del Papa a Ecuador. Hasta ahora, dijo que no. Justo ese día, el 6 de julio, cumple años su hija. Apegadas, suelen mirar películas juntas. La última, la obra de Rafael Bielsa sobre la vida del militante montonero Edgardo Tulio "Tucho" Valenzuela.
Su lugar de residencia dependerá del reacomodamiento familiar. Por las dudas, el departamento de Recoleta en el que Cristina vivió los años que fue diputada y senadora nacional está acondicionado para recibirla, pero a ella le gusta El Calafate. Florencia, después de ser madre, tiene previsto vivir en la Capital. Máximo, todo lo contrario, ama Río Gallegos. Nadie en la Casa Rosada se lo imagina mudándose completamente a Buenos Aires, a pesar de que deberá asumir como diputado nacional. En estos 12 años con sus padres en el poder, nunca tampoco quiso pasar demasiado tiempo en la residencia de Olivos.
Por lo menos en los primeros meses, la Presidenta se apartará del escenario nacional para descansar. Como lo ha hecho siempre, apelará al misterio sobre su día a día y jugará con la idea de su poder en las sombras. Para la batalla terrenal, estarán Máximo y Zannini.