La resurrección peronista

Por Hugo Remedi

La inoperancia radical despierta al gigante peronista. El presidente Raúl Ricardo Alfonsín transita su cuarto año de gestión de los seis correspondientes a los mandatos de entonces antes de la reforma constitucional de 1994, y comienza a tronar el rechazo de la sociedad argentina que así se lo hace sentir a través del grito de las urnas. En 1987 el justicialismo obtuvo el primer triunfo electoral desde el retorno de la democracia: Jorge Busti fue elegido gobernador, mientras que Augusto Alasino (PJ), José Carlos Ramos (PJ),César Jaroslavsky (UCR), Bernardo Salduna (UCR) fueron electos diputados nacionales en una elección que también ganó el justicialismo.

A esa altura de la gestión, Alfonsín, ya había profundizado muchos de los enfrentamientos que mantuvo en forma casi permanente con diversos sectores de la sociedad casi todos con amplia incidencia en el pensamiento colectivo de la Argentina.

El peronismo sin mucho por hacer, potenciando la oposición, usufructuando venturosas historias de otros tiempos, y con profunda vocación de poder avanzó sobre el territorio despejado que el deshilachado radicalismo iba dejando a su paso en la retirada.

Tan solo con eso, le alcanzó al peronismo para consumar la resurrección política y electoral de entonces, y también para acabar, por el otro lado, con la idea de que el radicalismo llegaba al poder para quedarse por mucho tiempo.

Por aquellos días la Argentina transitaba por caminos minados. El 16 de abril comienza la rebelión de Semana Santa liderada por el entonces coronel Aldo Rico, y 3 días después deponen su actitud generando la inmortalizada frase del presidente Alfonsín: la casa está en orden. Esta síntesis presidencial intentó mostrar una señal de victoria que en verdad jamás existió pese a que todo el espectro político y social de la Argentina de entonces naturalmente se encolumnó defensivamente detrás del respaldo al sistema democrático.

Antes, el 23 de diciembre de 1986, se sanciona la ley de Punto Final para el juzgamiento de los militares. Sin embargo, esta nueva señal de debilidad frente al todavía fuerte Partido militar no alcanzaría, poco tiempo después irían por más. Y ese tiempo fue precisamente Semana Santa.

La posibilidad de un nuevo estallido social se evitó es cierto, pero la asonada de Rico puso en la cresta de la hola de que los militares de entonces no estaban dispuestos subordinarse al poder político y mucho menos a resignar en manos de los políticos la suerte de un futuro que se aventuraba preocupante si la sociedad corría el velo de la historia y pretendía hacer justicia en serio.

Las horas contemporáneas a Semana Santa irían develando que la rendición efectivamente había comenzado con Alfonsín y terminaría posteriormente con la amnistía de Carlos Menem.

El 3 de junio se convierte en ley el divorcio vincular lo que también le costó un tremendo dolor de cabeza a Alfonsín en su relación con la iglesia y 26 días después roban las manos del ex Presidente Juan Perón en el cementerio de la Chacarita.

Finalmente, el 6 de septiembre se consuma la debacle radical en casi todo el país. El pueblo ofrenda su castigo en las urnas. El justicialista Antonio Cafiero gana la estratégica provincia de Buenos Aires, y lo que es peor aún, Alfonsín pierde la mayoría en Diputados en el Congreso Nacional.

A partir de allí el gobierno alfonsinista comenzaría a transitar sus dos últimos años de gestión con casi todo el mundo en contra. Saúl Ubaldini al frente ya de la CGT unificada sería el ariete de vanguardia con el que el peronismo en avanzada iría erosionando el último tramo del mandato radical. Así, de ese modo y con el Pacto de Olivos mediante, se comenzaría a tejer un futuro de diez años de Menem en el poder.

En Entre Ríos el gobernador Sergio Montiel emprende la retirada de su gestión de gobierno dejando -tal como sucedió en 2003- un radicalismo fracturado. Eran tiempos en que los rojos radicales se dividían en azules y marrones.

Montiel intenta convertir en su delfín y sucesor al entonces senador nacional Luis Brasesco pero no puede superar la interna frente al marrón Ricardo Lafferriere que pagó caro al enfrentarse al poderoso predicamento del caudillo radical.

Del otro lado emerge en el escenario mayor de la política entrerriana el que nunca dejaría el intendente concordiense, Jorge Busti quién había sido el encargado de conducir la oposición institucional de los presidentes comunales justicialistas frente al temible poder montielista. Sale airoso y lo mismo le sucede cuando desde la Unidad Renovadora Peronista, enfrenta a Carlos Vairetti en la interna justicialista y le gana.

Paradójicamente, luego en la elección general, el montielismo, al restarle el apoyo a Ricardo Lafferriere, jugó con aquella decisión naturalmente nunca blanqueada, a favor de quien hasta estos días sería su principal enemigo político. Lafferrierre convengamos tampoco hizo demasiado, mientras Busti ya había dado recorrido la provincia dos veces él daba brillantes discursos en Ginebra. Cuando se dio cuenta fue tarde, la prepotencia del trabajo lo dejó en el camino.

Tal vez, aquella poco creativa publicidad donde él iba a bordo de un auto recorriendo las calles de su Nogoyá natal la que poco visitaba, saludando a los pocos vecinos que pasaban por allí, fue la expresión cabal de que el radicalismo se encaminaba de su mano a una derrota electoral segura. Las urnas no dejaron dudas aquel domingo 6 de septiembre.

De ese modo el justicialismo comenzaba a recorrer 12 años de gobierno provincial tras el paso de Montiel sin que eso signifique un hilo conductor que tal vez en el futuro vuelva a repetirse.

Resultado en la elección a gobernador

-Partido Justicialista: 268.240 votos (48,48 por ciento).
-Unión Cívica Radical: 240.178 votos (43.41 por ciento).

Se presentaron ocho opciones y como tercera fuerza se ubicó la Alianza Popular de Centro que sacó sólo el 3,09 por ciento de los sufragios mientras que el voto en blanco fue prácticamente insignificante.

Concurrieron a votar 551.371 personas sobre un total de 647.478 inscriptos lo que implicó el 85,20 por ciento del padrón.

En el rubro a diputados nacionales, la polarización fue enorme, entre los dos partidos tradicionales cosecharon nada menos que el 90,17 por ciento de los sufragios.

Resultado en la elección a diputado nacional

-Partido Justicialista: 264.436 votos (47,96 por ciento).
-Unión Cívica Radical: 232.748 votos (42,21 por ciento).
-Alianza Popular de Centro: 19.198 votos (3,48 por ciento).

Los cuatro diputados elegidos entonces fueron: por la UCR, César Jaroslavsky (Victoria) y Bernardo Salduna (Concordia,'); y por el justicialismo, Augusto Alasino (Concordia) y José Carlos Ramos (Paraná).

En la elección a intendente de Paraná, irrumpe explosivamente en aquel momento y de la mano de Carlos Vairetti el supermercadista Mario Moine, conocido por sus actividades comerciales y por actividades sociales ligadas a la Iglesia.

El fenómeno Moine de nula militancia partidaria le da un nuevo impulso al justicialismo local quien recupera la Intendencia de Paraná con el 54 por ciento de los votos. Le gana al actual presidente del Consejo General de Educación, Oreste Felipe Ascúa a quien no le alcanzó el slogan “hay que arrimar el bochín”.

La UCR pierde el nueve por ciento de los votos en relación con 1983 y la tercera fuerza el Partido Socialista Popular apenas alcanza el dos por ciento de los votos.

Resultados en Paraná

-Partido Justicialista: 57.036 votos.
-Unión Cívica Radical: 41.937 votos.
-Partido Socialista Popular: 2.077 votos.
-Movimiento de Integración y Desarrollo: 776 votos.
-Democracia Cristiana: 1.099 votos.
-Partido Intransigente: 1.072 votos.
-Partido Comunista: 823 votos.
-Alianza Popular de Centro: 1.677 votos.

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