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Abren La Ventana para mostrar la potencia del laburo colectivo

Tirso Fiorotto

Un viejo director de diario solía valorar “la virtud de la permanencia” en un emprendimiento. A veces una obra deslumbra con su calidad, y sus autores no logran la sintonía suficiente para darle continuidad. Es cierto.

Otra virtud no menos valiosa es el encuentro para la explosión creativa, el arte efímero, la intersección de voluntades con buena onda, con egos en pausa; el encuentro en tiempo presente, de gente desatada de pasados y futuros tóxicos. Quizá en esta línea deba inscribirse la experiencia colectiva “La Ventana”, en el reverdecer democrático de los 80.

Esa efervescencia juvenil, ese deslumbramiento cultural, con eje en el teatro y la música, tuvo una vigencia breve, se diría, y marcó huellas imperecederas en sus miembros que hoy mismo reconocen cierto “orgullito manso”, al decir del poeta, por pertenecer a esa camada.

Aquellos aprendizajes siguen dando frutos en muchos, en muchas. Y fue palpable, días atrás, cuando los participantes de La Ventana, abierta hace cuatro décadas, se juntaron a sala llena en el auditorio Rodolfo Walsh de la Facultad de Educación, para presentar un resumen de aquel experimento cultural diverso, fresco, desestructurado, en el libro “La Ventana. De la intuición a la gestión cultural”, que redactaron los paranaenses Lucrecia Pérez Campos y Gerardo Dayub.

 

Mirada integral

Si no fuera por este anecdotario, este compendio de datos, historias, pareceres, sensaciones, nombres propios, imágenes; si no fuera por el reencuentro de los “ventaneros”, esta fuente de creatividad se hubiera diluido en recuerdos borrosos y desarticulados. El libro reúne, explica, da sentido a cada palabra, cada foto, cada momento, con la mirada integral.

Allí está el grupo, allí la época, y por algún motivo que el libro insinúa todo vuelve con cierto gusto a añoranza, a nostalgia.

No hubo un scketch en la presentación del libro, no hubo un coro. Los organizadores prefirieron dejar que la palabra se sostuviera, que el eje fuera la gestión de la cultura; si ellos mismos colaboraron desde sus aprendizajes a prueba y error para que la gestión cultural sea hoy una orientación universitaria.

No sabemos si están pensando en un eslabón más, para esta cadena de artes con amistad y convicción, este sabroso plato universal y, a la vez, muy de acá. Arte, y gestión del arte, todo un asunto, y más en tiempos de utilidades sobrevaluadas.

La Ventana y sus derivaciones de compromiso cultural y social (el grupo teatral, y el grupo de acompañamiento social llamado La Ventanita, en el barrio Belgrano…), fueron manifestaciones plenas, libres, de la vida comunitaria en la ciudad. Sus mentores no ocultan el apoyo de un municipio, el ida y vuelta con el área cultural de la comuna, pero alumbran en el centro y como germen la autogestión, el respeto a las autonomías. “Nos sentíamos protagonistas, sin nadie arriba, era una organización netamente horizontal”, dice Bibiana Artazcoz.

Fue en pleno florecimiento democrático. Hoy, en un mundo cargado de ojivas nucleares y de intereses extractivos sin cuidado de la biodiversidad, con alto menosprecio de la tradición comunitaria, sobresale ese reencuentro con valores que van quedando en las grietas.

Hay una nueva disposición a recuperar aquellas iniciativas a puro presente, con planificación sobre la marcha, haciendo camino al andar. Para contestar, sí, pero un espacio con agenda propia; y tan auténtico que irradia a otros espacios, a otras épocas. Por eso vuelve y entusiasma a sus protagonistas, y a los espectadores.

¿Quiénes se reconocen en La Ventana? Muchos, decenas; algunos siguen en los escenarios, en los medios masivos, otros en los oficios más diversos. El libro los recuerda, expone sus reflexiones, por ahí con emociones multiplicadas cuando los testigos nos dijeron adiós.

 

Callejeros

De entrada, la obra de Pérez Campos y Dayub nos introduce en ese mundo informal sin recetas, para la presentación de espectáculos ajenos y también propios; para ganar las calles, abrir ámbitos al arte no comercial, todo a pulmón, y con un sentido, claro, si estábamos tomando conciencia y dejando atrás los años de dictadura en el país, empujados por un viento esperanzador.

Leer este libro enseña. Los ventaneros son “un ejemplo para todos aquellos que creen que no se puede, porque lo hicieron desde la honestidad, la inocencia, desde el desconocimiento, pero también desde la inteligencia de imaginar que lo podían aprender todo en el camino”, apunta Mauricio Dayub.

Así es que los debates podían extenderse, sin horarios, y nadie se molestaba si quedaban inconclusos. Hay una referencia, en la página 80, a la distinción entre lo popular y lo masivo, por caso, y el lugar que ocupaba Palito Ortega…

Los protagonistas aportan en el libro sus ideas sobre el auge del grupo y las razones que fueron diluyendo su presencia. Vuelve entonces la meditación acerca de la mayor o menor institución, o sobre la importancia de vivir en el arte, con la posibilidad remota de vivir del arte.

Difícil sintetizar aquí las miradas diversas sobre el fenómeno. Por los comentarios escritos, y la emoción en el escenario de la Facultad, podemos vislumbrar una tendencia a la gestión local, con carácter propio, con generosidad para dar tiempo, esfuerzo, talento, dinero, sin más (ni menos) satisfacción que la de estar en comunidad; y con una identidad no escrita, y menos cristalizada, pero sí sentida.

“No quiero mi casa amurallada por todos lados ni mis ventanas selladas. Yo quiero que las culturas de todo el mundo soplen sobre mi casa tan libremente como sea posible. Pero me niego a ser barrido por ninguna de ellas”. Esta frase de Mahatma Gandhi, que solía repetir Mario Alarcón Muñiz, expresa en parte el mensaje de los ventaneros, con su visible capacidad para abrir rendijas, tejer redes, sembrar sin garantías.

Gerardo Dayub es actor, director de teatro, arquitecto, docente, gestor cultural. Lucrecia Pérez Campos es licenciada en ciencias de la información, docente, investigadora en comunicación. Dedicaron el libro a cuatro ventaneros que se marcharon, muy presentes en la obra de punta a punta: Silvina Rosa, Gustavo Vaccalluzzo, Lulo Aguilar y Claudia Zaragoza.

En esta edición tuvieron el acompañamiento de Fortunazo Galizzi en el diseño, y en fotos: Sergio Otero, Sandra Farías, Claudio Osán, Marisa Saposnik, Mariana Arbuet y Laura Dayub.

Dice Jumy Rodríguez Paz, uno de los ventaneros: “Otro acceso a esa cultura era impostergable. Y eso era posible por la más fuerte de las ligazones, ‘agravadas por el vínculo’ dirían algunos. El vínculo de la lucha, de un futuro común diferente, inclusivo, solidario, con raíces autóctonas… ese futuro por el que seguimos soñando”.

 

(*): publicado en diario Uno Entre Ríos. 

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