Central Entrerriano de Gualeguaychú renunció a la Liga Argentina en un panorama triste e incierto para el básquet nacional.
Por Hernán Rossi (*)
Han sido horas complicadas. De profunda angustia, con ribetes de rabia y coletazos de dicterios al aire. Por eso, la meditada decisión de esperar unos cuantos días para garabatear estas líneas.
La noticia sobre la renuncia de Central Entrerriano a la Liga Argentina ha sido una puñalada lacerante para miles de hinchas y simpatizantes del básquet. Y costará mucho que cicatrice.
Este tiempo de mierda ya nos arrebató el sueño intacto de un ascenso al máximo escalafón allá por marzo. Luego, fue la diáspora de líderes y de algún chiquilín que nos divertía con sus trucos. El parate, fue y sigue siendo gigante. Y como corolario de esta película de terror, llega la decisión de no emprender la competencia, razonable pero no por ello menos dolorosa.
Como si esto fuera poco, la temporada del Torneo Federal, categoría donde debiera militar el rojinegro desde ahora, tiene menos certezas que el caso Nisman y un mar de renuncias. Todo está en el aire, prendido con alfileres, teñido de imprevisión y de dudas.
Hay tres grandes patas que han conspirado para seguir compitiendo: una pandemia que ha cambiado rotundamente el panorama, una dirigencia nacional impresentable y un histórico -y repetido en la actualidad- escaso acompañamiento de empresas y gobierno local.
Volver sobre las razones que se tendrán para no apoyar a equipos locales desde la propia ciudad es casi una pérdida de tiempo. Casi nunca ha sido entendido y termina siendo una prédica en el desierto. Salvo contadas excepciones o la búsqueda de maniobras fiscales a través del IVA u otro artilugio, son pocos los que han sido sponsors a conciencia.
La pandemia desarticuló todo. Fragmentó y estalló una estructura basquetbolística que ya venía a los tropiezos. Nos dejó sin actividad, sin ingresos y sin sentido común.
Lo anterior va de la mano de una dirigencia nacional que aprovechó la pandemia para elucubrar un plan para apoderarse de todo el paquete: AdC y CABB. Obviamente con la complicidad de muchas federaciones y la sumisión de varios clubes. Y ahí están los grandes señores -de saco y corbata y de camperas de cuero otros- destrozando quirúrgicamente a nuestro básquet.
Sin importar las asimetrías y las complejidades que la pandemia acarrea, donde los clubes -deportivos y sociales- han visto mermar notablemente sus ingresos y donde no pueden explotar estática de cancha ni ingresos por tickets, desde la comandancia han optado por privilegiar a los clubes ricos o los que son bancados por los gobiernos provinciales. No ha importado más nada. Ni lo deportivo, ni la función social, ni la historia. Importa sólo el componente monetario en una estructura que agoniza desde la propia Liga Nacional.
Están volando por los aires los sueños de León Najnudel y los cimientos que dieron vida a la Generación Dorada, sin importarles absolutamente nada. Total, la vergüenza no la conocen, eso ya es sabido.
Por lo pronto, las incertezas dominan la escena. El aliento sigue trunco en las gargantas de los hinchas, entrenadores y jugadores siguen sin saber a ciencia cierta cuando podrán volver a recibir sus haberes y la situación sanitaria sigue poniendo interrogantes a la vuelta a los pisos de madera.
En definitiva, lo único que sabemos es que no sabemos nada. Paralelamente, la nefasta dirigencia argentina, con sus adláteres en cada una de las provincias, observa impávidamente como un sistema excluyente, insolidario y elitista se comienza a deglutir las raíces de este deporte que tanto amamos y que tanto esfuerzo ha costado edificar federalmente.
Señores, si es que la palabra les cabe, se pueden ir a la puta madre que los parió.
(*) Periodista de Gualeguaychú.