No las hemos de olvidar

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Entrevista con Fernando Jaime, ex combatiente de Malvinas a 23 años de la guerra

Juan Cruz Varela

El 2 de abril de 1982 marcó tal vez el inició del fin para el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. La aventura que significó el intento de recuperación de las Islas Malvinas dejó al descubierto la desesperada búsqueda de consenso popular por parte de un gobierno que ya se había encargado de encarcelar, asesinar y desaparecer a miles de argentinos. Además de los 30.000 muertos y desaparecidos y de los miles de exiliados, el régimen militar se embarcó en una guerra que dejó un total de 655 muertes en combate y más de 300 suicidios posteriores. A través del relato de Fernando Jaime, un veterano de guerra que sobrevivió al hundimiento del Crucero General Belgrano, ANALISIS recuerda a los soldados que durante 74 pelearon y ofrecieron su vida por la patria y que aún hoy, 23 años después, siguen reclamando el reconocimiento negado.

La guerra duró en total 74 días, pero la pelea de los ex combatientes es diaria. De alguna manera, siguen sintiendo el dolor como hace 23 años. Ya no se trata de un dolor físico sino el que sienten por la falta de un verdadero reconocimiento, el que merecen después de haber dado la vida por la patria, o del recuerdo por sus compañeros que con 19 o 20 años vieron sus sueños hechos trizas por las balas enemigas y por los errores de un borracho trasnochado devenido Presidente de la Nación que veía, entre confundido y desbordado, como “su” gobierno se caía a pedazos y decidió llevar adelante sin capacidad operativa ni estratégica una guerra contra uno de los ejércitos más antiguos y poderosos del mundo.

Eran las 23.30 del jueves 1° de abril de 1982, cuando unos 60 hombres de la agrupación Buzos Tácticos desembarcaron en Puerto Enriqueta, al sur de la Bahía de la Anunciación. El segundo gran operativo se concretó a las 3.45 del día siguiente cerca del faro San Felipe, donde se destruyó una alarma eléctrica conectada con el cuartel inglés. Así se produjo la sigilosa maniobra aeronaval de desembarco en las Islas Malvinas, situadas a 700 kilómetros del continente, que horas después, y tras una serie de enfrentamientos armados con grupos de marines que fueron rápidamente disuadidos, logró la rendición de las autoridades británicas encabezadas por el gobernador Rex Hunt luego de una fugaz resistencia que ocasionó la muerte del capitán de la armada argentina Pedro Giachino durante la toma de la Gobernación. Luego se produjo el desembarco y recuperación de las Islas Gorgias y Sandwich del Sur.

A partir de ese momento, se inició una ronda de negociaciones diplomáticas entre ambos países que contó también con la mediación de terceros, pero a la par se inició un despliegue de fuerzas hacia la región.

Fernando Jaime nació en Capital Federal pero en 1981 se había instalado en Villaguay, de donde era oriunda su madre. Cuando al año siguiente lo convocaron para el servicio militar obligatorio tenía 20 años. El 2 de abril lo encontró en el Crucero General Belgrano, en Puerto Belgrano. “Dos o tres días después nos dijeron que nos alistáramos, que cargaríamos municiones y al terminar de arreglar los buques zarparíamos hacia las islas”, recuerda. El buque, que había sido adquirido por la Marina en 1951 a los Estados Unidos, finalmente zarpó el 16 de abril de 1982 desde su apostadero en la Base Naval de Puerto Belgrano con una tripulación de 1.093 hombres. “El 1º de mayo llegamos a aproximarnos a unas 50 millas náuticas de Malvinas. Eso fue lo más cerca que estuvimos porque en ese momento nos dieron la orden de volver. Supuestamente nuestra misión era entrar en el estrecho de San Carlos y bloquear cualquier intento de desembarco inglés. Pero cuando sacaron cálculos de las distancias de tiro de cada flota se dieron cuenta que la de los ingleses era superior, por lo tanto nos hicieron volver”, explica.

El 2 de mayo, el buque argentino estaba a 200 millas náuticas de las islas, fuera del área de exclusión. A las 14, Fernando había terminado una guardia de 13 horas en una cabina blindada y sin ventanas ubicada en la proa del crucero, por lo que estaba realmente agotado. Pasó por la cocina rumbo a su camarote y apenas alcanzó a probar el guiso de mondongo “más horrible que jamás había comido”, por lo que decidió acostarse sin más. Del sueño lo despertaron dos fuertes cimbronazos: a las 16.01 explotó el primer torpedo lanzado desde el submarino nuclear Conqueror debajo de la quilla, a la altura del mamparo divisorio entre el compartimiento de máquinas de popa y el espacio en el interior del buque destinado a alojamiento y que fue el causante del mayor número de víctimas ya que sus efectos se concentraron en locales con mayor densidad de personal, para seguir propagándose de inmediato hacia arriba; el segundo torpedo impactó en la proa, sobre babor y cercano a la quilla, a unos seis metros de la superficie del agua, y afectó estructuralmente la viga longitudinal, lo que provocó la pérdida de 15 a 20 metros del buque por falta de sustento. Las consecuencias de esta explosión no fueron más allá de la inundación de algunos compartimientos bajos, desde la segunda plataforma hasta la quilla.

La oscuridad y la confusión se mezclaban con el olor a fuel oil que lo había invadido todo, pero “el mayor drama eran los heridos, yo mismo socorrí a un compañero que tenía un golpe en la cabeza y al que no había visto nunca, pero que murió minutos después en mis brazos”. Además, en el buque sobraban balsas que tenían alimentos y agua para 20 tripulantes, pero el frío era insoportable, con temperaturas inferiores a los 10 grados bajo cero. “Cuando salté desde el barco calculé mal el impulso, reboté contra el costado del gomón y caí al agua. Unos compañeros me ayudaron a subir a la balsa y algunos nos amontonamos para superar el frío mientras otros remaban para escapar al remolino que generaba el barco al hundirse y que temíamos que nos chupara”, recuerda Fernando. El Crucero General Belgrano se hundió completamente a las 17 y 323 de sus tripulantes murieron.

Transcurrieron 36 horas hasta que los náufragos fueron rescatados: “Fue terrible, escuchábamos el pedido de auxilio de algunos muchachos, pero no lográbamos divisarlos. Para colmo, la fuerza de las corrientes nos llevaba hacia la Antártida, alejándonos de la zona de donde tendríamos mayores posibilidades de ser rescatados”, rememora Jaime. Una hora después del hundimiento ya era de noche y al poco tiempo se levantó una tormenta terrible, con olas de casi 10 metros y ráfagas de viento de hasta 100 kilómetros por hora, lo que hacía bajar la temperatura aún más. “Realmente fue un verdadero milagro que sobreviviera, sobre todo si pienso que estaba en un bote sobrecargado, descalzo, mojado y con 10 grados bajo cero de temperatura”, agrega. Una vez rescatados, los sobrevivientes fueron llevados a Ushuaia y luego nuevamente a Puerto Belgrano. Pero finalizada la guerra, Fernando siguió cumpliendo con el servicio militar hasta octubre en Buenos Aires.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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