Juan Cruz Varela
En la madrugada del 13 de diciembre de 1976 una veintena de presos políticos fueron retirados de sus lugares de detención en Resistencia para un supuesto traslado hasta una cárcel en la provincia de Formosa. Todo era un simulacro que terminó en lo que se conoce como la Masacre de Margarita Belén, hasta ese momento un paraje ignoto de la geografía chaqueña. Raúl Caire, Fernando Piérola y Reinaldo Zapata Soñez eran entrerrianos y fueron fusilados y sus cuerpos desaparecidos en aquel episodio. La lucha de Amanda Mayor, familiares y organismos de derechos humanos hizo que no pasaron al olvido y la semana pasada se realizaron excavaciones por parte del Equipo Argentino de Antropología Forense en el cementerio San Francisco Solano de Resistencia. Ahora, hay que esperar a que el 24 de octubre comiencen los trabajos de laboratorio para identificar los tres cadáveres hallados.
Algunos tuvieron el desatino de desalentarla. Pero a Amanda Mayor nada la frenaba. Por eso el 27 de abril de 2004 se presentó ante el juez Federal de Resistencia Carlos Skidelsky para pedirle la exhumación de los cadáveres enterrados como NN en el cementerio San Francisco Solano de la capital chaqueña. Que solicite información al Registro Civil, a la Municipalidad, al gobierno provincial, al propio cementerio, al Ejército, a la Policía y a la Justicia provincial para tratar de localizar los restos de su hijo Fernando Gabriel Piérola eran sus demandas. Pocos creían en esa cruzada.
Pero esa tarde lluviosa, cuando a las cuatro y media de la tarde los profesionales del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) abrieron la Fosa Número 10 en el Sector G del cementerio, donde según los libros había sido sepultado Luis Díaz en la madrugada del 13 de diciembre de 1976, su lucha volvió a darle fuerzas a quienes la siguieron durante tantos años y hoy han tomado la posta. Después de una hora y media de labor, fueron hallados los primeros restos óseos que se supone pertenecen a la mujer sepultada en último término en la fosa de tres niveles. Una densa bruma y la oscuridad terminaron con la primera jornada de trabajo.
El segundo día las actividades comenzaron poco después de las 7. No tardaron mucho los técnicos del EAAF en localizar una sepultura ubicada en un segundo nivel de la tumba atribuida a Díaz en los registros del cementerio. Es que tal como lo habían asegurado los sepultureros de la época en que se produjo la masacre, el pase al osario común de los cuerpos era un mero trámite administrativo. El mismo establecía que en 1982 los restos habían sido pasados a un osario común cuando se vencieron los plazos del arrendamiento que la Policía de la provincia había contratado para diez sepulturas, en 10 fosas que la Municipalidad ordenara cavar en la mañana del 13 de diciembre de 1976 con una profundidad de entre uno y 1,20 metros. Después de retirados los restos de los primeros hallazgos, los antropólogos continuaron cavando hasta descubrir, apenas centímetros más abajo, a menos de un metro de profundidad, nuevos esqueletos, de sepulturas anteriores, en un tercer nivel. Lo mismo hicieron en la segunda parcela, a metros de la de Díaz, en la que fuera sepultado el NN masculino: esta también había sido ocupada para enterrar a otra persona de sexo femenino, una vez retirados sus restos, casi inmediatamente fueron hallados los de un hombre, tal lo deducido a partir de la imponente contextura ósea descubierta. Al tercer día fue abierta la fosa atribuida por los libros a un NN femenino, donde el impacto más fuerte estuvo dado por la localización de “un proyectil”. Sin embargo, las confirmaciones llegarán una vez en el laboratorio. Es que por las características del suelo, los antropólogos prefirieron sacar los bloques de tierra completos y no separar los huesos, como habitualmente hacen. De hecho, los restos hallados en la tumba atribuida a Luis Díaz no se encuentran en buen estado de conservación, fundamentalmente el cráneo -aunque los especialistas aseguran que los elementos descubiertos permitirán lograr su identificación, incluso sin la necesidad de un examen de ADN, a partir de las piezas dentarias.
Una de las dificultades con que se encontraron los antropólogos fue la composición arcillosa, dura y húmeda de la tierra, que absorbió los restos de tablas de los féretros, aunque es demostrable que estos existieron ya que sí se hallaron clavos que pudieron pertenecer a los mismos. “El trabajo que hicieron fue maravilloso, parecía que estaban haciendo tareas de tallado en barro y arcilla, utilizando los elementos más pequeños, casi todos de madera, nada de acero”, relató Alicia Bachetti a ANALISIS, al tiempo que no dejó de recordar la incesante custodia de personal de Gendarmería Nacional y la presencia de los “peritos veedores” que participaron a pedido de los ocho imputados en la causa que se encuentran detenidos en Resistencia -Gustavo Athos, Jorge Carnero Sobol, Luis Pateta, Aldo Martínez Segón y Ernesto Simoni; mientras que Norberto Tozzo continúa prófugo-, y que pasaron los tres días de trabajo al borde de las fosas, sacando fotos, efectuando preguntas e indagando todo lo posible en el trabajo de los antropólogos, aunque sin poder interferir en la pericia.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
