Sandra Miguez
El tema del establecimiento de las plantas de celulosa en la vecina localidad uruguaya de Fray Bentos ha generado una polémica sin fin. El gobernador de Entre Ríos brindó un pormenorizado detalle técnico -realizado por el doctor Héctor Sejenovich- en el cual se daba cuenta de los principales problemas ecológicos y sanitarios que ocasionarían. El impacto de las pasteras será grave y permanente, sentencia el documento presentado ante la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados de la Nación. En ese informe, el equipo de expertos coordinados por Sejenovich puntualiza en las cuestiones más dañinas en este tipo de industrias, como el generado por el ingreso de 143.762.000 kilogramos por año de sustancias químicas en la zona, lo cual constituye un serio riesgo de salud para los pobladores. Sin embargo, las fábricas de celulosa se ofrecen como la panacea y una salida inmediata de la crisis socioeconómica de la región.
Los estudios de impacto ambiental coordinados por el doctor Héctor Sejenovich dan cuenta que el daño ambiental y el lucro cesante superarán el monto admisible para una inversión de 933 millones de dólares, según han dado a conocer desde la propia empresa Botnia.
Sin más datos que mínimas proyecciones, Sejenovich calcula que las pérdidas inmediatas rondarían los 800 millones, sin considerar otros aspectos, como gastos en las coberturas sanitarias que demandará el incremento de enfermedades respiratorias, distintos tipos de cáncer, así como malestar general, o enfermedades de tipo irritativo como conjuntivitis, rinitis, obstrucción bronquial, trastornos del sueño o trastornos de pánico.
Según Sejenovich -economista, profesor en Ciencias Sociales en las universidades de Buenos Aires y Luján, coordinador de la Red de Formación Ambiental del PNUMA y consultor en varios países de América-, el trabajo realizado procuró analizar los efectos que van a causar las papeleras en los distintos ecosistemas que rodean las fábricas.
Se acepta un radio de 40 kilómetros a la redonda de la zona de instalación, algo que las propias fábricas admiten, aunque se sabe que hay muchos efectos que van más allá de esta región. Y para ello sólo basta con ejemplificar con otros casos testigos como la fábrica asentada en Misiones, la cual emana el característico olor a podrido a casi 50 kilómetros de distancia.
Con los pocos datos de los que disponían y estableciendo la relación con el capital natural a precios de mercado, el equipo liderado por Sejenovich estimó el valor de 2.000 dólares por hectárea, para multiplicarlo por la cantidad total de hectáreas que entran dentro del ámbito de influencia de las pasteras, sin descuidar una depreciación que ronda apenas el 30 por ciento, sobre la base de experiencias análogas en otras partes del mundo.
“Una papelera tan importante se pone a 20 kilómetros de una población de casi 100.000 habitantes, donde hay 2.800.000 metros cuadrados y hemos calculado un costo de 1.000 pesos el metro cuadrado; esto significa que hay un deterioro del 30 al 35 por ciento del valor de las casas”, sostuvo Sejenovich y agregó que “primero hemos verificado cuál es la existencia de recursos naturales, de flora, fauna, suelo y aire, y teniendo sólo una aproximación de eso hemos calculado cuál va a ser el potencial en los próximos 20 años y, a su vez, cuánto se disminuye la productividad como consecuencia de los efectos de la lluvia ácida y de las dioxinas que va a generar la producción”.
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