Claudio Cañete
Para Zulema Estela Schoenfeld, el renunciamiento de Evita el 31 de agosto de 1951, no tiene otra lectura que la elección entre los honores del poder y un puesto de lucha junto al pueblo. Evidentemente, lejos de las especulaciones o versiones históricas que agregan como factor de este hecho presiones sindicales, militares y por sobre todo el mal estado de salud de la primera dama, un crítico panorama que en el ámbito más íntimo era conocido y ocultado a la opinión pública.
“Ella renunciaba a los honores pero no a la lucha. Quería seguir siendo el puente de amor entre el pueblo y el general Perón y que simplemente la recordaran como Evita cuando se escribiera la historia. Su renunciamiento fue en el mismo cabildo abierto del 22 de agosto de 1951, aunque días después –el 31 de agosto– a través de su mensaje radial se confirmó su posición. Aunque pidió unos días para pensarlo, la convicción de ella ya estaba que los cargos electivos no eran lo suyo. Como un soldado raso, quería continuar la lucha por el pueblo y Perón, como lo había hecho en aquellos días del terremoto de San Juan en 1944”, explicó Schoenfeld, actual convencional constituyente y militante peronista, en diálogo con ANALISIS.
Su historia de militante marca que fue presidenta del Consejo del Menor de Entre Ríos durante las gestiones de los gobernadores justicialistas Enrique Tomás Creso (1973-1975) y Mario Moine (1994-1995, parte del período), respectivamente. Y que luego del 75 pasó al INTA, donde se desempeñó en un cargo ganado por concurso, hasta que con el golpe militar en marzo del 76 fue cesanteada como tantos otros a través de la Ley de Seguridad Nacional. Esto motivó que sus reclamos llegaran a punto tal, que logró una entrevista con el propio almirante Emilio Eduardo Massera. Pero su pedido no tuvo suerte, volvió a la vida pública recién con la democracia del 83.
“Mis padres, Pedro Schoenfeld y Rosa Colman de Schoenfeld, me inculcaron los ideales del peronismo a partir de los 8 años. Pero poco a poco aprendí muchas cosas de ellos, ya que trabajaban de sol a sol, que supieron de postergaciones y marginaciones. Mis padres vivieron como sus vidas en un contexto histórico donde no había horarios de trabajo mínimos, no había salarios dignos, ni vacaciones pagas, ni previsión social. La mayoría de la gente era explotada, sumisa y sujeta a los caprichos de los que los mandaban o de los que tenían plata. El peronismo con sus cambios fue un despertar. Hasta mi abuelo Adán Colman le tocó vivir las dificultades. Era docente y además agricultor, formaba parte de la primera generación argentina de los alemanes del Volga. Ellos trataban de progresar con el sacrificio diario pero con sus limitaciones”, explicó.
“Mis padres fueron de los primeros delegados de Unidades Básicas de esa época, junto con otra gente. Siempre valoro lo de mi madre, que era de aquellas mujeres que no tenían ninguna inserción social salvo el cuidado de su familia, los quehaceres domésticos o atender el negocio como en mi caso, el negocio de ramos generales que mi padre tenía. Ella lo atendía mientras mi padre salía a las colonias a vender los productos; mientras se encargaba de cuidar de sus hijos. Y meterse, involucrarse en ese aspecto y salir a convencer a mujeres de que ése era el momento oportuno de tener cambios no sólo sociales sino también mentales. En función de la educación, formación y participación, mucho tiene valor. Hasta que me muera seguiré valorando estas cosas y son las que fui mamando desde pequeña en mi casa. La lucha por el bien del prójimo, la solidaridad, el no pensar en vos sino en los demás. Esto es sobre lo que fui tomando conciencia a medida que fui creciendo. Tomé más conciencia de lo que era la doctrina justicialista –el amor al prójimo, al desposeído-, fue cuando me recibí de maestra y empecé a ejercer mi docencia en pleno monte donde estaban el estanciero y el obraje, donde estaban la estancia y el rancho, donde estaban el que comía en torno a una mesa servida y el que peleaba todos los días con el sudor de su frente el puchero (en verdad cuando había puchero). Y los niños que iban desnudos, semi-descalzos. A partir de ahí nunca dejé de poner todos los días de la manera que pudiera o en el campo que me tocara actuar, difundir mi doctrina, mi granito de arena para que la justicia social llegara a los lugares que corresponda”.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)