Exitismo, una espada de doble filo

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Columna de opinión

Álvaro Moreyra

Hay 40 millones de tipos, o tipas, que saben cómo armar un equipo que va a salir campeón. Con los 23 que convocó el técnico de turno, o bien con los que no llevó. Vale de las dos maneras. Claro está, hay una raza que no está exenta de ello y es el periodismo, el que te infla cuando marcha todo sobre ruedas y el que te destroza o te salta al cuello cuando va todo mal.

Todavía está fresca la eliminación de Argentina del Mundial de Sudáfrica 2010. La Albiceleste llegó hasta cuartos de final y en los cinco partidos que disputó, desnudó una de las peores cualidades del ciudadano de este país: el exitismo. Ese que cuando ganamos “somos los mejores del mundo” y es la cara opuesta cuando pasa lo que sucedió ante Alemania. El argentino tiene esa característica, viaja de un polo al otro sin escalas. Vuela en un avión directo que va desde la exaltación a la crucifixión, sin atenuantes. Es blanco o negro, no existen los grises. Acá no se valora un proceso, sino que mandan los resultados, y el fútbol se maneja de la misma manera.

El tema es que en este deporte si no ganás, empatás o perdés, lo cual es mala palabra acá. No se puede perder. Sólo sirve ganar. El tema es que el exitismo lleva a no contemplar que enfrente hay un equipo que quiere lo mismo que vos, o sea ganar. Máxime en una Copa del Mundo donde 32 seleccionados sueñan con lo mismo, llegar al último día de competencia y alzar el trofeo que cualquier jugador anhela conseguir desde que apenas era un niño que corría tras la pelota.

Generalmente el exitismo exacerbado lleva a la incoherencia. Por eso después de ganarle a Nigeria, Corea del Sur y Grecia, en la fase de grupos, y posteriormente a México, en los octavos de final, Argentina era campeón del mundo. Ya estaba, era cuestión de que pasaran los días nada más para que Maradona, Messi, Heinze y compañía dieran la vuelta olímpica.

Se festejó el acceso a la siguiente instancia como si fuera un título. Las calles de todas las ciudades del país se inundaron de banderas, camisetas, gorros y binchas. Quizás tenga que ver con que el argentino necesita de alegrías de cuando en cuando, de vez en vez, pero va muy de la mano con el exitismo.
Hasta que llegó el sábado. Enfrente estaba Alemania, la poderosa Alemania, la que siempre se las ingenia para estar en instancias decisivas.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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