Antonio Tardelli
Parece chiste, pero Allende es precandidato a gobernador. Nadie que pretenda ser gobernador puede evitar la etapa de candidato, o precandidato, instancia en la que ahora se halla el dirigente de Nogoyá, así que por más ridículo que parezca existe una mínima chance de que, efectivamente, se convierta alguna vez en el primer mandatario de Entre Ríos. La sola hipótesis da risa pero el hecho de que la sola hipótesis sea un dato de la realidad, una noticia que aparece en los diarios, una novedad que los interesados deben registrar, entrega ya cierta noción de decadencia. La candidatura de Allende es un grotesco que la política de Entre Ríos se permite.
Así como antes sirvió a otros propósitos, Allende es hoy nuevamente útil. Salvo él mismo cuando lo consultan sobre el particular, todos piensan que su postulación, de tinte antikirchnerista, tiene el visto bueno de Buenos Aires. Al kirchnerismo, aparentemente tan odiado, le viene de perillas que alguien ofrezca su mejilla para legitimar una elección interna en la que, caso contrario, el gobernador Sergio Urribarri, oficialista, competiría contra nadie. Una victoria en el solitario no despierta pasiones. Siempre será mejor ganarle a alguien, aunque ese alguien sea Allende. Allende oficiará de alguien y vestido de opositor será funcional a los intereses de los oficialistas. Si tener contra es inevitable, nada mejor que Allende.
Allende es el enemigo perfecto. El gobierno precisa un sparring y pocos como él permiten, por contraste, un lucimiento tan seguro. Reducida la política a juegos de alternativas excluyentes, a férreas polarizaciones, Allende y sus prácticas, Allende y su deteriorada imagen, Allende y lo que representa, constituyen el adversario ideal. Por lo demás, es un rival con el que –cómo decirlo– es posible conversar. Allende puede declarar la guerra un minuto después de acordar con la patronal un incremento de salarios, de prohibir las huelgas por tiempo indeterminado, de prohibir por tiempo indeterminado las huelgas o de ubicar en el Poder Ejecutivo algunos colaboradores de confianza. Allende tiene los procedimientos del tero pero presenta la ventaja de que no disimula su condición de tero.
Todo terreno, Allende capitalizará al máximo su proclamada intención de emular a Francisco Ramírez y Justo José de Urquiza. Con su lanzamiento el dirigente de la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN) complace no sólo a Urribarri sino también al otro polo de la disputa peronista, Jorge Busti, que ya anunció su determinación de saltearse la interna, olvidarse del PJ y competir directamente en los comicios generales. Si para Urribarri es conveniente que aparezca un contrincante al que le pueda ganar 8 a 2, a Busti le interesará que el triunfo de su ex ministro de Gobierno se reduzca tanto como sea posible: 7 a 3, 7 ½ a 2 ½, lo que fuere. Cada boleta que en las urnas diga Allende Gobernador será –además de graciosa– una promesa de apoyo futuro. En la interna justicialista Busti trabajará para Allende, no como retribución a tanto favor recibido, sino porque de ese modo estará trabajando para sí mismo, esmerilando al titular del Poder Ejecutivo. Allende, que será cualquier cosa pero no torpe, se felicitará por haber elegido un sitio en el que recibirá propinas de orígenes tan diversos.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)