Betiana Spadillero (*)
Pensé que estaba desacostumbrada o quizás dormida, que las ocupaciones me habían alejado de esa alegría que sólo puede darte la militancia, esa parte intensa y esperanzada que algunas personas elegimos como bandera. Por suerte, pensé mal. Salí apurada de casa, pisando las 15 del sábado, y camino a la facultad pasó algo que me devolvió esa alegría: me crucé con otras violetas, también enérgicas y llenas de expectativas.
En el Encuentro de Mujeres todas somos violetas. Violeta como el color de las telas con las que estaban las obreras aquel 8 de marzo trágico en Nueva York; como el color de la lucha de esas trabajadoras y de aquellas mujeres que confiamos en la posibilidad de una sociedad más justa.
Desde 1986 las violetas nos reunimos en diversos puntos de Argentina. Los Encuentros surgieron en los primeros años de la recuperación democrática y -sobre todo- de la palabra. Silenciados durante el terrorismo de Estado, los espacios de participación política tuvieron la oportunidad de renacer con un ímpetu inusitado. Si bien algunos sectores conservadores pensaron que habían logrado apaciguar las ansias de transformar la sociedad, esta convocatoria siguió creciendo y buscando las maneras de acabar con las desigualdades que todavía afrontamos las mujeres en la vida pública y privada.
Este año la cita fue en Paraná, una ciudad que está poco acostumbra a las manifestaciones multitudinarias y que miró con asombro la llegada de más 30.000 mujeres de diferentes clases sociales, edades, etnias, afinidades políticas y orientaciones sexuales. Es probable que la capital entrerriana no haya estado preparada para este evento; por ello los negocios cerrados, la mirada curiosa de los vecinos, el vallado provocativo de las sedes eclesiásticas y el dispositivo de seguridad -que nunca estuvo dispuesto a proteger a visitantes, sino a controlarlas.
Es que genera desconcierto ver a tantas mujeres juntas, la sospecha recurrente de lo que no se entiende o termina de aceptar. Pero más allá de lo que genere hacia afuera, lo importante es que cada una compartió sus inquietudes y necesidades, y juntas hallamos en la diversidad de nuestras condiciones un factor común fundamental: el hecho de ser mujer y saber que sólo siendo solidarias se puede avanzar en la igualdad real de oportunidades y ante la ley.
No en mi nombre
Durante estos 25 años de historia colectiva se instalaron 55 talleres que abarcan temáticas variadas, tales como identidad, sexualidad, lesbianismo, familias, anticoncepción, pueblos originarios, salud, educación, Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS), violencias, prostitución, abuso y explotación infantil, capacidades diferentes, medios de comunicación, adicciones, política, sindicatos, acceso a la tierra, sistema penitenciario, desocupación y organizaciones barriales, entre otras.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)