Daniel Tirso Fiorotto
(Especial para ANÁLISIS)
Los fondos de las mineras contaminantes para las universidades son apenas un ejemplo del modo con que los popes del capitalismo se asientan y neutralizan a sus adversarios. Cierta resistencia popular ayudó a difundir esa maniobra.
La minera La Alumbrera se muestra, desde sus órganos de propaganda, como una madre ejemplar que cuida de su familia, de las escuelas, los obreros, las mamás, la naturaleza… Allí se comprueba que la propaganda no abreva en las fuentes de la verdad y que la compra de conciencia no es una exclusividad de los partidos políticos.
Las nuevas fórmulas, en las operaciones de maquillaje que les desarrollan a los grupos poderosos sus asesores en imagen, apuntan a los flancos más débiles en los que los gobiernos exhiben su ausencia de planes de reforma profunda y hasta su desconcierto. La escuela se pone, entonces, en la mira.
Los dueños y gerentes de las estadounidenses Cargill, Walmart, Monsanto, Dreyfus, como otras firmas europeas o “argentinas” (que son principales beneficiarias del régimen de privatizaciones y concentración de riquezas en pocas manos), se dejan fotografiar en actitudes filantrópicas. Y el modelo inquieta cuando el aplauso retumba en las aulas.
Es que la educación resulta una presa codiciada para la propaganda de banqueros, terratenientes, petroleros, proveedores, hipermercadistas y otros trust, y los brazos ejecutores son las llamadas “fundaciones”, con las que estos sacerdotes del capitalismo sacan patentes de buenos.
En eso cobran relieve también algunos apellidos bien conocidos de la aristocracia/oligarquía nativa: Fortabat, Blaquier, Werthein, Elsztain, Derudder, Pereda Born, Grobocopatel, Esquenazi, Herrera de Noble, porque también Clarín va a la escuela.
A la escuela le siguen el hospital, el área natural, la cultura. Y cualquiera que no conozca la verdadera trama perversa del poder oligarca de la Argentina, el poder que ha convertido a Entre Ríos en una provincia expulsora de sus hijos por falta de oportunidades de trabajo, caerá en la tentación de aplaudir también las caridades de sus “fundaciones”.
Mediante el concurso “Rincón Gaucho” para chicos de la primaria, con premios en libros y viajes, Cargill entra por la puerta oficial de las escuelas como benefactora.
Las actividades de la Fundación Cargill incluyen la donación de materiales de construcción y reparación de escuelas, materiales didácticos, becas, donación de equipamiento y medicinas para centros de salud carentes… Desde 2002, la Fundación Cargill lanzó un programa con el propósito de incentivar la lectura en las escuelas: el Plan de Incentivación de la Lectura (PIL).
La escuela debiera estar para desnudar a Cargill, para desentrañar el régimen que la sostiene monopolizando las exportaciones de granos y aceites, señalando sus lazos con Monsanto, Walmart, Dreyfus, y en vez de eso la arropa con una imagen de promotora, de generosa, altruista. ¿Cómo remontar esa imagen? ¿Cómo explicar entonces el tractorazo que le dedicaron los productores, las denuncias en distintos países por destrucción del ecosistema, o las investigaciones por fraudes en las liquidaciones de retenciones?
Aplaudir a los verdugos
“Los valores culturales de Cargill trascienden sus negocios”, informa la multinacional estadounidense. “Uno de los pilares de nuestra cultura es el de promover el mejoramiento de la calidad de vida en las comunidades donde estamos presentes”, insiste.
(Más información en la edición gráfica de ANALIS de esta semana)