Juan Cruz Varela

Un planeta oscuro gotea en un reloj de arena hasta volverse más claro. Es un goteo incómodo y revelador a la vez. Es que cada filtración de datos que se pretenden confidenciales exhibe comportamientos distantes de la ética y esa información que se fuga en cuentagotas, molesta. Vaya si molesta.

Desde su creación, en diciembre de 2006, Wikileaks -leak en inglés es goteo, filtración, fuga- ha conseguido volverse una usina incómoda para los gobiernos, los poderes públicos y las empresas multinacionales a partir de la divulgación de millones de documentos en una especie de biblioteca virtual de acceso público.

La más grande liberación de documentos se produjo el año pasado, cuando la biblioteca virtual expuso más de 1,7 millones de cables diplomáticos estadounidenses, redactados a partir de 1973, que tituló “Cables Kissinger”, porque están relacionados con el entonces poderoso multi-funcionario estadounidense.

En rigor, se trata de archivos que fueron liberados por el propio Gobierno, a través de la Asociación de Archivos y Registros Nacionales, que es la oficina encargada de evaluar de manera rutinaria la liberación de los documentos oficiales para su dominio público 25 años después de su emisión. Lo que hizo Wikileaks en este caso fue desarrollar “sistemas técnicos sofisticados para hacer frente a los datos complejos y voluminosos y corregir un gran número de errores” introducidos por las oficinas públicas o de los mismos diplomáticos y creó un motor de búsqueda por palabras clave.

Basta poner fechas o palabras clave para que surjan los registros, aunque algunos cables sean secretos. La Guerra de Yom Kipur –desatada por un ataque conjunto y sorpresivo de Siria y Egipto a Israel–, el ascenso político de Margaret Thatcher, la gestación de los golpes militares en América Latina y las relaciones diplomáticas estadounidenses con varias dictaduras de todo el mundo integran la lista de temas sobre los cuales Henry Kissinger intercambiaba comunicación con sus embajadas diseminadas alrededor del mundo.

Kissinger estuvo a cargo de la Secretaría de Estado bajo los mandatos presidenciales de Richard Nixon y Gerald Ford, fue consejero de seguridad nacional del primero y cerebro de la política exterior de Estados Unidos en aquellos años en que se gestaron las dictaduras latinoamericanas. Respaldó los golpes militares que se sucedieron en Uruguay (junio de 1973), Chile (septiembre de 1973) y Argentina (marzo de 1976), instigó el exterminio de opositores políticos en la región y alentó la Operación Cóndor.

Todo eso con el Premio Nobel de la Paz bajo el brazo.

(Más información en la edición gráfica número 1008 de ANALISIS del jueves 28 de agosto de 2014)