Antonio Tardelli
El funcionamiento institucionalizado de un partido político, exhibiendo a cara descubierta los ingredientes de su debate y saldando mediante los procedimientos de la democracia representativa sus cuestiones internas, es un espectáculo claramente infrecuente de la democracia argentina de este tiempo. Ni el peronismo kirchnerista nacional y popular ni la derecha neoliberal se hallan en situación de discutir así: el uno por obsecuente y la otra por mero seguidismo al líder e inexistencia efectiva, además, de estructura partidaria. La izquierda, en tanto, cae en otra variante de falta de democracia interna: en su caso el problema no es la existencia de una organización a la que responder, en la que encuadrarse, sino, por el contrario, la inorganicidad absoluta (en términos de espacio amplio) que impide sentar las bases de una discusión que se salde en alguna parte.
Así, la reunión de Gualeguaychú, rara avis, constituye una novedad edificante para la política recuperada de verdad, o sea, la política de los partidos, única en condiciones de garantizar una eficaz canalización de los intereses sociales por fuera de los liderazgos autocráticos y las demandas corporativas.
La otra dimensión es claramente inconveniente. La discusión democrática del radicalismo tuvo como resultado la peor solución en términos de, diríase, pureza doctrinaria. Expresa la aprobada alianza con el Pro una evidente derechización del radicalismo. Le costará a la UCR asociar sus mejores tradiciones transformadoras y progresistas con su acercamiento a una expresión conservadora como la que encabeza el empresario jefe de Gobierno de Buenos Aires, Mauricio Macri.
(Mas información en la edición gráfica de ANALISIS del 26 de marzo de 2015)