Por Gustavo Lambruschini
(Especial para ANÁLISIS)
Aquéllos debieran resultar escandalosos, no sólo para la mencionada opinión pública, sino sobre todo, para un putativo Poder Judicial republicano y democrático, habituado a velar sin complicidades, sin cálculos espurios y sin componendas por la Libertad y la Justicia, i. e., un hipotético Estado de Derecho. Valga prestar atención acerca de que los abogados se hacen llamar "auxiliares de la Justicia" y que quien preside su colegio debiera actuar congruentemente con tal auto-comprensión. Pero, entre nosotros, como ha constatado un célebre Filósofo (weberiano) del Derecho, el poder es la impunidad. En efecto, el poder en general, i. e., el económico, el clerical, el patriarcal, el militar, el de los funcionarios del Estado de clases, el de los magistrados, y hasta el "microfísico" de los burócratas estatales, no sólo es impunidad, sino que aparece nimbado por una aureola sacrosanta; y en general, la inmensa mayoría, de manera más o menos obscena y culposa, aspira a tenerlo y aun a detentarlo en el sentido del diccionario. Así pues, lo más escandaloso de un escándalo es que se naturalice, que se tome con indiferencia, que no provoque indignación, i. e., que la vulneración de la "dignidad humana" (la Libertad y sus conquistas) no se transforme en revueltas verbales, morales y políticas.
Pasados pocos años desde un punto de vista histórico, alguien podía ser testigo de cómo un magistrado obeso acostumbraba a hacerse atar los cordones de los zapatos, daba una "patada en el culo" e increpaba a la "sirvienta", diciendo callate, negra peronista. También, en la Escuela Normal de Paraná se asistía a cómo se separaban coactivamente los alumnos católicos para aprender el catecismo (el sacrosanto fidei depositum), de los judíos para enseñarles moral, seguramente porque los judíos no tenían moral. El patrón de estancia abusa de la "rusa" o de la "negra" o de la mujer o de la hija del "colono" y hasta organiza un falso casamiento. El cardenal encubre a los abusadores y corruptores de menores en el seminario. Un convento es sencillamente un centro clandestino de detención y tortura. El arzobispo bendice las picanas eléctricas y reconforta moralmente a secuestradores, torturadores y sicarios. La coacción estatal les mete la mano a los contribuyentes para financiar un culto falso e inmoral que aborrecen. El convento es una guarida en que los ladrones esconden dinero mal habido. La legislatura es un aguantadero. Pasando de cama en cama, se encumbran magistrados. El profesor seduce a las estudiantes que podrían ser sus hijas. Policías manejan el narcotráfico, la prostitución y el juego clandestino. El gobernador o el funcionario o el burócrata sindical, que llegó pobre y se vuelve rico, roban obscenamente y no reciben reproche moral ni político ni jurídico. El primer mandatario y sus criminales secuaces con prolongada impunidad roban cínicamente y aun mandan a matar. La maestra supersticiosa llama a exorcizar a un alumno y la jerarquía escolar la consiente. El propietario burgués abusa verbal y hasta sexualmente de las empleadas expoliadas. Policías y soldados perpetran crímenes de lesa humanidad, secuestrando, torturando, asesinando y repartiendo a la rebatiña los vástagos de sus víctimas.
(más información en la edición número 1064 de la revista ANALISIS del jueves 10 de agosto de 2017)