D.E.
—¿Cuándo se inició tu vinculación con Gustavo Rivas?
—Comenzó más o menos cuando yo tenía 13 años; creo que era 1993. Y se extendió por varios años. Era común ver en la casa de Rivas algún adolescente de 16 o 17 años, que era la última edad que recibía Gustavo. Siempre había uno más grande que te acompañaba; así era la cadena. A nosotros nos llevaba un compañero del club y la escuela. Un amigo de toda la vida nos llevó a todo el grupo. Recuerdo como si fuese hoy. Nos hizo esperar apenas llegamos, era la casa de la madre. La vivienda que tiene ahora estaba en construcción por esos días. A la casa de su madre, donde él vivía, entrábamos por el hall y a la derecha había como si fuese su estudio o una mesa. Era chiquito el lugar. Y en ocasiones especiales íbamos a un hall, ubicado a la izquierda. Esos encuentros eran más lujosos. Cuando iban chicos a tener sexo con él, los que estábamos tomando alcohol, nos quedábamos a la derecha y él recibía a los chicos en el comedor. No usaba las piezas porque estaba la madre.
—¿Y cada cuánto eran esos encuentros?
—Eran una vez por semana. Concurríamos siempre a hacer la previa a lo de Gustavo. Uno llamaba por teléfono tipo 6, 7 u 8 de la tarde y él te daba el okay de si te esperaba a la noche. Cuando arrancamos, a eso de los 13 años, muchas veces nos pasaba a buscar en su auto por donde nosotros le decíamos. Lo hacía con muchos de nosotros. Eran tantos los grupos que iban, de diversos colegios, y él les iba dando la prioridad. Según su gusto, te diré que buena parte de la adolescencia de Gualeguaychú iba a sus encuentros. Había que sacar turno sí o sí. Eso era innegociable. Sabíamos que al llegar teníamos canilla libre de alcohol para hacer la previa al boliche. Uno tocaba timbre y ahí se metía. Los grupos no se juntaban ni se veían entre sí. Estaba todo perfectamente coordinado. Todos veníamos caminando por la vereda, muy precavidos, en grupos de seis personas. Él se enojaba si no era de esa manera, en cuanto a tener la precaución de que nadie viera. Nos esperaba con la puerta abierta y ahí nos metíamos rápido.
—¿Y cómo los recibía Rivas?
—Nos recibía vestido solamente en calzoncillos tipo slip. Aunque a veces también lo hacía desnudo. Nos daba un abrazo, un beso en la mejilla y uno quedaba medio duro. Pero era así. Jamás lo vi vestido de mujer ni nada de eso. Cuando nos recibía en calzoncillos se lo cavaba en la cola. Nos sentábamos todos. Nos preguntaba qué queríamos tomar. Siempre había una mesa llena de bebidas blancas; nada de comida, siempre bebida. Nos charlaba, tiraba chiste y cada 10 minutos hacía un saludo grupal. O sea, se levantaba y nos daba un beso a cada uno en el cuello y se hacía el bromista. Los que después tenían relaciones con él pasaban a un sector de la casa (en lo de la madre, al comedor y en su casa nueva, arriba). Hacía cosas como pararse sobre la mesa y sacarse huevos duros del ano. En ciertas oportunidades le pagaba a un chico de un barrio humilde y tenía relaciones con él adelante nuestro. Disponía de un maletín que le llamaba “los elementos de tortura”. Le encantaba filmar las escenas de cuando le iban metiendo cosas que iban de menor a mayor tamaño. Y nosotros teníamos que mirar eso. Los traía y ponía en agua tibia antes a esos elementos y hacía el show con el chico que traía pago frente al grupo.
(Más información en la edición gráfica número 1065 de la revista ANALISIS del jueves 24 de agosto de 2017)
