Natalia Buiatti

El cura sanador de Lucas González acaba de ser condenado por Abuso Sexual Eclesiástico. Fue el primer juicio oral en la provincia que abordó la problemática y se definió con una condena fuerte hacia un religioso por corrupción de menores: le dieron 25 años de prisión y permanecerá en la cárcel hasta que la sentencia quede firme. El castigo judicial contra el colombiano significa también una advertencia a la Iglesia entrerriana y argentina; y una señal de aliento para víctimas y sobrevivientes de abuso.

La Iglesia Católica, una institución milenaria que cuenta con un inmenso apoyo tanto del Estado nacional como del provincial, y que no duda en marcar la cancha cuando políticamente le conviene, debería estar jugando un rol definido en estos casos, porque no se trata de gustos o elecciones, se trata de delitos ultrajantes contra los humanos, muchas veces niños que están a su guarda.

Es tan importante la postura pública que asume la Iglesia en estos casos porque orienta a sus feligreses, porque educa con sus decisiones y acciones. Si el postulado “tolerancia cero” emanado desde el Vaticano se aplicara, ¿por qué no se ha pronunciado por estos días, oficialmente, el arzobispo de Paraná Juan Alberto Puíggari? Sí se creó una comisión de “protección a los menores”, unos días antes de comenzar el juicio en Gualeguay. Pero los mismos files cuestionan que ese grupo no está integrado por sobrevivientes de abuso.

Es éste el estado de cosas que deja la puerta abierta a situaciones violentas contra sobrevivientes de abuso y familiares. Agresiones que particularmente en Lucas González se vienen repitiendo desde que comenzó la investigación judicial y no han dejado de suceder.

Golpes sin razón

“Estábamos bailando en un boliche de Nogoyá. Eran cerca de las 4.45 de la madrugada, el último sábado. Estábamos divirtiéndonos mucho con mi hermana y mi cuñado. Detrás de mí, en otro grupo de chicos, se puso el amigo de un ex monaguillo del cura. De a ratos me empujaba y me chocaba con los codos. Yo pensé que era una casualidad, pero en un momento determinado me empujó fuerte. También lo empujé. Él se dio vuelta y me preguntó ‘¿qué hacés?’ Yo le respondí que me estaba empujando y con sonrisa irónica me dijo que era sin querer. Me di vuelta y lo dejé. Pero me agarró de la mano fuerte y me dijo ‘tan guapito vas a ser’, apoyando su frente con la mía. Yo le contesté mal y me agarró a trompadas. Me pegó en la boca y la nariz”, relató Pablo, hermano mayor del primer niño que denunció al cura (NdeR: el nombre Pablo no es real. Por decisión editorial no se revela ningún dato que permita identificar a víctimas menores de edad).

(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS del jueves 7 de septiembre de 2017)