Hijos de la ideología

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¡Teléfono en la Redacción!

Por A.S.

—¿Volvió? ¡Qué grande!
—No, todavía estoy de viaje. Pero ahora por acá, por la zona nomás.
—¿En serio?
—No, no. Ya estoy acá. Digo, un poco en broma, porque ando de acá para allá, tapando todos los agujeros de los compromisos que tenía antes de irme y que retomo ahora…
—Le fue bien, me imagino, porque no tuve noticias suyas como en un mes. Y, como dicen los ingleses, “si no hay noticias, son buenas noticias”.
—Sí. “No news, good news”. Algunos dicen que en verdad esa frase, pero al revés, es la esencia del periodismo: “Good news, no news”, es decir, las buenas noticias no son noticia.
—Puede ser. Pero no me dijo cómo le fue.
—En lo personal me fue muy bien, todo muy emotivo y ciertamente impactante. En lo que tiene que ver con mis inquietudes, mi curiosidad y mis ansias de conocer, me quedé corto. “Tierra Santa” (que de santa no tiene más que los mitos) es un lugar verdaderamente interesante para conocer, para estudiar, para profundizar. Una sociedad heterogénea, compleja, contradictoria, llena de contrastes, de gente que tiene las mejores intenciones y las prácticas más ridículas, gente que dice anhelar la paz (que seguramente la anhela) pero todos los días hace cosas que obstaculizan esa posibilidad; gente que disfruta de las tecnologías más avanzadas y a la vez mantiene las tradiciones más conservadoras e injustas. Uno necesitaría mucho más tiempo para conocer y comprender esa sociedad.
—Mire, yo le preguntaba nomás. Pero si quiere explayarse…
—No, deje. Otro día hablamos de eso. Me gustaría que me cuente sobre todo lo que pasó en mi ausencia, en este mes. Si bien leí los principales diarios nacionales, seguramente hay cosas significativas, en especial en el pago chico, que se me deben haber escapado.
—No creo. Aunque si hacemos un repaso… A ver, apareció el cadáver de Santiago Maldonado, fue preso Amado Boudou, su testaferro Vandenbroele se ofreció como arrepentido, Macri ganó las elecciones por paliza, al otro día de las elecciones la nafta aumentó un 10%, en Nueva York un tarado del ISIS asesinó a una decena de personas entre ellas cinco argentinos, se supo a nivel nacional que en Gualeguaychú hay casi un enfermo de cáncer por cuadra, el dirigente de la Sociedad Rural Luis Miguel Etchevehere es el nuevo ministro de Agroindustria, condenaron a Guillermo Moreno y a Luis D’Elía pero ninguno de los dos irá preso, el gobernador Bordet desarmó su gabinete pero lo único importante es que se sacó de encima al nene Mauro Urribarri, 70 empresas entrerrianas fueron denunciadas por evasión, los asesinos de Micaela García fueron condenados… ¿sigo?
—No es necesario. Variado, el resumen. Varias de esas noticias se me habían pasado. Interesante. Le faltaron un par más recientes, que tienen que ver con la estrategia del macrismo, fortalecido por el resultado de las elecciones.
—Ah sí, pero ya estaba acá usté. Creo. ¿Se refiere a los acuerdos, el pacto fiscal, la reforma laboral, la previsional, etcétera?
—Claro. Parece que el Gobierno sí sabe qué hacer con los votos que obtuvo.
—Sí. Me acuerdo de lo que usté dijo en nuestra última charla: “Si les va como parece que les va a ir, estos tipos no sólo se van a comer a buena parte del peronismo, sino que ya van a empezar a pelearse entre sí los gobernadores del PJ para estar en la fórmula 2019 acompañando a Mauri.
—No joda. Eso lo dijo usté, no yo.
—¿En serio? Mire qué buen analista que soy…
—Muy gracioso. Déjeme que le pregunte en serio: ¿sobre Santiago Maldonado no se habla más?
—Y no. Pasó de moda el tema. Es tremendo pero en este país aún las causas más nobles tienen el mismo destino.
—Usté sabe que afuera del país, la gente progre, informada a medias, claro, tomó la desaparición de Santiago con mucha preocupación. He tenido que aclararles a varias personas que en la Argentina no estamos en medio de una dictadura que está desapareciendo gente y persiguiendo opositores… Aunque no lo crea, ésa es la imagen que empezó a crecer en el exterior, empujada por este trágico caso…
—¿En serio? Cuesta creerlo…
—Atenti, no le hablo de gente que está en nuestro rubro, que está sobre las noticias todos los días. Le hablo de personas comunes, que están en las noticias de su propio país y cada tanto escuchan sobre Argentina, sin profundizar demasiado. En serio creyeron que Santiago era algo así como un Che Guevara mapuche y que en nuestro país tenemos un gobierno que desaparece gente.
—Bueno, quizás si uno le pregunta a nuestros vecinos y vecinas tienen la misma desinformación sobre lo que está pasando en Catalunya o en Myanmar.
—Si es que tienen alguna información. Sobre Catalunya sí, creo que los medios locales lo tomaron bastante, dado que es en la Madre Patria. Pero difícilmente haya escuchado algo sobre Myanmar ese ciudadano o ciudadana que mira Tinelli y de vez en cuando los noticieros.
—Es lo más probable. Pero tenga presente que muchos de esos vecinos o vecinas sólo se enteran, por ejemplo, del drama de los agroquímicos en Entre Ríos cuando sale una noticia vinculada en un canal porteño o en un diario del exterior.
—Eso es cierto, dolorosamente cierto. A propósito, le traje un ejemplar de un diario francés, donde publican una nota sobre el glifosato en Entre Ríos. Allá se asombran. Acá ni se enteran, salvo cuando les pasa cerca, a una cuadra o menos. Pero quizás eso no sea tan malo, quizás sea una estrategia para no perder la capacidad de asombro, cosa que a quienes estamos más metidos en los medios ya casi no nos sucede: nada nos sorprende a esta altura, nada nos altera demasiado. Y eso, creo, es malo para la salud mental. Es bueno mantener la curiosidad y dejarse sorprender por los sucesos. Si no, nos convertimos en muertos en vida.
—Hablando de eso, quizás recuerde que un tiempo atrás hablamos de la paradoja de que en Entre Ríos se prohíbe por ley el fracking, que no hay, pero no prohibimos el glifosato, que sí hay y está haciendo estragos. Y encima el gobierno tiene el tupé de presentar a la provincia como ejemplo ambiental.
—La verdá, me alegra que diga estas cosas. Porque hasta hace poco tiempo el que siempre venía con estos temas era yo. Y usté me cargaba, me decía: “siempre en contra de todo, che”, y cosas así.
—Bueno, la gente cambia. Y hay otra que no cambia, como el ministro Etchevehere, que dice: “No pretendan frenar la producción en nombre de una imaginaria pureza ambiental”. El flamante encargado de Agroindustria dijo que la problemática de los agroquímicos son “planteos agoreros y apocalípticos” e “hijos de la ideología”.
—¿“Hijos de la ideología”, dijo?
— Ajá.
—¡Pero qué hijo de… la ideología!
—Realmente.
—En serio lo digo. Hay que estar muy identificado con una ideología cerrada y dogmática, o con intereses muy específicos y poderosos, para negar el desastre que están produciendo los usos descontrolados de los agroquímicos. Además, la ciencia ha producido suficiente información refrendada por controles científicos que prueban el daño de los agrotóxicos en el ecosistema completo, en los suelos, el aire, la tierra, los animales y los humanos que vivimos en ella. Que el ministro niegue eso es una muestra de que el “hijo de la ideología” es él.
—Estoy de acuerdo. Fíjese que la Unión Europa sigue discutiendo sobre el glifosato, por ejemplo. Volvió a prorrogar hasta fines de noviembre la decisión sobre el futuro del uso de ese herbicida en su territorio. Igual, lo de Etchevehere me hizo acordar al ex y actual ministro Lino Barañao, que es entrerriano, cuando dijo que el glifosato es, prácticamente, agua con sal.
—Ajá. Que vaya a explicárselo a los vecinos de San Salvador o de Basavilbaso, que casi tienen más glifosato que oxígeno en el aire. Además de cáncer. O a los estudios que realizó la UNLP, que aseguran que hoy no hay alimento que no contenga restos de agrotóxicos. O a los productores de miel del Uruguay, a los que Alemania les rechazó la exportación de miel más grande de su historia, porque encontraron glifosato en las muestras del producto. “¿Glifosato? —se preguntaron los orientales— ¡Si nosotros no usamos eso!”. Claro que no, pero las abejitas sí lo usan, no tienen más remedio: está en el aire. ¡Agua con sal! Ese Barañao y ese Etchevehere, no tienen vergüenza.
—Y qué simbólico, ¿no? Dos figuras de ambos lados de la supuesta grieta, con tan profunda coincidencia.
—Sí. Pero en nuestro país todo parece guionado. Hasta Bordet, reordenando su gabinete tras las elecciones, y luego viajando “por el pancho y la Coca”, con puras sonrisas hacia el Presidente, deja colgados del pincel a todos los kirchneristas entrerrianos, demostrando todo el tiempo que el kirchnerismo se terminó.
—¿En qué sentido lo dice?
—Que se terminó. Como farsa o como tragedia, elija usté, pero se acabó. Y el peronismo vuelve a ser lo que es, o sea: un significante vacío, como no diría Laclau. Un conjunto de dirigentes sin principios, que amasaron una buena fortuna y que en cada momento histórico encuentran la forma que sea para permanecer en el poder. Un grupo de convidados a la dirigencia más hábil e inescrupulosa de las altas capas de la sociedad argentina. Los ricos, bah.
—¿Los peronistas son ricos?
—Los de arriba, claro. ¿Conoce algún dirigente peronista importante que no lo sea?
—Hmmm, déjeme pensar.
—Ricos son todos. O aspirantes a ricos. Son historia aquellos dirigentes nobles, capaces de terminar sus vidas políticas con menos propiedades que cuando arrancaron. No sólo en el peronismo. No hay más Illias, ni Brasescos ni nada parecido en el radicalismo actual. Los macristas y sus socios radicales también son parte de las mismas clases dominantes, pero a diferencia de los peronistas, muchos de ellos no necesitaban llegar al poder para enriquecerse, porque ya estaban por propia cuna (o por “meritocracia”) en el eje de la acumulación originaria, diría un marxista clásico.
—Y por eso, a diferencia de los peronistas, éstos no necesitan romper las leyes para rapiñar. A lo sumo, estirarlas un poquito, a veces.
—O modificarlas. Y precisan cada tanto tener el poder para poner un poco de orden en sus expectativas de rentabilidad. Sobre todo cuando los otros descalabraron mucho la cosa al repartir un poquito de lo acumulado para disimular sus latrocinios. Para mantener calmos a los papanatas que los votan, a los desheredados que nunca van a tener otra opción, y a los intelectuales de morondanga que se mean de placer ante un discursito antiimperialista, ante la audacia de los “hombres de acción” o incluso ante la oferta del puestito oficial remunerado. Claro que cada tanto se desordenan tanto que tienen que volver los dueños del negocio a limpiar los platos sucios y sacar la basura a la vereda. Eso es el macrismo. Y aquello es el peronismo. Ricos, son todos. Unos más sucios y desprolijos. Pero ricos son todos.
—Complicadito su análisis. Mucha profundidá para esta módica charla telefónica.
—Simplifico si quiere: para ellos, para todos ellos, el asunto de los agroquímicos, casi como cualquier otra cosa, es sólo una cuestión de números. ¿Quiere escucharlo de boca de un exponente jerárquico de esas mismas dirigencias?
—A ver.
—El titular de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid), Pedro Vigneau, dijo que la indecisión europea sobre el glifosato, “pone en riesgo la producción en el Mercosur y la seguridad alimentaria global”.
—Apa. ¿La seguridad alimentaria global? ¿Eso dijo?
—Sí, señor. Y luego fue más claro: “Vigneau advirtió que sólo para la Argentina la decisión de no renovar el glifosato pone en juego 16.800 millones de dólares y condenará a los productores de cinco millones de hectáreas a abandonar la agricultura por no tener otra alternativa productiva”.
—Una cuestión de plata. De mucha plata.
—Desde ya. Pero hay más: “También consideró que el costo ambiental de la medida es incalculable y representará un retroceso para la sustentabilidad de la región”.
— “Incalculable”.
—Exacto. Y en efecto es incalculable, porque se niegan a calcularlo. Eso es lo que en las discusiones en economía y en filosofía política se denomina “externalidades negativas”.
—¿Qué cosa?
—Una externalidad es el “efecto (que puede ser negativo o positivo) de la producción o consumo de algunos agentes sobre la producción o consumo de otros, por los cuales no se realiza ningún pago o cobro”.
—Ahhh entiendo. Eso que no se calcula, pero que es resultado de la producción.
—Así es. Las externalidades son clasificadas en “negativas”, cuando una persona o una empresa realiza actividades pero no asume todos los costos, y los traspasa a otros, habitualmente la sociedad en general; y “positivas”, cuando esa persona o empresa no recibe todos los beneficios de sus actividades, con lo cual otros —habitualmente la sociedad en general— se benefician sin pagar.
—Mire qué interesante. Claro: si lo hicieran, si tuvieran que hacerse cargo de los gastos que ocasiona la contaminación en la salud de la población y la degradación del ambiente, la rentabilidad sería muy otra. ¿No será hora de empezar a calcularlo?
—Eso es lo que yo digo. Pero parece que todavía faltará mucho tiempo, si el responsable del área productiva dice cosas como las que dice. Y si el responsable de Ambiente, que debería ser quien lo plantee, es una especie de bufón del gabinete de Macri.
—Bueno, yo seguiría charlando, pero usté se puso demasiado serio. ¿Hablamos en quince días?

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