Antonio Tardelli
Es una gran cosa, claro, en términos comparativos. La norma, va de suyo, es inequitativa. Comporta una injusticia nueva para quienes en la Argentina sufren la instalada injusticia de la pobreza. Pero los manifestantes callejeros, los iracundos, convirtieron su aprobación en una alternativa preferible a la otra hipótesis que su accionar rupturista instaló como posibilidad: una nueva suspensión del funcionamiento del Congreso de la Nación. Ajustando, el Presidente Mauricio Macri les ganó. Más: los tirapiedras aportaron generosamente a la legitimidad del gobierno amarillo. Lo fortalecieron ante la opinión pública. La estupidez suele adquirir formas insólitas.
Hay algo peor que una ley injusta: que quienes reivindican o toleran la violencia como procedimiento político prevalezcan ante la soberanía popular expresada en la composición del Congreso de la Nación. El sistema representativo presenta tantas deficiencias que se vuelve innecesario describir sus miserias. Pero sólo ignorando la historia nacional en materia de violencia política puede justificarse la primacía de los prepotentes por sobre quienes ejercen una representación avalada por el sufragio ciudadano. Es verdad que la política no se agota en las instituciones estatales. Pero supondría un nuevo desvaríoel retorno a las consignas necias que sólo ven en el Parlamento, ese edificio de cúpula verde que los golpistas clausuran apenas se alzan con el poder, una materialización de lo que antaño se caracterizaba como la democracia burguesa.
Hay cosas más oprobiosas que una mala ley. Hay cosas peores, incluso, que un gobierno moderado o conservador. Hay cosas más abominables que una administración de derecha. Peor es que los patoteros, soldados ciegos que se autoconvencen de la justicia de su causa, predominen por encima de los mecanismos del Estado de Derecho. No es que lo que los sucesos de los últimos días constituyan una novedad para la Argentina. Ni que la participación popular carezca de sentido. Lo extraordinario es que se siga reivindicando la fuerzacon los sobrados antecedentes que certifican los peligros que se abren con comportamientos sectarios y altivos. Esas prácticas presumen de esclarecidas y se alzan, altaneras, contra la alegada inocencia de los incautos que apoyan políticamente al millonario Presidente de la República. Pero es que así son las reglas de juego, como bien sabe cualquier escolar. Corajudos son los que se arriesgan a la esforzada batalla de las ideas, combate desigual de naturaleza racional. Valientes son los que luchan contra los poderosos desde la palabra, impregnando sus acciones de un sentido ético, y no los revolucionarios de cotillón que se envalentonan haciendo puntería contra el escudo inerme de un policía o trompeando entre varios a un periodista.
Durante buena parte del lunes los uniformados parecieron buenos samaritanos. Es el efecto de sentido que genera la estupidez política.
(Más información en la edición gráfica número 1073 de la revista ANALISIS del jueves 21 de diciembre de 2017)
