
Mal que les pese a quienes todavía anhelan un sionismo progresista, igualitario y tolerante, el discurso brutal de Netanyahu, quien acaba de decir que se trata de una “guerra de la civilización contra la barbarie”, conecta con líneas centrales de la narrativa inaugurada por el fundador del movimiento.
Por Américo Schvartzman
Mientras sigue creciendo la preocupación mundial por la catástrofe que el Estado de Israel perpetra en Gaza, el responsable principal de ese desastre, Benjamín Netanyahu, salió a decir que “se trata de la guerra entre la civilización y la barbarie”. La frase de resonancias sarmientinas es una nueva muestra del supremacismo y la deriva fascista de quienes hegemonizan el sionismo en la actualidad y desde hace ya décadas.
Nada nuevo: “Bibi” y sus crueles corifeos han tenido expresiones semejantes e incluso peores en anteriores ocasiones, al calificar a los palestinos como “animales”, al argüir que “no hay inocentes en Gaza” o al aludir a Amalek, el pueblo “enemigo de Israel” en la leyenda bíblica, que un Dios brutal e insensible mandó a los antiguos judíos a exterminar.
En un mundo y en un contexto en el que líderes políticos de éxitos resonantes son capaces de decir cualquier cosa sin pagar costos, estas expresiones no pueden sorprender a nadie. Pero si es lícito soñar con un futuro de paz en Medio Oriente, una manera de allanarlo es revisar la narrativa dominante en el protagonista con mayor responsabilidad en el conflicto israelí-palestino, que es indiscutiblemente el Estado de Israel, y por ende el sionismo.
Si esa revisión se realiza sin concesiones ni indulgencias, se podrá encontrar una línea directa que conecta la frase de Netanyahu con algunos conceptos centrales presentes en el discurso del propio fundador del sionismo.
Pecados de la Edad Media
En una nota anterior cometí el error de atribuirle a Teodoro Herzl (el fundador del sionismo) un slogan que no acuñó (“una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”), pero que (para muchos) expresa el enfoque ambiguo y poco realista que desde el comienzo marcó la empresa sionista: el menosprecio, cuando no el franco desprecio, por la población realmente existente de Palestina cuando comenzó el proceso que décadas después, y gracias a las peores expresiones del antijudaísmo (como lo intuyó Herzl), culminó en la creación del Estado de Israel.
En su clásico libro “El Estado Judío” (1896), el fundador del sionismo sostiene que “los pecados de la Edad Media recaen actualmente sobre los pueblos europeos”, porque “somos lo que de nosotros se hizo en los guetos”, y todos los pueblos de Europa son, “sin excepción, vergonzosa o desvergonzadamente antisemitas”. Luego, cuando discute si crear el Estado Judío en Palestina o en la Argentina, resuelve, sin dejar lugar a duda: “Palestina es nuestra inolvidable patria histórica. Su solo nombre sería, para nuestro pueblo, un llamado poderosamente conmovedor”.
Y añade: “Para Europa formaríamos allí un baluarte contra el Asia; estaríamos al servicio de los puestos de avanzada de la cultura contra la barbarie. En tanto que Estado neutral, mantendríamos relación con toda Europa, que tendría que garantizar nuestra existencia”.
(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS, edición 1160, del día 29 de mayo de 2025)