Claudio Cañete
Pablo Andrés Ascúa es egresado del Instituto Superior de Música de la Universidad Nacional del Litoral. También es Magister en Interpretación de Música Latinoamericana del Siglo XX (Universidad Nacional de Cuyo). Conformó un dúo de guitarras con Walter Heinze (1998-2004), con quien grabó dos discos en el sello Shagrada Medra y realizó conciertos tanto en Argentina como Europa. Brinda regularmente conciertos como solista instrumental y en calidad de solista con diferentes orquestas. Además, integra el dúo Aguasur junto a la pianista Águeda Garay. Sones meridionales es su primer disco solista, en el que interpreta un repertorio conformado por obras de compositores latinoamericanos que se pueden considerar del ámbito académico o también denominado repertorio de concierto, pero con una característica común: todas toman como materia prima el folclore musical de sus respectivos países, el cual, luego de pasar por el tamiz creativo de cada autor, decanta en bellas obras de arte. Así, pueden apreciarse en este disco los Cinco preludios para guitarra, de Heitor Villa-Lobos (Brasil); la Sonatina Meridional de Manuel Ponce (México); El Decamerón Negro, de Leo Brouwer (Cuba); Maxixe, Villancico de Navidad y Danza paraguaya Nº 1, de Agustín Barrios (Paraguay); y Temple del Diablo, del compositor rosarino Marcelo Coronel. Vale decir entonces que el CD es de una exquisita factura, tanto en su contenido, en la calidad de sonido y conceptual desde su arte de tapa.
-¿Por qué le pusiste Sones Meridionales a tu disco?
-El disco está conformado por obras de compositores latinoamericanos, por eso es una manera de decir músicas del sur, de la América Latina. Por otro lado es un juego de palabras que surge de la combinación del nombre de una de las obras grabadas, “Sonatina meridional” y el ritmo del folclore cubano utilizado en el tercer movimiento de otra de las obras, el del son cubano.
-¿Qué temas y compositores están presentes en la obra? ¿Cuál fue el criterio que pensaste para el contenido de la placa?
-El Siglo XX ha sido, a mi parecer, uno de los períodos más extraordinarios e interesantes en lo que respecta al repertorio de concierto para guitarra, en especial en Latinoamérica. Es en este tiempo que, gracias a la acción de intérpretes y compositores, comienza a transitar el camino de las grandes salas de concierto, su ejecución se masifica, los conservatorios de música incorporan a sus planes de estudio la cátedra de guitarra y el repertorio se nutre de obras de envergadura, solista o con orquesta. Son precisamente algunos de los autores que interpreto en este disco quienes han cumplido un rol protagónico en este proceso, cada cual con su particular lenguaje musical. La exuberante energía de Villa-Lobos, la mesura, sutil y fina expresión de Ponce, el sincretismo del lenguaje musical de Brouwer y la frescura y sencillez de las piezas de Barrios representan lo que América evoca en nuestra imaginación: la pluralidad, la heterogeneidad, la fusión de culturas. Pero hay algo que une a todos ellos, y aquí sumo a mi amigo Marcelo Coronel: toman como materia prima el folclore musical de sus respectivos países.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
