Gracias por hacernos pensar

Foto UNO ENTRE RIOS

Tras la muerte del profesor Lambruschini.

Por Juan Cruz Butvilofsky (*)

Es muy difícil elegir las palabras para hablar de alguien que era exigente en el uso de las mismas. Es muy difícil elegir qué decir ante tantas cosas por destacar. No sé si hablar del profesor o del camarada, si es que puede separarse una de otra.

¿Cuán significativo en la vida de una persona puede llegar a ser un profesor? Bueno, el que pasó por Lambruschini sabe que mucho.

Cuando les estudiantes llegan a la licenciatura en Comunicación Social están acercándose a un mundo que les va a abrir la cabeza. Sobre todo en segundo año en la histórica cátedra de Corrientes del Pensamiento. Es el primer gran punto de inflexión, a ver si comprendes lo complejo y horrendo de este mundo. A ver si estás a la altura.

Cuesta. En mi caso, fue la materia que casi me hace tirar todo a la mierda. La rendí tantas veces que no recuerdo cuantas. Hasta ahí, el primer año de esa nueva etapa había consolidado esa estúpida idea de que me las sabía todas. Desde ahí, empecé a comprender que el aprendizaje es un camino inacabado, de ida y que en su transitar nos obliga a superar escollos.

En una de las tantas veces que rendí examen y me frustré, me tocó el oral con Lambruschini. Ya éramos compinches, aunque creo que él era compinche de casi todes. Antes de la mesa, llegaba rezando “Kant Perón un solo corazón”. El oral era Kant, toda esa materia era Kant. Yo no estaba para aprobar, hacía rodeos y guitarreaba mientras la pasaba mal por no poder responder. Él lo sabía y podía haber optado por dejarme divagar 5 minutos y mandarme a freír churros. No fue así. Me instó a pensar, recordar, reflexionar, ejemplificar, ponerme en crisis, elaborar, fracasar. No aprobé el examen, pero aprendí mucho más.

La militancia nos acercó, casi siempre me tocó estar del mismo lado. Provocativo pero con gracia, te interpelaba cada vez que no le gustaba algo. Lo hacía para que uno se quede masticando.

Siempre me pregunté cómo hacían los creyentes para ver la realidad con tanta crudeza como la mostraba Lambruschini. Siempre me pregunté como hacían algunos peronistas para ver la realidad con tanta crudeza como la mostraba Lambruschini. Creo que él quería eso, movernos la estantería de lo establecido para ver qué cosa nueva salía de eso.

Gustavo era eso, un militante del pensamiento. Te obligaba a pensar, era como un cachetazo que te ubicaba en este mundo, te mostraba que la cosa no daba para más pero te ofrecía, también, salidas solidarias para un mundo tan hostil y mezquino.  

Amable, inteligente, buen tipo. Cálido, compañero, solidario. Así era Gustavo.

Hace no tanto, en el marco de un proceso de tensión política interna de la FCE–de los que Gustavo disfrutaba- algunes intentaron enchastrarlo. Lo hicieron llorar y yo no me olvido. Pero esa angustia de la injusticia en su contra se expandió por todos los que sabíamos que era injusto. Duró poco la pretensión de esta gente, todes sabíamos de que madera era Gustavo Lambruschini.

La última vez que nos vimos y nos abrazamos (como siempre) fue en el ciclo de charlas periodísticas de ANÁLISIS y Canal 9 al que asistió con esa pasión de ir a escuchar a otros para pensar cómo cambiar las cosas. Nos chicaneamos con el fútbol, yo como siempre irreverente le pregunté: “¿Cómo es que vos, que sos un tipo solidario, no entendés la pasión popular? Se sonrió –también- como siempre. Yo sé que él estaba contento por mí, yo sé que el disfrutaba de saber que la exigencia que siempre nos inculcó tenía sus frutos.

Se murió alguien que hacía a este un mundo menos malo, alguien que hacía un aporte tremendo para dar vuelta toda esta realidad cargada de injusticias y dolor. Se murió alguien que mejoró a cada persona que pasó por su aula y si hubo quienes no lo hicieron, se lo perdieron. Curiosa paradoja, quién más nos enseñaba sobre la naturalidad de la muerte no nos explicó cómo hacer para tolerar sin dolor la suya.

(*) De ANALISIS.

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