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1144
“Los platos rotos”, el libro de Diego Cabot y Francisco Olivera, sobre la administración kirchnerista de los últimos diez años

“Los platos rotos” es el reciente libro de Diego Cabot y Francisco Olivera, ambos reconocidos periodistas del diario La Nación. Cómo se transformó el Estado argentino en diez años de kirchnerismo: de moderno y expansivo a elefantiásico, ineficiente y corrupto estatal donde el agua, el gas, el petróleo, la electricidad, los teléfonos, las rutas, las autopistas y las telecomunicaciones se volvieron botines políticos.

 

Por Diego Cabot y Francisco Olivera

 

—Déjenme dormir esta noche con él.

Era el más íntimo de los velorios. La presidenta había pasado ya varios minutos en soledad al lado del cuerpo de su marido, Néstor Kirchner, pero necesitaba un buen tiempo más para despedirse. En la planta baja, alrededor de esa escalera de caracol que conducía al cuarto de ambos, varios colaboradores, todavía en estado de shock, daban vueltas sin sentido, entre la confusión y cierto temor a incomodar a la jefa de Estado. Era el 27 de octubre de 2010. El santacruceño acababa de morir de un paro cardiorrespiratorio, y la escena final, desgarradora, permitía además desmentir varios mitos: más que la sociedad política de la que siempre se había hablado, Néstor y Cristina Kirchner eran un matrimonio que se profesaba afecto, admiración e incluso dependencia psicológica.

 

Cuando se desplomó sobre una mesa de luz —el golpe le provocó una herida profunda en el rostro— Kirchner estaba con el atuendo con que solía dormir: camisa, calzoncillos, medias. En un esfuerzo desesperado, su mujer lo había subido a la cama. Fue entonces trasladado de urgencia, en ambulancia, hasta el hospital de El Calafate, donde se le aplicaron ejercicios de reanimación. “No me podés hacer esto, no me dejes”, decía Cristina, aferrada a sus pies.

 

Pasados tres cuartos de hora, ella misma le preguntó a Luis Buonomo, titular de la Unidad Médica Presidencial, cuánto tiempo era aconsejable un proceso semejante sin dejar secuelas serias.

 

—Cinco minutos —contestó el médico.

 

La presidenta se convenció de que ya no había nada que hacer.

 

—Déjenme sola con él —ordenó.

 

Salieron todos. Antes de irse, uno de los médicos tapó con una sábana el rostro de Néstor Kirchner y recibió de ella un reto memorable.

 

Mientras tanto, Oscar Parrilli, secretario general de la Presidencia, recibía de los secretarios presidenciales la orden de ir preparando los aviones para el velorio y el entierro. Llevaron el cuerpo a la casa del matrimonio y, en la intimidad del cuarto, sobrevino aquella frase del comienzo:

—Déjenme dormir esta noche con él.

 

Algunos kirchneristas, como Aníbal Fernández y Julio de Vido, empezaron a llegar y poblaron la planta baja. También estaban Parrilli y Héctor Icazuriaga, jefe de la Secretaría de Inteligencia.

 

Recompuesta y con la situación ya asumida, la presidenta se dirigió por fin a María Angélica Bustos, su fiel ama de llaves.

 

—Cuca, ponele la mejor ropa que tenga.

 

Bustos vistió el cuerpo. No fue fácil bajarlo, entre varios, por la escalera de caracol. Tampoco meterlo en el cajón: se había subestimado la estatura del ex presidente. Entonces, intervino Parrilli.

—Sáquenle los zapatos.

 

Y así lo llevaron. Los funcionarios se iban notificando el uno al otro. Muy temprano, Javier Grosman, director ejecutivo de la Unidad Bicentenario, le había oído la noticia a un periodista del diario Perfil que cubría en Río Gallegos el desarrollo del Censo Nacional 2010, previsto para ese día. Cuando llamó a Juan Manuel Abal Medina para constatarlo, solo recibió por respuesta un llanto del otro lado de la línea.

 

—Ya está, no te preocupes, Juan Manuel. Entendí.

 

El rol de Grosman, un productor profesional al que el kirchnerismo le debe éxitos comunicacionales como Tecnópolis o los festejos por el bicentenario de la patria, es aquí relevante porque fue él quien se encargó de la organización del velorio, que se pensó inicialmente en el Congreso y se concretó en la Casa Rosada ante una multitud que hizo cuadras de fila para despedir a Kirchner.

 

Ya en el avión hacia Buenos Aires, la jefa de Estado, que custodiaba el cajón junto con su hijo, Máximo, le avisó por teléfono a Florencia, la otra hija del matrimonio, que volviera inmediatamente desde Estados Unidos.

 

(Más información en la edición 1144 de la revista ANALISIS del jueves 21 de septiembre de 2023)

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