La famosa palabrita libertad

Supongo que aunque gobernase algún radical, un socialista y hasta un vecinalista, aparecería este pequeño ser irascible que ante cada maniobra dudosa en el tránsito, ante cada bache añejo, ante cada mugre sin juntar y pastizal de dudosa ecología que crece en terrenos públicos, salta como un resorte liberado de golpe y que a fuerza de tanta arte marcial, yoga y meditación quiero comprimir a una existencia remota, en algún rincón lejano de mi ser.

Quiero decir, parecería quizás que el aparecido que se enfurece lo hace por una cuestión de oposición a una ideología, o de la pseudo-ideología de hoy, pero no; no se trata del “Gobierno vs. El campo”, “K contra Clarín”, “Lilita vs. Fernández”, “FMI vs. Los pobrecitos del mundo”, “la libertad de expresión vs. El autoritarismo y la crispación”, etc. etc. etc. No, no, éste mal interpretado intemperante al volante (aunque suene feo) que surge y explota (cómo lo entiendo a David Banner y a Hulk) es un pequeño ser indignado por ver las humanísimas adaptaciones que hemos naturalizado por vivir en una ciudad desolada, abandonada (luego de ser hábilmente saqueada, no por turbas de pobres almas pobres, si no por algunos pretendidos “representantes del pueblo”) en un ejercicio de la libertad asqueroso y despiadado, un “liberalicidio” o “liberticidio” si se prefiere, el ejercicio de la libertad de la ley de la selva, el de retrotraer una sociedad al primitivismo de la ley del más fuerte. Esas dos leyes son las que más se cumplen en Paraná y la tercera es la ley de la gravedad: cada vez que uno vadea un bache, cae por imperio de la física y cada vez cae más hondo, más ancho y más largo, casi como en las olimpíadas: “más lejos, más alto, más fuerte”.

Hace años, cuando se empezaba a entrever el colapso del espacio público yo bromeaba diciendo que los intendentes no arreglaban las calles porque andaban en 4x4, era la época hoy maldita de los 90, cuando Darín, Ricardo, había comprado una Pathfinder haciéndose pasar por rengo, o algo así. Y claro, tanto bromear en el pasado, compré una 4x4 y ahora los pozos no me duelen como con el 147, que cada vez que golpeaba se transformaba en sonajero. No, ahora no lidio tanto con eso, pero el enano gorila sigue viniendo y se enoja con cada uno que frena en el medio de Avenida (¿??????) Zanni para doblar a la izquierda, parando a todo el que viene detrás; por cada moto que pasa por la derecha (digo a izquierda y derecha, para no ser tendencioso, claro); con cada auto sin luces, sin frenos, sin puertas; con cada moto con capacidad para 3, 4 y hasta 5 pasajeros (un bebé seguro que viaja); con cada auto de ultimísimo modelo de más de 30 mil dólares al que, misteriosamente, no le funcionan los guiños; con los semáforos que nos permiten conocer cada rincón de la ciudad, a fuerza de a-sincronía (es una estrategia turística, ¿no lo sabían?); en suma, con una ciudad pensada hace 50 o 60 años para ser grande y bella y que hoy es una colección de proyectos olvidados.

Se puede decir seguramente que es un planteo superficial, porque sólo habla del tránsito y quizás sea cierto; pero la verdad es que para mi el tránsito es un perfecto remedo, metáfora, de cómo somos y cómo estamos. Claro que podría hablar de las escuelas, la corrupción, lo mal que nos tratamos en los lugares públicos, pero ando más en la calle como conductor, que lo que voy a la escuela y, a dios gracias, no he visto tanto desorden en esos otros ámbitos, que por suerte aun tienen matices, no como en la “puta calle”, donde hay una libertad irrestricta, que es ejercida sin importar el nivel de ingresos, instrucción, expectativas, etc., etc. Cada uno hace lo que quiere: si me piquetean yo, acelero para llegar antes; si no resuelven el problema de mi gremio, corto la calle… ¿y los mediadores dónde están? ¿No son “las instituciones-poderes-autoridades”, “los políticos”, “los representantes” los que tienen que mediar? Miren esas palabras: “instituciones”, “poder”, “autoridad”, “políticos”, “representantes”, sinceramente, ¿no les suenan a malas palabras?

Me parece que nos hemos degradado mucho, como sociedad. Y me parece que el camino de recuperación es, sigue siendo, fue y será, desde adentro hacia afuera, personal e intransferible y comienza encarnando cada uno por su cuenta la parte que le toca en esas malditas palabras que remarqué antes, todos somos parte de instituciones, tenemos un cierto poder (al menos el que le hacemos pagar a nuestros pares en el mal manejo de la moto, el auto, la bici o como peatones), representamos una autoridad, somos y debemos ser un poco políticos y representantes (sería deseable, si no ¿que será de nuestros hijos?).

Para esto, y terminando con este comentario político-circulatorio, cabe recordar una frase usada por aquel famoso general que decía muchas frases y no todas propias (“la única verdad es la realidad” es de Aristóteles), don Juan D. Perón “el pescado se empieza a pudrir por la cabeza”, que es una perfecta descripción de lo que nos ha pasado como sociedad. Entre otras cosas, como sociedad dejamos que unos maniáticos militares (años 30, 40, 50, 60 y 70, nada más y nada menos), en nombre del orden, la decencia y “la reserva moral de la patria”, asaltaran el poder y las instituciones del Estado, encarcelaran sin juicio, reprimieran sin razón ni medida la expresión de lo diverso, prohibieran ciencia, arte y pensamiento y, final cantado, mataran gente a mansalva y entonces, a la luz de tanto mal, en lugar de dudar de salvadores mesiánicos, terminamos convenciéndonos que toda autoridad es autoritaria y que poner orden es casi un asesinato, que ser decente es de derecha y que si roban pero hacen no están tan mal si es que no es bueno o tolerable, y seguimos buscando ese salvador/a (hoy civil) que nos saque del abismo, que nos dé, que nos solucione los problemas, y ¡no! Somos nosotros los que tenemos que comprometernos en la tarea, sin verso, sin ser todos políticos profesionales, intendentes o técnicos de futbol; no, tenemos que hacerlo desde nuestro lugar y respetando a los demás en los lugares de vida común, por ejemplo en la “puta calle”.

Aun me queda fe: puede ser posible empezar a reconstruir una vida pública mejor, más respetuosa, amable y amorosa, de a poco, pero con algunas señales de reverdecer y, luego, madurar, porque leí otra frase que me parece que no era de las del general aquel, pero que completa la anterior, “cuando la cabeza se mueve la cola también”. No busquemos un salvador, exijamos que se muevan, que no nos usen de… excusa, exijamos sin miedo autoridad legal y legítima, justicia independiente y demos el respeto necesario a la autoridad legal y legítima y a la justicia independiente, sin preguntarnos tanto “por qué a mi” cuando nos toca dar una explicación, rendir cuentas o pagar una multa y sí cuando nos tocan algunas a favor (ir a una buena escuela o universidad gratuita, etc.), pero claro, al mismo tiempo pidamos que la cabeza se mueva y no como lo pide Giordano Roberto, si no también por dentro.

Osvaldo C. Trossero
DNI 21.662.909

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