Por J.C.E. (*)
¿Cuáles son los avales que respaldan la designación del cuestionado ex gobernador de Entre Ríos, entre otros cargos, para desempeñar la representación argentina como titular de la Embajada Argentina en Israel?
¿Cuáles son los méritos? ¿Qué prerrogativas lo asisten para que los molestos fiscales y jueces entrerrianos no hayan cuestionado la candidatura ni ahora el Decreto 438/2020, publicado el 7 de mayo en el Boletín Oficial de la Nación que, con la firma del Presidente Alberto Fernández, donde se confirma su nombramiento?
¿De esta manera pensará Alberto Fernández manejarse en temas políticos de su interés que nuestra escasa cultura cívica deja pasar por alto por ser lejanos a los intereses de determinados sectores de una sociedad que ignora en elevados porcentajes quiénes son sus embajadores en el exterior y para qué sirven?
Hasta los más desprevenidos perciben un tufillo de conveniencia en la nominación de Sergio Daniel Urribarri: no importunar innecesariamente al Presidente y que el flamante representante se mantenga lo suficientemente lejos para que las causas judiciales que lo convocan se diluyan en las arenas del desierto.
Son cuatro años que tiene por delante para oxigenarse, para vivir de los dineros del Estado como si los necesitara.
Los periodistas, en una definición muy simplificada, estamos para contar lo que pasa. Y esto pasa.
Nuestra sociedad, ya a esta altura descreída de todo –o casi- parece haber optado por el dejar hacer, dejar pasar de lo fisiócratas franceses del Siglo XVIII, pero que trasladado a nuestros días adquiere significativa irrelevancia.
Y es esta sociedad la que sin demasiado interés contempla los manejos de un poder opinable que distribuye premios entre los propios y castiga a los extraños sumiéndolos en la más absoluta de las exclusiones y en la acumulación de todos los olvidos que, en realidad no son tales pero abren heridas de difícil cicatrización en los espíritus honestos.
Sergio Daniel Urribarri es el embajador argentino ante el Estado de Israel, un país joven de prohombres notables y mujeres aguerridas que escriben su historia todos los días.
Como argentinos hubiésemos preferido la integridad a la improvisación y un embajador que nos enorgulleciera por su formación y trayectoria. Las ocho causas judiciales “pesadas”, dicen los abogados, que lo convocan no serán indudablemente la mejor tarjeta de presentación no para Sergio Daniel Urribarri, que no pasa de ser una circunstancia de poca monta, sino del Estado y del pueblo argentino que ocupan con esta maniobra espacios no queridos en la vidriera del mundo.
(*) Especial para ANALISIS.