Un kirchnerismo con ciertos moldes procesistas

Por Luis María Serroels (*)

En política, tarde o temprano, las cartas se terminan mostrando sobre la mesa. El poder nunca es ni será eterno. Acto fallido o ensayo general, deja cicatrices dolorosas. Todos saben que el plan electoral –ya imposible de disfrazar ni diseñarles subterfugios- entraña graves peligros a la hora de contar las boletas del oficialismo. Salvo que algún milagro revierta la situación en que el kirchnerismo está empantanado, Cristina Fernández poco a poco irá perdiendo la costumbre de paladear las mieles del poder. Su guerra personal contra el Código Penal es desgastante. La altanería es pésima consejera y la durabilidad lo es mucho más.  Las herramientas del poder no tienen garantía en el orillo. Tampoco la certeza de que la justicia sea tan magnánima a la hora de rendir cuentas. La victoria macrista de 2015 siempre tuvo los ingredientes de una derrota personal dolorosa con sabor a desorientación. Hoy se sienten aromas de repeticiones a la hora de los cambios, salvo que se den modificaciones muy profundas que un sesgo de la economía no parece percibir.

Las diatribas a las que Alberto Fernández  -entonces ya alejado del poder- le obsequió a Cristina por TV, se transformó en mayo de 2019 por extremas necesidades en una alianza impregnada de mutua desconfianza.

El proyecto esencial consistió en barrer todo vestigio de imputaciones tribunalicias que deban ser aclaradas ante fiscales y magistrados. Y hasta ahora no se advierte vestigio alguno que permita dar tranquilidad a la vicepresidenta.  Las condiciones peligrosas no decaen en la medida en que la altanería no se da un baño de racionalidad y humildad.

El poder político sigue estando legítimamente en manos de quienes el electorado decidió. Tan auténtico como fue la victoria de Mauricio Macri, aunque no pocos lo atribuyeron a quiebres de cálculos apresurados.

¿Qué estrategia podrá diseñar Alberto Fernández si el Poder Judicial lo deja sin presidenta sustituta? ¿Alguien puede asegurar que no haya reacciones silenciosas de gobernadores del riñón cristinista y senadores nacionales oficialistas vislumbrando cómo ven tambalear cual castillo de naipes sus planes más deseados?.

La puja Cristina-Macri atribuyéndose sendas responsabilidades sobre la deuda externa, cuyos datos son simples de darse a conocer apelando a los organismos respectivos, lo certifican. El Ministerio de Economía de la Nación proporcionó a lo largo del 2020 (tomando deuda) en un contexto de crisis signado por el coronavirus, a un déficit fiscal récord en las últimas décadas. De hecho, la deuda pública se incrementó. La deuda bruta de la Nación (en diciembre de 2020), alcanzó a U$S 336.000 millones, superando en un 4% a los U$S 323.000 millones que debía en 2019. Pareciera que cada primer magistrado se las ingeniara para atribuir a los otros la responsabilidad.     

En el primer gobierno de Juan Domingo Perón, la deuda argentina era de 12.500 millones de pesos, pasando a ser acreedor por 5.000 pesos. El mismo Perón (1946-1955) canceló la totalidad de la deuda existente e incluso acordó préstamos por 210 millones de dólares a países como España, Italia, Bélgica y Finlandia. Hoy asciende la deuda “eterna”  a 332.000  millones de dólares. En su tronchado período constitucional, Arturo Frondizi tenía una deuda de U$S 1.051 millones.

En el kirchnerismo hubo un informe según el cual una deuda de U$S 178.000 millones, se elevó en 2014 a U$S 250.000 millones. En tanto en el periodo macrista, se le enrostró una disparada de deuda de 76% (U$S 120.000 millones en cuatro años), llegando a 277.648 millones del verde billete. Claro que los economistas de Cambiemos tuvieron otra  visión, retrucando a la actual vicepresidenta. “La deuda fue atribuida a ella”, sostienen economistas de Cambiemos, en un juego del Gran Bonete (¿Yo señor? ¡No señor!) Los jefes de Estado están para servir más que servirse. Útil resulta recordar que el enfriamiento del derecho de la clase pasiva fue parte de una política de reducción de fondos ordenada por Cristina Fernández. Quienes acudían a tramitar el 82%, se hallaron con que la mandataria rechazó la medida sabiendo que quienes acudirían a la justicia, fallecerían antes de obtener fallo favorable. Miles y miles de damnificados lo sabían (y ella mejor que nadie). Cuando el Congreso finalmente con todos los bloques sancionaron el 82%, CFK vetó la ley (en el momento de firmar el respectivo decreto, sus colaboradores la aplaudieron).

El kirchnerismo en retirada  tras 12 años, dejaba las cuentas públicas con un rojo de 350.000 millones de dólares.

Por ese entonces  parte del festival de bonos emitidos por la guía mágica de Axel Kicillof (el Boden 2015), se desconocía cuántos subsistían impagos, cuál era la agenda de cancelaciones con plazo cercano y cuántos nuevos bonos lanzaría manteniendo la deuda exterior sin mejorar.

¿Qué dijo el actual gobernador de Buenos Aires en rol ministerial cuando pidió a la población que no se preocupe, que esto ha sido perfectamente estudiado?  Tanto que terminó pagándole al Club de París mucho más de lo que debía hacerse (datos revelados indicaron que sin negociar intereses y punitorios sobre un capital de U$S 4.955 millones originales, se terminó pagando U$S 9.690 millones).    

El economista Ismael Bermúdez aclaró que el tan festejado pago a bancos, empresas y particulares, no se hizo con fondos propios del gobierno sino con reservas, tomando más deuda del BCRA. Pero lo cierto es que la persona que asume y ocupa un espacio de semi mandataria-mandamás, ahora también ocupa el rol de cruda co-anunciadora: “No podemos pagar porque no tenemos la plata para hacerlo”. Y con  gran descaro, presidente y vice atribuyen las dificultades diciendo “la deuda que heredamos es impagable” (sic).

En la habitual columna semanal de Clarín del gran humorista Alejandro Borensztein (herencia de su talentoso padre Tato Bores), demostró que “la risa es cosa seria”.

El domingo 28 de marzo –jugando con la seriedad del humor- destrozó a la pareja presidencial. Pero lo más increíble fueron historias de Alberto Fernández a partir de su militancia muy comprometida  como funcionario del gobierno que indultó a Videla y Massera. Examinar la vida política del actual primer mandatario –con detalles que Borenstein conoce al dedillo-, ameritaría declararlo políticamente  insano. 

¿Cuántos émulos de “Fernández”  de los que coqueteaban con el Proceso denostaron y hasta debieron rendir cuentas ante los jueces, mientras uno  de ellos sorteó sus dificultades con la justicia e  incluso hoy conduce el gobierno nacional, preside el Justicialismo y hasta idolatran al kirchnerismo? 

La nueva política judicial en ciernes ordenada por CFK y avalada por el presidente, son algo así como tramos aciagos del Proceso por otras formas. Borrar a mano abierta los actos de corrupción de CFK, es la médula de una política que no puede admitirse.

Cuando la máxima autoridad de la Nación abona un plan de atropello con modificaciones en las normas judiciales a “piacere” para convertir a una persona corrupta en un dechado de virtudes, todo está perdido. Cuando el concepto de verdad y honradez se esconde debajo de la alfombra para manosear a la auténtica justicia, llega la hora de arrancar de cuajo a las malas mañas y decir: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que sí me preocupa es el silencio de los buenos”. (Martín Luther King).

(*) Especial para ANALISIS

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