Por Luis Novaresio (*)
El presidente aprovecha un acto público para responderle a un periodista que pifió reclamando formateo autoritario para la Argentina. El mismo mandatario se obsesiona y chatea con una periodista porque está al aire y no comparte su modo de ver las cosas. Alberto Fernández borra de un plumazo discrecional las clases presenciales pero asiste al lanzamiento del instituto de política pública de su partido sin guardar distanciamiento y con poco cuidado por los barbijos. Y así, mucho. Todo el tiempo. Reiterado.
El Presidente de la Nación invierte tiempos de su enorme magistratura en pequeñeces anecdóticas. Un empresario importante cuenta a sus amigos que estuvo reunido dos horas con él en Olivos y dice: “Me sorprende que pueda dispensarme tanto tiempo, y, supongo a muchos otros colegas cuando hay un país que estalla desde lo sanitario y lo económico”. No es el único que se impacta por la distribución de los tiempos de trabajo de quien gobierna. No es el único que señala la perniciosa verborragia incontrolable del hombre que sucedió a Macri con desplantes verbales o enojos inesperados. El mundo de Fernández parece pasar por las redes sociales y sus discursos antes que por la realidad que lo atenaza.
En este último aspecto, la insólita crisis que determinará la salida del responsable ultra K de energía supera el modo rocambolesco con el que echó a su ministra de Justicia y muestra el estado de las cosas. Ahora, la renuncia fue por etapas, siempre en público y desprolija, casi sucumbió con actos de resistencia a dejar el cargo. Mientras Fernández chateaba o tuiteaba sobre vaya a saberse qué, su gabinete y su concepción de gobierno sobre qué pasa con los precios de las tarifas crujía al punto de no saberse qué piensa al respecto. Porque ya no es solo grave la salida de Federico Basualdo de la Subsecretaria de Energía. Lo crítico es que no se sabe si el presidente manda en esa área. ¿Sólo allí cabe la pregunta?
Alberto Fernández volvió a actuar en soledad a la hora de decretar medidas sanitarias frente al huracán Covid. Parado sobre una base de adjetivos (siempre denuestos para la ciudad de Buenos Aires, claro) antes que en una realidad que por sí sola se puede sustantivar, volvió a quebrar la posibilidad de reconstruir su autoridad de palabra. Dijo que no hay clases en la capital y hoy lunes miles de alumnos de primaria dirán su presente ante sus maestras. La obsesión del presidente pasaba por esa hora en hacer tuitear a sus ministros el clip estatal celebrando la llegada de 10 millones de vacunas dos meses más tarde de haber prometido 25 millones. ¿Comparte el gobierno nacional la arremetida del gobernador Kicillof que le robó horas de embotellamientos a los automovilistas que suponían que no eran horas de restricciones?
¿Cómo se entiende este divorcio entre lo que está pasando y lo que le pasa al presidente? Nadie puede pensar que Fernández no ve la magnitud de la crisis sanitaria que padece la Argentina. Menos, el horizonte incierto de la economía. La opción de la resignación presidencial frente a lo que no maneja parece temeraria. Sin embargo, el resultado es evidente. Cristaliza por estas horas una sensación de que en lo que pesa, hay que mirar para otro lado y no para Balcarce 50. En cambio para lo que suponga pirotecnia verbal o discusión de bajo vuelo, con el Twitter del servidor número uno, alcanza.
(*) Periodista. Publicado en Infobae