Por Antonio Tardelli (*)
Si todo es posible, y nada es inverosímil, es porque previamente se han generado las condiciones para que así sea. Por lo general las sociedades avanzadas prevén límites, aplican frenos, imponen alguna clase de contención. Poco de eso ocurre en la Argentina, país caracterizado por la ineficacia pero fundamentalmente por un alarmante sentido de la anomia.
No hay norma. No hay ley. Carecemos de institutos permanentes. En realidad, no es así. No es que las normas no existan. Actuamos como si no existiesen. O nos volvemos expertos en burlarlas.
Los fabricantes de alimentos entregan ahora sus productos de siempre con pequeñas variantes: con o sin gluten, con o sin tal cosa, con o sin trampa. Una fórmula mejorada. Una variedad sana. Ha dejado de ser el producto de antes, el que –desde luego– permanece en la lista de precios máximos como si la norma fuera eficaz.
La disposición del Estado (del aparato estatal que congela precios) también puede ser eludida con un anticipo de novedades. Las compañías productoras adelantan sus nuevos artículos: es una muy oportuna cuestión de calendario que gambetea el control estatal. Los supermercados pueden adquirir los productos tradicionales pero se ven obligados por los fabricantes a comprar de lo nuevo si también quieren de lo viejo.
Son las reglas del mercado, ni tan eficiente ni tan transparente ni tan equitativo como proclaman los Milei del mundo.
El Estado conoce mejor que nadie todas las trampas. Asiste a ellas haciendo a veces lo que puede y avanzando a veces hasta donde quiere. Es una pelea de tahures.
Las inspecciones gubernamentales fracasan porque los burócratas pueden ser más o menos competentes, o más o menos honrados, pero también porque la legitimidad estatal está profundamente averiada. Nadie en su sano juicio está de acuerdo en hacerle caso a un señor que emite moneda espuria, que adultera estadísticas, que es asaz ineficiente o que legitima privilegios. Nadie obedece de buena gana a un Estado muchas veces administrado por gentes (por decirlo de un modo eufemístico) cuya decencia no está probada.
Con su extra de ineficacia, además, ese aparato estatal contribuye a que todo sea posible. A que todo sea probable.
No sabemos muy bien si fueron afiebrados anarquistas quienes de madrugada arrojando bombas molotov pretendieron prenderle fuego al diario Clarín. Puede que sí. No encuentran en el registro nacional la huella digital estampada en uno de los artefactos por lo que todo lo que hasta ahora sabemos del asunto es que probablemente uno de los involucrados sea extranjero.
No parece un avance significativo.
Pero bien podría ser, ¿por qué no?, que para satisfacer a sus jefes algunos individuos más papistas que el Papa, que el Papa que se enoja con Clarín, hubieran decidido emprender un acto de justicia por mano propia. Podría tratarse de la vieja historia de los custodios. De los Ríos y de los Yabranes. Porque como entonces (vaya continuidad) el poder sigue siendo impunidad.
Perfectamente podrían haber pasado a la acción sujetos enfervorizados que militan en un oficialismo que hostiga a la prensa. Pero no podemos estar seguros. No hay información que avale la hipótesis.
No podemos saberlo, en definitiva, porque el ineficiente aparato estatal no nos termina de confirmar una cosa o la otra. No nos confirma que los incendiados sean anarquistas ni sicarios paniaguados del gobierno. Nada nos confirma salvo la certeza, porque la famosa huella no ha sido encontrada en los registros autóctonos, de que en el hecho ha participado un extranjero.
No sabemos quién (qué gendarme) mató a Rafael Nahuel.
Quién a Facundo Astudillo. Quién a Luis Espinoza.
Quién al militante mapuche.
Quién al quiosquero de Ramos Mejía.
Con su impotencia ancestral, o sea con su incapacidad para alcanzar los resultados para los que fue creado, el Estado reconoce que cualquier cosa es probable.
Que todo es posible. Que cualquier cosa es verosímil.
Nos dice, con su inacción, que las reglas se esfuman y que la norma desaparece.
Que crece, bien regada, la anomia.
(*) Periodista. Especial para ANÁLISIS