La interminable degradación de los Fernández

Por Ernesto Tenembaum (*)

Cualquiera que conozca mínimamente la historia política de la humanidad sabrá que los líderes de un país no siempre –tal vez pocas veces—son personas de esas que alguien respetaría si las tuviera cerca. Muchos son torpes, rapaces, picarones, tramposos, angurrientos, mienten con descaro, se traicionan como si tal cosa o se dan vuelta como una media a la primera de cambio. Por eso resulta una sorpresa, un hecho exótico, cuando aparece alguno que es ejemplar, o que simplemente no roba, o que puede explicar dónde vive sin tartamudear, que tiene palabra, que prefiere perder antes de hacer algo indebido o que, simplemente, es una persona dedicada con seriedad a su trabajo. Por lo tanto, no es aconsejable ilusionarse con cierta gente. Para evitar frustraciones, mejor sorprenderse cuando aparece una excepción.

El problema es cuando esos defectos empiezan a conspirar contra su trabajo, que es tan importante para el país donde gobiernan. Esto es: cuando se alejan tanto de la sociedad que deberían conducir que ya no conocen sus prioridades, no registran sus valores, olvidan sus necesidades, y solo piensan en sí mismos. En ese caso, primero deterioran su relación con la sociedad y por tanto su capacidad de gobernarla. Luego, debilitan al sistema democrático del cual surgen: porque si la democracia promueve a personas que hacen trampa, o mienten, o se comportan con niveles de privilegio intolerables, no solo se dañan a sí mismos sino a todo un sistema. Y, finalmente, lastiman a las ideas que dicen defender. Supongamos que un presidente, al mismo tiempo, roba dinero público y dice que lucha por la justicia social. Al principio, por un tiempo, puede ser que sus proclamas confundan acerca de quién es. Pero, ¿en qué momento empezará el pecado a ensuciar la virtud?

El 14 de noviembre la sociedad argentina ha emitido su opinión sobre los primeros dos años del gobierno de “Los Fernández”. Por más que el gobierno elongue con fuerza para explicar una remontada que matemáticamente no existió, lo cierto es que se trató de la peor derrota del peronismo en toda su historia, y que esa derrota fue a manos de otros candidatos, tan poco atractivos, que solo dos años antes habían sido enviados a sus casas por lo mal que habían gobernado. No es necesario ser un político o un analista sagaz para percibir que ese pronunciamiento revela un enojo muy profundo.

¿A qué se debe tanto rechazo? La mirada más complaciente sugiere que las condiciones en que los Fernández tuvieron que gobernar fueron muy difíciles, dada la herencia recibida del gobierno anterior y los efectos angustiantes de la pandemia en todos los aspectos de la vida cotidiana. Ese análisis, que contiene argumentos muy razonables, debería ser acompañado por otros elementos que conmocionaron a la sociedad en los meses previos a las elecciones.

Hubo dos episodios que marcaron un quiebre en la percepción que la sociedad tenía del gobierno. Uno de ellos fue la vacunación de un grupo privilegiado de amigos del poder, cuando la inmensa mayoría de la población de riesgo no conseguía aún vacunas. Ese escándalo fue complementado por la protección que el mismo gobierno le dio a algunos de sus funcionarios que asistieron al vacunatorio vip: entre ellos, el procurador del Tesoro, Carlos Zaninni, que logró vacunarse junto a su mujer. Las explicaciones posteriores, que hablaban de “personal estratégico”, solo agregaban escándalo al escándalo.

El segundo episodio fue aún más dañino. En agosto de este año, un mes y medio antes de las Primarias, aparecieron evidencias muy concretas de que el Presidente había participado de reuniones sociales prohibidas para el resto de los argentinos. El mismo Presidente que imponía restricciones muy estrictas a la vida cotidiana, que amenazaba con detener personalmente a los transgresores, que insultaba a ciudadanos que no obedecían sus mandatos, ese paladín de la cuarentena al mismo tiempo desmentía en privado todo lo que decía en público. Mientras, por ejemplo, Pedro Cahn, su principal asesor en el tema, no iba al cementerio a despedir a amigos fallecidos o se privaba de ver a los nietos y jugaba su prestigio al defender las medidas del Presidente, el mismo Presidente participaba de una celebración de cumpleaños, con varias personas, y sin ningún tipo de distanciamiento ni barbijo.

O sea, muy cerca del poder había gente que se vacunaba cuando otros no podían, y eran protegidos por los Fernández. El Presidente, además, participaba de reuniones sociales prohibidas para el resto de la población, que ni siquiera podía despedir a los muertos. ¿Alguien puede asegurar, realmente, que eso no tuvo nada que ver con el resultado electoral?

Pero las cosas no terminaron ahí. Después del resultado de las primarias, la vicepresidenta de la Nación, Cristina Kirchner, ganó una batalla en la que había invertido mucha energía: su derecho a cobrar, al mismo tiempo, una jubilación como ex presidenta y una pensión como viuda de un ex presidente. Ese triunfo se debió a que la Anses, a diferencia de lo que hace con el resto de los jubilados, no apeló una decisión judicial. En ese proceso, además, cumplió un rol clave un dictamen de la procuración del Tesoro, que nunca antes se había metido en estos temas.

La Anses está conducida por Fernanda Raverta, una militante de la agrupación cuyo líder es el hijo de la vicepresidenta. El procurador del Tesoro es Zaninni, un colaborador de toda la vida de Cristina Kirchner, que además fue beneficiado por la vacunación vip. Ambos dependen del Presidente de la Nación, que convalidó todo con su silencio. Así las cosas, según un cálculo conservador, Kirchner percibirá alrededor de 2 millones de pesos por mes, en un país donde la jubilación mínima es de 25 mil: 80 veces más. Antes de ese beneficio, ya era una mujer multimillonaria.

El último eslabón de esta cadena de provocaciones ocurrió el viernes pasado, cuando un juicio donde se investigaba a Cristina Kirchner y sus hijos, y a los empresarios Lázaro Báez y Cristóbal López, fue anulado antes de su inicio, por dos jueces, uno de los cuales dejaría de entender en ese caso horas después. Kirchner había sido procesada en primera y segunda instancia. Por eso debía enfrentar un juicio oral. El fiscal del tribunal se sumó a quienes consideraban que debía explicar su conducta. Cuando eso le pasa a un ciudadano común, no le queda más remedio que defenderse. Se realiza el juicio oral. Se escuchan testigos, se analizan documentos, se pronuncian defensas, alegatos y acusaciones. Finalmente, el tribunal emite una sentencia: en el mejor de los casos el acusado es absuelto. Que el juicio se realice tiene mucha lógica: ¿cómo va a decidir un tribunal si alguien es culpable o inocente antes de analizar todo ese material?

Si eso le toca a cualquiera del montón, con más razón le debe ocurrir a los poderosos, que además cuentan con medios de comunicación que les responden y dinero para pagarle a los abogados más caros del país. Pero la familia Kirchner aceptó que la trataran, una vez más, como personas con privilegios excepcionales, como cuando ella cobra su jubilación y su pensión, o cuando el presidente transgrede la cuarentena o cuando el procurador del Tesoro se vacuna por izquierda. Entonces, el tribunal se expidió antes que se realice el juicio. Solo personas muy distintas, muy superiores, al resto logran algo así.

Los Fernández entregaron en este tiempo la bandera de los derechos humanos, al coquetear con las peores dictaduras del Continente; la bandera de la educación pública, al cerrar las escuelas cuando todo lo demás estaba abierto y van dejando jirones de su presunta defensa de la política como transformadora de la sociedad cuando le regalan tantos argumentos a quienes hablan de “la casta”. ¿Qué otra cosa van a hacer para irritar a una sociedad que ya está herida por tantos otros motivos? ¿De verdad creen que la impunidad de la vicepresidenta es un triunfo político? ¿En serio les parece que ganan más de lo que pierden?

No es algo novedoso lo que ocurrió. No sería la primera vez que en la Argentina reina la impunidad o que los vivillos ganan un par de batallas.

Es lo que hay.

Desde lo analítico, surge en cambio una pregunta inquietante.

¿Cuántas veces puede ir el cántaro a la fuente?

¿No recibieron ya, los Fernández, una brutal llamada de atención?

(*) Periodista - Publicado en Infobae

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