Por Carmen Úbeda (*)
Gracias, Milei, por tu oportuna incorporación a la política, por tus sobreactuados enojos con los que un buen número de ignorantes se identificó. Gracias por patear cuanto tablero institucional existe, por mentir con descaro y sin culpa.
Gracias por mandar al suburbio del cinismo cualquier valor que quede en pie. Gracias por decretar sin empacho las injusticias y vetar el derecho defendido.
Gracias por amenazar con esos verbos que te gustan tanto: extinguir, eliminar, destruir, aniquilar, pulverizar lo que debía continuarse y no ser arrasado.
Gracias por tus avances abismales y tus retrocesos tortuosos: el fin de la educación pública y luego reemplazar esa inequívoca expresión con el verbo auditar con la promesa de buscar a todos los “chorros” que son los que se están robando las universidades. 1
Gracias por discriminar y rechazar a alumnos de nuestros países hermanos que nos traen, además de divisas, un panorama de culturas enriquecedoras (ver pág. 146 a 153, de “Dios ¿es Quien?”, Carmen Úbeda, 2017).
Gracias por arremeter contra los más grandes y mejores hospitales de América Latina sobrepoblados de enfermeros idóneos, de médicos irremplazables y de científicos agudos que hay que reducir. Son demasiados. Todos sin insumos, con sueldos precarizados, con horarios infrahumanos.
Gracias por desconocer que allí se solucionan patologías del país y de América Latina. Gracias por hacernos pensar en ellos.
Gracias por el cese de la AFIP y el nacimiento del ARCA (¿de Noé?, ¿se trata de un diluvio?) por la cual regresamos a los primeros años del siglo XIX ya que la entidad en disputa no seguirá siendo la codiciable aduana, organismo cuyo deber es beneficiar a todas las provincias, y el centralismo porteño volverá a sus años rutilantes.
Gracias por rebajar al extremo el déficit fiscal, escondiendo estratégicamente una deuda impagable (sumada a otras, la de Macri-Caputo que con esmero se omite).
Gracias igualmente por llevar al acto tus fantasías parricidas en las personas de nuestros jubilados y encaminar tus medidas a posteriores filicidios refrendando aquello de que con los niños se puede hacer cualquier cosa: comprarlos, venderlos, traficar órganos…
Gracias por bajar la inflación y adelantar el final con la enfermedad de los viejitos y la desnutrición de los chiquitos.
Gracias porque nos hiciste terminar de dudar de nuestros representantes y estar seguros de que no nos representan. Gracias porque no les creemos más ingenuamente o ni siquiera los conocemos y no tratamos de informarnos sobre ellos.
Gracias por comenzar a sospechar de este sistema de representación y haberlo dejado seguir corriendo.
Gracias por entender que esta democracia no alcanza, pero aprender solitos que es un sistema perfectible, que está en nuestras manos hacerlo y que por ahora no ha surgido ninguno mejor. Gracias por entender también que con una elección se puede simular el sistema democrático y convertirlo en delegativo, lejos de toda representación real. Gracias por lograr el poder absoluto y gobernar en nueve meses con 70 DNU y unos cuantos vetos.
Gracias por empezar a aprender que debemos arreglarnos solos (no excluye lo colectivo), que es nuestra obligación exigirle a la mente y alentar la imaginación, para sobrevivir primero, luego para existir y finalmente para vivir. Dominar nuestra fuerza vital en tanto y en cuanto contemos con la oportunidad de hacerlo.
Gracias por provocar hacernos pensar en lo que debemos. Las gracias serían dobles si además de hacernos pensar en lo que nunca hicimos, también participáramos y torciéramos este rumbo que marcás solamente para zamarrearnos. ¿O no?
Se pecaría de demagogia si se insistiera en esta oración laica porque las gracias son innumerables. Con afán de resumir, gracias, Milei, por hacer pensar a este pueblo ignorante en los temas que debió pensar siempre y no aferrarse como gaucho a un cimarrón, un charqui diarios y a una libertad de Pampa sin ley. ¿Cuál es la revolución cultural? ¿Volver a un país de diez millones de habitantes cuya mayoría permanece en la negligencia? Improvisación, impericia, ineptitud son los aprendizajes asimilados en las últimas décadas. Esa es la cultura que se debe cambiar, pero transformar estas conductas llevan mucho tiempo, su evolución supone un proceso lento como lo atestigua la historia. Corrió mucha agua bajo el puente hasta que el criollo pobre o rico, pero individualista, tomara conciencia de pertenecer a un movimiento social debido a una perseverante política estatal y a la responsabilidad y el esfuerzo de cada uno, más de un siglo.
Gracias por esta inconmensurable libertad de expresión.
Libertad de expresión
Los “malintencionados” tozudamente afirman que es la libertad de las redes, la libertad de decir obscenidades que con tu ejemplo impusiste: todos, improvisados y preparados, oportunistas y profesionales, cultos e incultos, de decir rápido o reflexionado, de escupir o de hablar, de vomitar o digerir… CUALQUIERA. Cualquiera tiene la libertad de decir cualquier cosa. Es el tan ansiado pluralismo por el que brega la izquierda y también vos siendo que el “comunismo” te da salpullido. ¡Qué cerca está lo lejos! Este pueblo que cae a veces en la ignorancia te ubicó tan lejos de la “CHORRA y del TUERTO” … y tan cerca de las FUERZAS DEL CIELO de Aarón y Moisés. Claro, ellos y vos se olvidaron del Levítico y del Deuteronomio en los cuales se castiga a los “sacerdotes” (funcionarios ejemplares) cuando blasfeman y no sólo contra Dios, contra el hermano. ¿Vos no los consultás, verdad? No, es evidente que tu libro de cabecera es el Génesis, no todo, especialmente los acontecimientos de Sodoma. ¿Qué pasa en tu mundo filohebraico con tus injurias desmesuradas y repugnantes? ¿Son sancionadas? ¿Cómo? Cualquiera que diga cualquier cosa insultante en cualquier circunstancia y por cualquier motivo ¿no debe sancionarse?, ¿así es la libertad? Desvirtuaste hasta la carga inestimable de la palabra libertad. Hoy a uno de los más altos derechos del género humano se lo desnaturaliza, aunque se lo repita hasta el cansancio como la consigna identitaria de La Libertad Avanza. ¡Enorme ironía! Al mismo tiempo, como todo discurso esquizofrénico, en el gabinete nacional se establecerá un seguimiento de aquellos funcionarios “enemigos de la libertad”. Sin ninguna exageración, es una medida que remite a nuestros peores momentos, y por qué no, a las prácticas nazis y soviéticas. La libertad es tal cuando se piensa y se actúa como el “monarca”, de lo contrario, el que ejerza la propia, aun respetando la ley, debe ser perseguido. Imitación del país admirado y regreso al despiadado macartismo de los ’50.
Más allá de analogías y metáforas, volver al origen siempre esclarece. En el caso de la libertad de expresión, este concepto se institucionaliza en la antigua Grecia. Es un derecho que se condice con la libertad de pensamiento. Sin embargo, no estaba considerada como absoluta: la blasfemia casi equiparada con la sedición eran delitos punibles y los ciudadanos podían ser perseguidos por incitación contra el Estado. Cuánto más los que detentaban niveles de responsabilidad, como los funcionarios a los que expresamente les era prohibido el uso del insulto. Hasta Sócrates, considerado un sabio del ágora en la filosofía, como madre de todas las ciencias, fue condenado por irreverencias, impiedad, en este caso, contra el Estado, pero era aplicable a cualquiera que osase blasfemar o calumniar porque todo insulto público se consideraba una afrenta contra la divinidad.
¿No es suficiente?
El economista Javier Milei, futbolista, cantante, panelista y presidente junta conductas fronterizas que en cualquier otro lugar, incluido el país que más admira, lo llevarían al “impeachment”. Una es el permanente insulto escatológico. Otra, la contradicción simultánea, si pudiera serlo, de medidas extremadamente opuestas. Y una tercera, su intrusión en los otros dos poderes, por ahora, en el Legislativo, debutando recientemente en el Judicial (estar alerta a las versiones de decretos). Ya está despuntando entre la población la necesidad de señalar como punitivas esas acciones simultáneas y permanentes, inclusive en los mismos que lo votaron, según distintas y muy destacadas consultoras metropolitanas. Más allá de las encuestas cuantitativas, los un poco más creíbles “focus group” señalan insistentes preguntas referidas a la inquietud que sienten los asistentes porque ninguno de los representantes del pueblo haya todavía expuesto la necesidad de juicio político al presidente. Con timidez, aparecen algunas voces que insinúan esta posibilidad argumentando la evidente “insania mental” de Milei. A criterio de algunos constitucionalistas, ni siquiera hace falta aludir a ella, alcanzaría con los insultos que lo ubican dañando su propia investidura, abusando del poder y faltando a deberes de funcionario público. Los mismos participantes ensayan ciertas repuestas políticamente correctas y/o incorrectas: “los representantes del pueblo están protegiendo un bien superior que es la democracia lograda con tanto esfuerzo” (habría que preguntarse qué democracia ya que todo aparenta ser o una autarquía o una monarquía enmascarada en el mejor de los casos). Otras respuestas de integrantes más jugados son las aviesas que apuntan a dos o tres motivos: el descuidar su banca con la consecuencia de ir contra sus intereses individuales, el no avizorar liderazgos que puedan hacerse cargo de tamaño momento, perder el control del poder y profundizar la anomia que ya vive el pueblo. Son respuestas más o menos estudiadas y producto del contagio verbal entre representantes, legisladores y periodistas. Lo cierto es que a Cronos lo domina Zeus, el dueño del destino y, en este caso, al tiempo de un “empeachment” lo mueve el ánimo y la tolerancia de un pueblo, ambos de casi imposible cálculo.
De lo escasamente aquí expuesto en un resumen algo aleatorio, se infiere que bajo un tenso y forzado orden hay un caos que no se percibirá en lo inmediato como explosión, que sí ya da señales de una sorda implosión y que se hace patente en los componentes insoslayables de una nación: el sistema (en este caso, el democrático), los poderes que representan a los ciudadanos (el más balcanizado, el Legislativo, el Senado menos desprolijo, y el Judicial, tan difuso y mendaz), las organizaciones no gubernamentales en su mayoría excusas filantrópicas de ilícitos, con excepciones extraordinarias, y el polémico periodismo. Hubo un tiempo de dos o tres meses en los que aquellos que tienen capacidad de verbalizar públicamente fueron muy cautos para referirse a cualquiera de estos tres poderes. El único que desparramaba escoria con un acelerador cuántico era el presidente (sumado a sus troles). En la actualidad, nada queda sin tocar, todo queda señalado y por todos, a pesar de lo cual hay operaciones claramente planificadas para evitar el efecto dominó o que se venga abajo el castillo de naipes.
La degradación de la palabra púbica
Sin embargo, el periodismo, actividad que más cercanamente me atañe, por fin está corriendo el telón de la corporación. Cuánto temor a hacerlo susceptible de crítica directa se detectó en estos años de democracia. Las acusaciones venían de mandatarios o mandatarias que se sentían o sienten ofendidos aún con verdades. La particularidad actual es que ese mismo periodismo destierra cobardías y reflexiona públicamente sobre su praxis. Nadie se ha atrevido todavía a hurgar en posibles malas praxis referidas a sus incumbencias profesionales, como ocurre con cualquier otra actividad relacionada con la vida y la salud física y mental del ser humano. Por años, me resultó asombroso el pavor que muchos colegas han mostrado solamente para discutir la figura de colegiación. El argumento fue siempre idéntico y cuando los argumentos son siempre idénticos y nunca varían entre unos y otros, son sospechosos de ser meras repeticiones, algoritmos incansables de esta era digital. Se referían invariablemente a los derechos humanos, a la libertad de expresión, al pluralismo, a artículos e incisos de nuestra y otras constituciones y específicamente al Art. 13 del Pacto de San José de Costa Rica. Cierto es que son escasos los países donde el periodismo se haya colegiado, pero solo, y solo como ejemplo, es oportuno recordar a los agentes más progresistas de esta actividad que la colegiación enmarcó a los periodistas durante todo el gobierno de Allende en Chile. Las razones que él dio reiteradamente a la prensa nunca estuvieron referidas a la censura ni ésta existió durante su gestión. Las repuestas aludían –parafraseándolo- a la posibilidad de daño a la vida en el que este oficio o profesión podía incurrir. No solo por el cuerpo se mata al hombre.
Hoy asistimos a una Babilonia desmadrada en la que periodistas graduados o de oficio, profesionales o aficionados, improvisados o impostores reproducen la injuria, la vulgaridad, la estética de lo feo, tanto como el presidente o su ejército de troles. Del vértice de esa pirámide cae la escoria y, como es natural, empapa a todos: periodistas y no, ciudadanos ignorantes y no, otros profesionales… sería una interminable enumeración. Todo es preocupante porque ese contagio hace a un estado de cosas en un país. Según como se nombre, son las cosas. Es de perogrullo. La alarma se enciende al rojo cuando nos referimos a los jóvenes. Ellos son hijos de Milei, del periodismo guarango, y no los cuatro perros sobreatendidos por un degenerado emocional (a tal punto de que cuando llamó hija a la de su actual novia y se lo recordaron, el rey de la selva dijo “sí, mi hija de dos patas”. Es obvio que para él no existen los humanos). Los jóvenes Centennials y Alfa son los más perjudicados, los nombres que para ellos tendrán las cosas los hará vivir y ser parte de un basural y la basura se trata como tal. No sabrán hacerlo de otra manera. A favor de ser más rigurosos y académicos, solo basta con citar a Immanuel Kant: “El mundo es una masa amorfa”, parafraseándolo, sin palabras, sólo hay una masa amorfa. Las cosas existen igualmente antes de las palabras, pero sin ellas, es imposible conocer y pensar. Todo el país futuro, entiéndase TODO, está en manos de la educación, especialmente de la lengua, de las palabras por las que las cosas se encarnan. No se excluye alfabetizar al alumno en las últimas tecnologías, pero, si no puede leer, entender e interpretar, la tecnología disociará su capacidad cognitiva. Sólo como advertencia, recuérdese que ya asistimos a la primera consecuencia trágica por el uso indiscriminado de la inteligencia artificial, el suicidio de un adolescente. Mientras tanto, con cientos de pymes ahogadas o perdidas, con industrias tradicionalmente argentinas destruidas, con un campo cada vez más productivo, pero menos beneficiado, Milei se desvive por instalar plataformas de avanzada en convenio con Elon Musk. No deja de asombrar la confusión de sus medidas desconociendo las urgencias y necesidades de la realidad. Se equivoca y sus errores van siendo fatales. Aún sus deslices referidos a cierta geopolítica –vg. instar a combatir incansablemente a la “China comunista”, o lo contrario, al “comunismo europeo” sin que ninguno de los dos exista de la manera en que él lo categoriza, combatir al comunismo “inmundo”, despide a su canciller que vota en contra del embargo a Cuba porque él lo siente como una traición a su país admirado- y otras afirmaciones payasescas que indican a toda voz la entrada del mundo nuevamente a la guerra fría. Milei parece no estar enterado y no observa la menor cautela en su ya indiscutible alienación.
El periodismo, hoy invitado de lujo
Ni bien asumido el actual presidente, solo algunos meses después, el periodismo “profesional” y algún otro innombrable eran más que cautos frente a las vulgaridades, “bravuconadas” y toda clase de obscenidades lanzadas por el primer mandatario. Se esgrimían argumentos sobre un nuevo estilo audaz o temerario en el mundo, su pasión, el hecho de renegar contra injusticias de más de un siglo en el espacio político, según su criterio. Las injurias llegaban a cualquier idea o persona que se opusiera a su presunta ideología. Desde todos los sectores, se manifestaba ese ancestral temor reverencial que casi naturalmente y sin intervención de lo cultural se produce ante la investidura de los considerados primus interpares. En el actual ejemplo, se parecía más al sordo rechazo, por no decir subsumisión al “macho Alfa” o al “jefe de la manada”, dados sus dichos prostibularios, cloacales, excrementicios (el inglés tiene expresiones más económicas que resultarían también muy elegantes para estos casos, pero a nuestro criterio con el idioma madre no se enmascara nada, shitstorm -tormenta de mierda-, ya utilizada en este espacio). Sin esperarlo, se dejó llegar la sangre al río y cuando ya ésta teñía todos los rincones, se empezó a reaccionar. Primero, en la desbordada lengua de las redes con expresiones idénticas, luego, enarbolada por alguna suerte de amarillismo que no hacía más que defender intereses espurios o lavar propias culpas y finalmente es el periodismo profesional el que acusa recibo de injurias, calumnias o verdades enunciadas en un lenguaje denigrante tanto para el que lo dice como para el que lo escucha. Quizás la reacción tenga más que ver con el tipo infecto de la palabra elegida que con su contenido mismo. Sin prisa, pero sin pausa, el hartazgo se está comenzando a sentir y esa extrema vulgaridad innata o programada está produciendo el efecto contrario al buscado: cansancio y rechazo.
Es de circulación corriente que el insulto que se lanza dice más de quién lo hace que de aquel a quien va dirigido. Como toda generalización, es relativo, pero con el “casual” mediático que hoy gobierna en la Argentina y dada la reiteración de una familia de palabras de idéntico origen pudendo, se aplica simétricamente. Con las disculpas del caso ante los especialistas, según Lacan el lenguaje es función de representación, y no se refiere únicamente a las palabras y las cosas de Foucault sino al nombre interior que las cosas tienen para cada uno. Esa repetición fastidiosa de metáforas “relacionadas con la muerte indigna o con el sexo oprobioso de modo obsesivo” dicen más de este ignoto autopercibido como el máximo líder de una ideología hilarante que de aquellos a los que pretende injuriar. Sin embargo, efectiva y pragmáticamente en lo social son calumnias, injurias, abuso de poder, si nos quedamos solo en los insultos porque después se pueden mencionar decenas de faltas a la Constitución. A saber y como ejemplo: el ocultamiento de información sobre hechos y personas y su uso repentino cuando esa figura cambió de bando, los ataques hacia alguien sin posibilidad de que retruque esos ataques, la reiteración hasta el cansancio de una imputación que no está demostrada, el mandato de editar en video escenas para hacerle decir o hacer a alguien algo distinto, la valoración de un hecho cualquiera como positivo si se refiere a su propio ejercicio y como negativo si alude al de otros, la denuncia de una trama de corrupción que se trata de especulaciones sin un solo dato duro y un largo etc. cargado de vilezas. En tanto, el periodismo “contrario” replica el estilo de igual modo olvidado del chequeo, de la consulta a distintas fuentes, de la investigación profunda y usando títulos catástrofe o expresiones también soeces. Se concreta una hegemonía que denigra el lenguaje y la condición humana, por lo tanto, mientras, crece la unanimidad y el contagio, sin discriminación de clases, instrucción, sectores o actividades.
Es notable y auspicioso que la crítica de buena fe hoy sea esgrimida por los propios periodistas hacia algunos colegas o medios. Estimamos que la más veraz y acertada, aunque parezca soberbia o egocéntrica, fue esa periodista que se mantuvo durante toda la democracia desde su principio. Mónica Gutiérrez repitió en menos de treinta segundos cronometrados la palabra profesional dándole a la actividad un valor equiparable a cualquier otra profesión liberal relacionada con el derecho, la seguridad y la salud del pueblo. Ella no sacó una conclusión explícita, pero denotó y connotó al periodismo como capaz de mejorar o empeorar la vida de las personas. Entre líneas, se colige que, como en las otras profesiones, se puede cometer mala praxis, delito que debe ser juzgado en idénticos términos. Siguiendo este razonamiento, los sujetos de calumnias, los “ensobrados”, deberían ya estar reaccionando con la necesidad de una colegiación profesional para evitar la vertiginosa degradación de la actividad y la honra de los verdaderos profesionales “tirada a los perros”. Sin embargo, es un tema que exige debate y profunda reflexión.
(*) Especial para ANÁLISIS desde Santa Fe.