Por Néstor Banega
de ANÁLISIS

No es correcto sustraerse. Se trata de una decisión judicial (el fallo de la Corte Suprema en relación a Cristina Fernández) que acaparó la atención de la sociedad como hacía tiempo no pasaba. Hasta aquellos que no siguen regularmente lo relacionado a lo político se rindieron. Prestaron su tiempo a un asunto que estará presente cada día en los próximos meses.

La ratificación de la condena a la ex presidenta generó grupos que están satisfechos, otros que no y dejó expectantes a los que miran el desempeño de los dos sectores anteriores (apáticos en general).

Muchos transitan la circunstancia sin ocuparse de entender el fondo de la cuestión, imposibilitados por tantos ruidos, o atravesados por la pasión. El tironeo impide la profundización, lo que no es para nada bueno, porque creemos que todo lo que está pasando va mucho más allá del fallo en sí mismo.

Para algunos es bueno que no se profundice (siempre hay oportunistas), para la sociedad en términos de presente y futuro, no tanto. Se trata de una inflexión de consecuencias históricas de la que las instituciones no podrán desentenderse.

El tribunal supremo del país tomó una decisión que, por su envergadura, es modélica. Vale insistir: trascendente. Rompe, para algunos, una sensación de impunidad que rodea a quienes ejercen o ejercieron el poder. Otros ven un acto de profunda injusticia. Lo que pasó es, claramente, un antes y un después.

Reconfigura la percepción sobre la impunidad de los poderosos. Federico Delgado, que fuera Fiscal Federal, propone en su libro República de la Impunidad una serie de reflexiones. “Hay consenso -afirma- en que la impunidad es incompatible con la buena vida en una comunidad organizada en base a derechos, porque cuando las violaciones más grandes a la ley no son castigadas, la democracia se degrada como si hubiera sido herida de gravedad” (1).

Explica que “el rol del derecho como medio integrador en las sociedades complejas está sometido a poderosas tensiones. El derecho tiene la capacidad de nominar: la palabra de la justicia distingue lo prohibido de lo permitido”.

Por esto -entre tantos argumentos posibles- la definición de la Corte Suprema adquiere una potencia inusitada.

Amerita ocuparse. Es un efecto que impactó de lleno en los incrédulos que no palpan como posible que los malos administradores afronten un castigo por su accionar. En este caso se ocupó la justicia de una administración fraudulenta y estableció culpabilidad para un grupo de personas. Aparece además la accesoria de imposibilidad, para la ex presidenta de la Nación, de volver a ocupar cargos públicos.

Que una dirigente de trayectoria, con un reconocimiento social innegable, sea objeto de una sanción de este tipo es una señal. No estamos analizando incorrecciones o no de un proceso extenso, casi inabordable para el lego. Deben ser (tienen la obligación) los especialistas los que arrojen luz sobre el sentido del fallo y la historia del expediente.

No siempre pasó de este modo. Es que, por citar un ejemplo no tan alejado, Carlos Menem (considerado en la actualidad un prócer e inspirador de fervorosas agrupaciones juveniles) fue beneficiado por el paso del tiempo y la justicia le pasó por los costados.

Estuvo en algún momento arrumbado en una quinta lujosa durante un par de meses, muy alejada del mundo tumbero. Sin entrar en detalles, comentemos que fue en el caso de un contrabando de armas a Croacia y Ecuador por la que el riojano, que leyó las obras completas de Sócrates, debió recorrer los tribunales. Pero pasaron cosas. O tal vez no pasó nada.

Y aquello que comenzó en 1995 se fue trabando en modo kafkiano. Después de 23 años fue absuelto porque la Cámara de Casación consideró que se había violado su derecho a ser juzgado en un plazo razonable. Paradoja nacional. Una historia dentro de tantas historias.  Por eso y muchísimo más pasado por alto, lo referido a Cristina Fernández es tan impactante.

Todo el arco político, más allá de la postura en relación al tema, lo analiza. Piensa en los efectos. Lo desmenuza. Lo interpreta. Lo trata de entender. Es que el máximo órgano judicial del país, con su acción, elabora un mensaje, marca un camino. El servicio de justicia en todos sus niveles tal vez se autoanalice a través de este fallo.  Se verá.

Los funcionarios, anteriores y actuales, llevarán sus decisiones al terreno de lo que parece ser un nuevo tiempo (puede leerse como afirmación o pregunta).

Actos recientes de la administración que encabeza Javier Milei, específicamente el caso de la criptomoneda Libra, ofrecen pruebas concretas de la intervención del mandatario durante el proceso, que son más tangibles que las indiciarias que determinaron la condena a la ex presidenta.

Cabe preguntarse si habrá una aceleración en los tiempos de la Justicia y se avanza más rápidamente, aplicando la misma vara para todos. Es interesante tratar de mirar el todo para elevar la discusión buscando hacerlo preservando la paz social. 

No se trata chapotear en el barro, porque en lugar de claridad encontraríamos solo dolor, que afectaría tanto a los que están a favor y en contra del fallo, pero mucho más a los expectantes.

En uno de esos libros que por desafiantes deben cada tanto retomarse y ahora tal vez más (porque la incertidumbre post pandémica se le suman otras incertidumbres), Silvia Bleichmar intentó el abordaje del dolor país.

Cuentan en la introducción del texto que el punto de partida fue un artículo publicado en Julio de 2001 bajo el título “¿Cómo se mide, en índices aceptables, la suba inexorable del dolor país?”.  Apareció esa reflexión en un momento en que todo iba camino al colapso (estamos marcados por lo que pasó), cuenta el editor.

En uno de los capítulos la autora, psicoanalista graduada en Francia, sostiene: Nuestra generación de intelectuales, si no recupera sus raíces, corre el riesgo no sólo de perder su legado histórico sino de dejar a la sociedad argentina en su conjunto erráticamente librada a los oportunistas del momento. Subordinada la política a la economía, subordinados gran parte de los intelectuales a los organismos oficiales, no es un rasgo de audacia sino de realismo afirmar que esta disolución constituye el factor más importante de la imposibilidad de construir una perspectiva de futuro que permita la recomposición de las significaciones sociales.

Porque si hay hoy una carencia fundamental sobre la cual se produce gran parte del sufrimiento moral que acompaña las pérdidas materiales de casi la totalidad de la población del país, ésta está constituida por la derrota del pensamiento; derrota del pensamiento que se pone en evidencia cuando la improvisación y la farandulización que ya había capturado la vida cotidiana se convierten en el eje alrededor del cual se determinan posiciones y juegan estrategias respecto a cómo gobernar los destinos del país. (2)

Es importante, ineludible, reflexionar. Buscando encontrar en las posturas antagónicas tan expuestas por estas horas una oportunidad para entender. Cerca o lejos del fallo se puede estar, pero entendiendo siempre que, sin diálogo y convivencia, no haremos más que debilitar las instituciones y con eso desmejorar más rápidamente la calidad de vida. La sabiduría es, ante todo, prudencia.

(1)          Federico Delgado, en República de la impunidad. Editorial Ariel
(2)          Silvia Bleichmar, en Dolor, país y después. Ediciones del Zorzal