Por Luis María Serroels
Especial para ANÁLISIS DIGITAL

Amado Boudou metió sus “patas” en una fuente de Plaza de Mayo el 2 de noviembre de 2016. Antes, durante su gestión como vicepresidente, había metido las manos en la lata y no hay Jabón Pinche que se las limpie. Su sonrisa prefabricada se empezó a desdibujar cuando fue “invitado” a retirarse del palco de las dos CTA junto a otras personas no menos repudiables. Fue una inteligente decisión de los sindicalistas que, aunque demoradamente, empiezan a colocar cada cosa en su sitio a la hora de poner la lupa sobre la racionalidad. Sin embargo debe recordarse que “la culpa no es del chancho…”. ¿Cómo, por qué y por quiénes Budou llegó a donde llegó?.

Fracasado en su intento por quedarse con la fábrica de billetes de nuestra moneda nacional y hundido hasta las rodillas por un sinnúmero de fechorías, buscó desde una vulgar estupidez marcar territorio y exhibir un protagonismo ajado, chapaleando (junto a otros impresentables K) en las aguas donde hace 71 años millares de trabajadores provenientes de los más lejanos lugares y desbordando a sus bases, caminaron muchos kilómetros hacia esa especie de Meca de las grandes jornadas populares para “rescatar al coronel detenido en Martín García”.

Habían agotado sus energías y enllaguecido sus pies con gran dolor al que buscaban mitigar arremangando sus pantalones y hundiendo sus plantas en las aguas de una fuente que sería por siempre un instrumento esencial de la liturgia peronista.

Este columnista tuvo ocasión de asistir siendo adolescente a una charla del sacerdote e historiador Guillermo Furlong brindada en el salón del Colegio del Huerto. Allí el expositor definió a la marcha del ’45 como “la primera gran exteriorización espontánea de masas de Latinoamérica”.

El escritor e historiador Félix Luna, al analizar esa especie de romance nacido entre el palco mayor de la Casa Rosada y la multitud, lo caratuló como “un asombroso diálogo de amor que marcó una vinculación entre el líder y su pueblo y que habría de perdurar hasta mucho después de su caída en 1955”.

No menos feliz fue la caracterización hecha por Raúl Scalabrini Ortíz sobre estos sucesos, al afirmar que “fue una especie de subsuelo de la Patria sublevado”.

De este estallido tan caro para el sentimiento de millones de argentinos, Boudou quiso extraer una porción y apropiársela con palmario infantilismo. Hablamos del hombre al que hoy le cuesta mucho mostrarse en la vía pública, salvo mimetizado entre una muchedumbre con cuyos principios nunca comulgó en su formación liberal.

¿Qué pensarán de este patético remedo los descendientes de aquellos que gestaron un 17 de octubre para convertirlo en efemérides en su almanaque ideológico? ¿Qué pretendió demostrar un intruso justo cuando el justicialismo intenta restañar heridas y reorganizarse institucionalmente no sin grandes esfuerzos?

¿Qué le aporta esta parodia a este proceso de revisión y catarsis que busca una definitiva y aséptica normalización interna? Un justicialista trucho y maquillado con cosmética ordinaria, creyó que en política basta con comer estofado de paloma para poder volar? Su vuelo cada vez más bajo podría culminar en una penitenciaría.

Pero es justo aclarar que la Plaza de Mayo, siendo sagrada para la historia peronista no es un patrimonio exclusivo. Parafraseando a Borges acéptese que no es de nadie y es de todos. ¿O acaso no cobijó las marchas de las doloridas y corajudas madres de desaparecidos durante la última dictadura? ¿Y no fue en 1987 caja de resonancia del rechazo a la aventura carapintada? (valga esto dentro de muchos ejemplos).

Muchos sinsabores le provocó al justicialismo abrirle las puertas a la UCeDe. En 1997 su líder Álvaro Alsogaray produjo una fuerte depuración dirigencial aduciendo “corrupción, desorden e indisciplina”. Producto de actos de felonía en que incurrieron Carlos Menem y el matrimonio Kirchner, cediendo a la tentación de expandir su arco ideológico, figuras ucedeístas lograron meterse entre los intersticios de la conducción político-partidaria y no precisamente para sumar sino para dejar huellas desdorosas. Para estas personas, la apostasía política fue sólo una forma muy hábil de utilitarismo.

María Julia Alsogaray y Adelina Dalesio de Viola fueron figuras sobresalientes del pacto que destrozó el “síganme que no los voy a defraudar” e investigadas por los jueces por enriquecimiento ilícito (la primera padeció prisión efectiva). Pero en esta historia además aparecen Roberto Dromi (partícipe en el Swiftgate) y Germán Kammerath, ex vicegobernador de Córdoba condenado en 2015 por corrupción durante su gestión como intendente de la “docta”.

En 1998, Emilio Monzó (quien como actual presidente de la Cámara de Diputados acaba de ganar mucho espacio en los medios por aprobar el escandaloso aumento en las dietas) fue detenido por “extorsión en grado de tentativa” durante su mandato como intendente de Calos Tejedor. De militante en la UCeDe, se pasó al justicialismo y hoy navega en el macrismo.

El 16 de julio de 2014, el periodista Guillermo Alfieri publicó en ANÁLISIS bajo el título “Las andanzas de un hombre corcho”, una semblanza de Germán Luis Kammerath Gordillo (h), ubicándolo como funcional a la dictadura y desempeñando elevados cargos en democracia”. Cita que “afiliado a la UceDe y experto en el arte de trepar en su carrera acomodaticia, fue imputado por adulterar documentación de certificados de notas. Como orador reivindicó la figura de Isaac Rojas (agreguemos que Menem llegó a visitar en el Hospital Naval a este marino integrante de la Revolución Fusiladora de 1955).

A Kammerath le fue prohibido –decía Alfieri- el acceso a las academias estatales. “Su vocación como cazador de brujas se mantenía incólume” como un “gesto de lealtad para con el Proceso de Reorganización Nacional”.

Sepa el lector recordar a los personajes residuales del liberalismo enmohecido, que se refugiaron en gobiernos peronistas. De esa fragua proviene Amado Boudou, siendo quien más lejos llegó de la mano (y el dedo) de Cristina Fernández.

Como si fuesen pocas las cefaleas que el “playboy” ucedeísta les ha acarreado a los herederos de Juan Perón, ahora les ofrenda una falsa “militancia”, traducida en una ridícula Mise en Scène, devenida en agravio hacia una gesta muy valorada por millones de compatriotas que, aún en la discrepancia, son merecedores de respeto.

En la foto, junto al ex vicepresidente aparece –entre otros- Fernando Esteche. El líder del violento Grupo Quebracho, un puñado de días después lanzó una advertencia propia de un desquiciado: “Si a un juez se le ocurriera detener a Cistina, podría aparecer muerto”. Sobre la marcha un fiscal platense le imputó la figura de intimidación pública.

“La insolencia es el escudo de la desvergüenza y la fortaleza de la cobardía” (Ignacio Manuel Altamirano, abogado, escritor y periodista mejicano).