Jorge Riani
(director de Cronista Digital)

Hay una frase muy poco difundida del pensador de la organización nacional, Juan Bautista Alberdi, que revela la expectativa que despertaba la ciudad de Paraná, y es aquella donde presagiaba -más por deseo que por convicción- que esta ciudad sería la “Washington argentina”. Lo decía con la firmeza de diplomático ante las cortes y gobiernos europeos, a las que también frecuentaba su amigo Balcarce, pero propagandeando el gobierno de Buenos Aires.

Lo asombroso del caso es que Alberdi, mientras elogiaba a la capital de la Confederación Argentina, enviaba cartas a los funcionarios del presidente Urquiza para que hagan construcciones aptas, sólidas y acogedoras que permitan albergar a los embajadores europeos.

Aquí no necesitaban que Alberdi alertara sobre la urgencia por construir una infraestructura de gran ciudad, aunque la fisonomía de aldea de la capital le daba razones al intelectual tucumano para la desesperación. Urquiza ya había organizado todo, pensando en términos de régimen y como tal, incluso, tenía su arquitecto. La Confederación fue un anhelo, una hazaña, una utopía que se hacía realidad, y ahora esa realidad caía con toda la fuerza que significaba construir una geografía y una situación política prescindiendo de Buenos Aires y toda su riqueza generada por la aduana. El mundo miraba cómo el interior se las arreglaría sin contar con quien se arrogaba los privilegios de hermana mayor. Había orgullo, deseos, convicciones y prestigio de intelectuales, militares, clérigos, políticos y docentes en juego.

Sobre lo que significó esa lucha y la construcción de un país sin Buenos Aires (para después incorporarla) habla el libro del periodista Claudio Cañete, y lo hace tomando como pretexto la historia de dos construcciones evocativas: la desaparecida residencia que habitó el General Urquiza cuando fijó su gobierno en Paraná, y el monumento a su figura que se yergue en las barrancas, sobre la costa del río que cruzó para desafiar la tiranía porteña. Sin dudas una postal urquiciana, aunque el vencedor de Caseros jamás permitió que le realizaran monumento alguno.

Estampas es un trabajo de investigación periodística notable, que logra aportar una atmósfera que la historia oficial se ensañó en ocultar y cuyos destellos apenas nos llegaron desprendidos de amarillentas y por años extraviadas crónicas de viajeros y personalidades que vinieron a estas tierras apostando a la causa del interior.

Ya se sabe lo que vino después de Pavón, donde Urquiza tiene su más grandioso renunciamiento en favor de la organización nacional, dirán los seguidores del caudillo, o su más infame claudicación, sostendrán los detractores. No es cuestión de volver sobre la historia y las interpretaciones acerca de la decisión del caudillo. Pero sí es necesario llegar a este punto para advertir que ahí, la pluma con la que se habría de escribir cómo sucedieron los hechos que dieron luz a este país, quedó en Buenos Aires, en manos de un ocurridizo Mitre.

Por eso, el libro de Cañete es valiosísimo, porque desafía las plumas del silencio y se lanza a contar sobre lo que por un siglo y medio callaron desde la gran ciudad. Y lo hace con rigor investigativo que nutre de datos reveladores a su texto, con transcripciones, testimonios y fotografías de gran valor documental. Se trata de un trabajo con mérito propio: bien escrito e investigado por el autor y con buena edición de Tráfico de Arte. Pero, como decimos, cuenta con el valor agregado que le otorga ser una obra que vino para llenar un vacío.