De Pablo Javier Maxit
Un suspiro en el alma lo despertó, miro hacía ambos lados, vio que la pluma seguía apoyada sobre el papel blanco, el escritorio aún seguía ubicado frente a el y la cabaña seguía igual de pequeña y acogedora, nada había cambiado, solo lo había vencido el sueño al llegar luego de un viaje tan largo, pero ahora, apartado de la ciudad y todo lo que podría mantenerla en contacto con ella, estaba listo pero comenzar la utopía que había ido a llevar a cabo.
Miro las hojas en blanco desparramadas sobre la mesa, y en el centro, frente a el, la primera, la que desataría la cuerda dejando girar los ejes literarios a la velocidad justa y necesaria para llegar a la finalidad que durante tanto tiempo había intentado atrapar con ese lazo de calor azul que dejaba su pluma al escribir, la de escribir el relato perfecto, el relato capaz de romper con toda estructura marcada hasta ese momento con el lector y absorberlo lo suficiente para quebrantar su noción de la relatividad temporal y hacerlo caer en un agujero donde solo existan la cantidad de letras precisas, el misterio y el drama en su medida sublime y el final desterrador y envolvente de dudas creadas por la propia certeza del cierre exacto y minucioso. Así debía ser luego de treinta años de perfeccionamiento que había realizado en el área de los cuentos, relatos, poesía, y el estudio de la profundidad de la lengua hasta llegar al metafórico e inexistente fondo del estudio de las letras. No solo por medio de maestrías y doctorados sino también a través de la constante estructura y perfeccionamiento de la escritura a través de los detalles mínimos, embalsamando cada pequeño error en una bóveda del pensamiento para no volver a repetirlo sin ser consciente de que lo estaba cometiendo.
Repasó la idea central del relato con la misma facilidad con la que uno recuerda el nombre propio, luego de darle vuelta los últimos años y marcando detalles finalmente había llegado la hora, había decidido no irse de allí hasta terminarle, aunque le lleve una semana o un mes pulir los últimos detalles. Recordó los personajes básicos, el carpintero constructor de sillas de pino góticas, el artista de los cuadros sin rostros, la niña muerta que moría tras el globo rojo hacia el río y la mujer sin carisma que miraba desde la orilla, los cuatro unidos por diferentes relaciones espontáneas capaces de endulzar una lectura hacía el punto en que el lector hundiría sus pensamientos paralelos a la lectura en un pantano tan lejos de las páginas de la lectura que olvidaría todo rastro de la realidad momentánea que ocurriría a su lado.
Observó el vaso de leche que se encontraba posado sobre la esquina de la mesa y lo bebió de un solo sorbo, tomo la pluma y comenzó a escribir la historia que había repasado cientos de veces entre papeles gastados con anotaciones en los márgenes, en las esquinas, con comentarios y criticas para finalmente llegar a lo que estaba escribiendo en estos momentos, luego de tantos intentos fallidos y miles de reconstrucciones la pluma se movía sin detenerse entre letras, palabras, oraciones, frases, comas y puntos que la guiaban hasta el final perfecto que la esperaba a su pluma y a él.
A medida que escribía las emociones surgía para estallar una y otra vez en su interior en busca de esa sonrisa que se dibujaba en su rostro durante el correr de la tinta por la hoja nombrando a la niña, al artista y los rostros huecos bajo las sillas góticas del carpintero, y la mujer que observaba desde la orilla con los pies perdidos en el fondo de la arena. Su concentración era cada vez mayor y se perdía en el tiempo mientras escribía y a veces releía y volvía un párrafo atrás para corregir algún desperfecto – El último error – pensaba Pietro cuando le daba vuelva a una u otra cosa en su cabeza mientras se volvía a servir un vaso de leche fresca antes de volver a continuar.
Pietro prosiguió escribiendo, acercándose al final del relato que cambiaría su vida definitivamente, y el final cada vez se encontraba más cerca, la perfección, la destrucción del consenso y noción del tiempo para el lector que perdido en la concentración dejaría entonar su mente la estación precisa para perderse en el fondo de la lectura, pero el lector o Pietro, quien jamás hubiera esperado ese final, el que vio plasmado al finalizar el relato, al dar el último punto y observar sus manos, arrugadas por los pliegues de la vejez en la piel y enflaquecidas, al igual que su rostro en el reflejo del espejo, y su cabeza ahora calva, su cuerpo, luego de haberse perdido entre las letras y los vasos de leches y el tiempo, víctima de su propia utopía, den la absorción temporal del relato que lo había guiado hacía la vejez, sin saber cuántos años había pasado sentado en esa silla antigua, desde el primer día de sus cincuenta años.
Sobre el autor
Pablo Javier Maxit nació el 7 de abril de 1992 en la ciudad de Gualeguaychú provincia de Entre Ríos. Es estudiante de Comunicación Social en la UNLP.
Publicó el cuento Infortunio en Jamsterville, tras ser nombrado ganador del concurso “Antología profesor Dimarco, realizado durante el año 2013 en provincia de Buenos Aires.
http://antologianarrativadimarco2013.blogspot.com.ar/2013/07/infortunio-...
Contacto: pablomaxit@hotmail.com