La hora de dar las gracias

Por Juan Carlos Bettanín (*)
(especial para ANALISIS DIGITAL)

De hecho, el tema fue volviéndose controversial a medida que el debate crecía a lo largo de los meses que precedieron la sanción de la norma. En cada rincón del país, manifestaciones a favor y en contra de la sanción de la ley dieron cuenta de una nueva forma de participación popular en la practica de la democracia que tantas vidas ha costado sostener. Participación definitivamente similar a la originada en el trámite de sanción de la nueva Ley de Servicios audiovisuales, pero también de la nueva ley de glaciares (con masiva y militante participación de las comunidades perjudicadas) en tratamiento en el Congreso, la denominada asignación Universal por Hijo, o tantas otras normas con un signo común: el respeto de la voluntad mayoritaria, y el libre juego de las instituciones creadas por la Constitución Nacional para ello, ergo, centralmente el Poder Legislativo, donde un debate levantado, riquísimo y respetuoso, convalidó la opinión de la enorme mayoría de los argentinos.

Conviene a esta altura distinguir entre marginación y discriminación, antes de abordar el núcleo duro de los antagonismos que los sectores confesionales intentaron, intentan, e intentaran sostener valiéndose de usos y costumbres que la evolución ciertamente va modificando sin que en muchos casos la norma de cuenta de ello.

La discriminación guarda relación con el trato que se recibe de las leyes, en tanto la marginación es una actitud social y en ultimo término, de una persona ante otras: es el fruto de lo que se entiende como prejuicio. Es necesario terminar primero con la discriminación para luchar después contra la marginación, porque i las leyes no conceden igual tratamiento resulta difícil combatir los prejuicios.

La lucha de la comunidad GLTTB es una lucha contra todas las formas de marginación, porque la homosexualidad es transversal a todas ellas. Existen homosexuales y transexuales en todas las categorías de población, añadiendo una marginación suplementaria a la anterior. Hay homosexuales entre los pobres, desempleados, mujeres, inmigrantes, gitanos en Europa, indios en América.

Frente a la imagen rosa que a veces se difunde de la vida homosexual, muchísimos homosexuales sufren insultos y acosos en los estudios y el trabajo (cuando no en sus propias familias). En esos casos, su tasa de abandono escolar es elevada, su formación claramente inferior y por cierto engrosan las mayores tasas de desempleo. Para evitarlo, el ocultamiento es la única alternativa.

Ante el insulto y la marginación, la opción es el disimulo. El dilema es que si se vive con normalidad la orientación sexoafectiva, se produce el rechazo de los demás. Si se oculta, el desenlace es la frustración de la doble vida.

Quienes han luchado contra la discriminación, lo han hecho desde los valores de la igualdad. Teóricos de todo el mundo, y colectivos comunitarios (desde lo mineros bolivianos, a los homosexuales norteamericanos) han argumentado que no puede haber trato desigual. Además, si los ciudadanos pagan los mismos impuestos deben recibir los mismos servicios. Lo contrario produce una patente discriminación. Pero es necesario complementar esta primaria afirmación, con la lucha por la libertad. En Occidente, todas laS revoluciones y revueltas en nombre de la libertad, han salido triunfantes, desde la Revolución Inglesa del siglo XVII, hasta Stonewall (28 de junio (???) de 1969 en Grenwich Village, considerada la primera protesta de los homosexuales ante la persecución que con beneplácito gubernamental se concretaba en su contra).

La libertad, como libertad de expresión, asociación, residencia, empresa, etcétera, no es discutida por nadie; tampoco por los conservadores morales que, además la defienden.

Puede argumentarse y de hecho lo hemos escuchado estos días hasta el cansancio, la imposibilidad de casarse como una coacción a la libertad de expresión del sexo y el afecto, e asociación, etc. Una coacción que no daña a terceros, pero si perjudica a homosexuales y transexuales. Si como la libertad de cada uno termina donde comienza la libertad de los demás, son los conservadores morales los que debe justificar su oposición a la libertad de otros, puesto que la libertad de los homosexuales de contraer matrimonio, formar familia, etcétera, no daña su libertad para vivir como quieran, pero su posición contraria a dicha posibilidad si daña a terceros. De ahí lo débil de su posición.

La superioridad moral de las democracias consiste en que las minorías que por la fuerza de su número no obtendrían protección del Estado, la consiguen con el dialogo y la expresión publica de sus demandas. Por eso ha de ser la mayoría de la población (como en el caso que nos ocupa), la que ha de conceder esos derechos, porque avanzado el nuevo siglo, habiéndose transformado el mundo, sus relaciones de producción y por ende las relaciones interpersonales, la discriminación sólo se sostiene en el aire, y en la nostalgia de los defensores de una moral pacata, inexistente en la realidad, y por sobre todas las cosas hipócrita, en tanto se funda en una supuesta jerarquía de un pensamiento sobre otro de la misma legitimidad.

Las cuestiones de fé, se atienen en la Iglesia. Y por cierto, habría en tren de ironizar, muchos nombres, muchos actos, muchas aberraciones por citar, si este articulo ingresara en ese terreno.

No lo hará, pero es inevitable copiar aquí para finalizar, una bella carta que ha estado circulando por estos días en Internet, que ofrece para quienes dudan, un punto de vista absolutamente original.

Y es esta: “Estoy completamente a favor de permitir el matrimonio entre católicos. Me parece una injusticia y un error tratar de impedírselo. El catolicismo no es una enfermedad. Los católicos, pese a que a muchos no les gusten o les parezcan extraños, son personas normales y deben poseer los mismos derechos que los demás, como si fueran, por ejemplo, informáticos u homosexuales. Soy consciente de que muchos comportamientos y rasgos de carácter de las personas católicas, como su actitud casi enfermiza hacia el sexo, pueden parecernos extraños a los demás. Sé que incluso, a veces, podrían esgrimirse argumentos de salubridad pública, como su peligroso y deliberado rechazo a los preservativos. Sé también que muchas de sus costumbres, como la exhibición pública de imágenes de torturados, pueden incomodar a algunos.

Pero esto, además de ser más una imagen mediática que una realidad, no es razón para impedirles el ejercicio del matrimonio.

Algunos podrían argumentar que un matrimonio entre católicos no es un matrimonio real, porque para ellos es un ritual y un precepto religioso ante su dios, en lugar de una unión entre dos personas. También, dado que los hijos fuera del matrimonio están gravemente condenados por la iglesia, algunos podrían considerar que permitir que los católicos se casen incrementará el número de matrimonios por "el qué dirán" o por la simple búsqueda de sexo (prohibido por su religión fuera del matrimonio), incrementando con ello la violencia en el hogar y las familias desestructuradas.

Pero hay que recordar que esto no es algo que ocurra sólo en las familias católicas y que, dado que no podemos meternos en la cabeza de los demás, no debemos juzgar sus motivaciones.

Por otro lado, el decir que eso no es matrimonio y que debería ser llamado de otra forma, no es más que una forma un tanto ruin de desviar el debate a cuestiones semánticas que no vienen al caso: Aunque sea entre católicos, un matrimonio es un matrimonio, y una familia es una familia.

Y con esta alusión a la familia paso a otro tema candente del que mi opinión, espero, no resulte demasiado radical: También estoy a favor de permitir que los católicos adopten hijos.

Algunos se escandalizarán ante una afirmación de este tipo. Es probable que alguno responda con exclamaciones del tipo de "¿Católicos adoptando hijos? ¡Esos niños podrían hacerse católicos!".

Veo ese tipo de críticas y respondo: Si bien es cierto que los hijos de católicos tienen mucha mayor probabilidad de convertirse a su vez en católicos (al contrario que, por ejemplo, ocurre en la informática o la homosexualidad), ya he argumentado antes que los católicos son personas como los demás.

Pese a las opiniones de algunos y a los indicios, no hay pruebas evidentes de que unos padres católicos estén peor preparados para educar a un hijo, ni de que el ambiente religiosamente sesgado de un hogar católico sea una influencia negativa para el niño. Además, los tribunales de adopción juzgan cada caso individualmente, y es precisamente su labor determinar la idoneidad de los padres.

En definitiva, y pese a las opiniones de algunos sectores, creo que debería permitírseles también a los católicos tanto el matrimonio como la adopción.
Exactamente igual que a los informáticos y a los homosexuales. (Javier Pérez Ugarte).

(*) Director de LT14, Radio General Urquiza de Paraná.

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