Los números fríos hablan de 23 años como profesional, desde su aparición en la Liga Nacional con Andino en 1995, hasta su última campaña con San Antonio, en la pasada 2017/18. En el medio, una Serie A italiana, dos Copa de Italia, una Euroliga, cuatro anillos NBA, un oro y un bronce Olímpico, un subcampeonato mundial y dos consagraciones en los FIBA Américas. Un fenómeno de esos que ocurren muy cada tanto y que para todos sus contemporáneos se tornan inolvidables.
¿Legados? Incontables. Trayectoria intachable y con una profesionalidad brutal desde el primero hasta el último de sus desafíos. Fundamental en dos los mejores equipos de todos los tiempos: la Generación Dorada y los San Antonio Spurs. Flashes imborrables como la palomita contra Serbia, su bestial volcada contra Bosh en el 2014 o su tapón ante Harden, ya en su etapa de león hervívoro. Un camino marcado por el ejemplo, no solo adentro de la cancha, sino especialmente afuera. En las victorias y aún más en las derrotas.
Ginóbili será (es) un antes y un después en el deporte argentino. Puso, junto con sus compañeros de la GD (siempre juntos, nunca individualmente), el profesionalismo, el respeto, la preparación y el compromiso en otro escalón, desconocido hasta entonces. Lo hizo (hicieron) con tanta convicción, que dejaron el camino impecablemente claro. Será difícil que los que vienen se aparten de él. Es, quizá, su mayor logro.
Ya habrá tiempo para hacer completos repasos sobre su carrera, sus momentos de gloria, sus estadísticas. Pero por ahora, todos los que tenemos al básquet impregnado como una parte fundamental de nuestro ser, no solo decimos gracias por haberlo visto... decimos gracias por haber sido contemporáneos a Manu Ginóbili. Dicen que los jugadores y los entrenadores pasan, que lo que realmente quedan son los clubes, las instituciones, las selecciones. En este caso no creemos que sea tan así. La realidad es que a partir de hoy, nada será igual, consigna Básquet Plus.