Y Tovar se va nomás

Por Ricardo Leguizamón,
(De Entre Ríos Ahora)

La cita es con un sacerdote. Me había pedido que respetara su siesta, de modo que intento llamar la atención sin generar alboroto: no consigo nada.

Llego a la cita puntual, pero con pistas entreveradas. Ingreso por la puerta equivocada y me encuentro con lo previsible: nadie que me abra la puerta.

Golpeo, me asomo por una puerta vidriada, vuelvo a golpear, y nada. Nadie.

Al final, acudo al celular, y llamo.

***

Leonardo Javier Tovar, hasta este viernes cura párroco de San Benito Abad, sale al sol de la siesta vestido de ocasión: un short azul, una remera blanca, un Marlboro entre los dedos, la sonrisa abierta de par en par.

“Hola, morocho”, me saluda, y me invita a pasar. Cruzo un recibidor, dos habitaciones, miro de reojo su dormitorio -el lío que antecede a la mudanza-, y salimos a un patio cubierto: hay una mesa y cuatro sillas de plástico, una parrilla pulcra, un equipo de mate.

La casa parroquial está aseada, y, se nota, ha estado en reformas. Pero está algo despersonalizada. La mudanza le ha quitado personalidad.

Hay una foto de Tovar con sus padres, un radiograbador, una cruz de madera, una cama revuelta, algunos trastos embalados.

Tovar está en las vísperas: se va. “No me escapo, no me echan: yo me voy”, dice, y es estrictamente así.

Tomó la decisión de dejar la Diócesis de Paraná. Se muda a Buenos Aires, bajo el amparo del cardenal Mario Poli. Deja San Benito y se instala en el Santuario de San Cayetano, en el barrio de Flores. Se va con dolor, y un poco de hastío.

Se va distanciado con el arzobispo Juan Alberto Puiggari, con quien lo separa los modos cómo enfrentaron uno y otro la causa del cura Justo José Ilarraz, acusado en la Justicia por graves hechos de abuso sobre menores.

Tovar le pidió condena, acompañamiento a las víctimas, sinceramiento y colaboración con la Justicia; Puiggari dudó, prejuzgó y después reaccionó tarde. Nunca logró desterrar del clero a Ilarraz, tampoco a otro sacerdote acusado por abusos, Marcelino Moya.

Tovar, de cuna peronista, es enfático, a veces cabrón, siempre frontal, y su estilo no es nada condescendiente.

A los 19 años, y mientras daba sus primeros pasos en el mundo de la política como empleado en el bloque de concejales del PJ en Santa Fe, viajó a Paraná a una entrevista con el entonces rector del Seminario, Juan Alberto Puiggari.

Era finales de 1993. En marzo del año siguiente, ya estaba cursando para ser cura. El arzobispo Estanislao Karlic lo ordenó sacerdote el 24 de abril de 2002. “Sentí que era el lugar”, dice ahora sobre su elección, su vocación, sus años de cura.

***

Ya lleva 22 años viviendo en Entre Ríos, pero ahora está emprendiendo otro viaje.

Deja la Diócesis de Paraná y se va a Buenos Aires. No huye ni lo echan; no va en busca de una carrera eclesiástica. “Yo no trabajo de cura; lo mío es una unión esponsal con Dios. Yo no soy como otros curas, que trabajan como funcionarios y aguantan la vocación; eso es laburo. Acá, y en todo, yo he puesto mi corazón, he puesto mi vida”, dice.

En esa entrega, ha soportado de todo, cuenta. “He sentido ausencia de Dios, de la comunidad, de las personas que uno creía que se jugaban por uno, he sentido la soledad profunda, me he cuestionado. Pero jamás he perdido la fe”, asegura.

Dice Tovar que jamás ha actuado de mala leche, aunque sabe pedir perdón cuando entiende que erró, que actuó mal, que hizo sufrir a otros.

Pero defiende lo que ha hecho. Y particularmente su postura en torno al caso Ilarraz.

“¿Nosotros fuimos los abusadores, nosotros fuimos los que encubrimos, nosotros fuimos los que teniendo las pruebas no hicimos nada? ¿Quién destruye la iglesia? -dice respecto del devenir del caso Ilarraz, y la postura del clero paranaense-. Nunca pensamos que esto iba a llegar adonde llegó. Confiamos en la jerarquía, en que nos iban a dar respuestas. Pero no nos dieron ninguna respuesta, y no nos quedó otro camino más para seguir”.

En 2010 decidieron actuar, redactar una carta, anoticiar a las autoridades, buscar apoyo, acompañamiento, y denunciaron a Ilarraz.

Lo que siguió fue el escarnio y el ninguneo. El caso recién llegó a la Justicia en 2012, y todavía la causa está tramitándose. “Me llevó 5 años de mi vida esta causa”, dice Tovar, como desahogándose.

Pero está consciente de que actuó bien, de que siempre buscó la verdad, aún equivocándose. “Acá -puntualiza, y señala al clero de Paraná- hay una concepción ideológica que sostiene que ciertas cosas había que ocultar para cuidar la fe. Se cometieron abusos con eso, a tal punto que se encubrió a un pedófilo, eso es lo que ocurrió en la Iglesia de Paraná”.

Después, repite una lógica perversa, que cree muy instalada entre los fieles católicos de la Diócesis. “Si a mí, un cura me viola un hijo, ¿qué hago? Voy a contárselo al obispo, para que actúe. Y si el obispo me dice que, para el bien de la Iglesia, hay que mantener ese caso entre nosotros, sin ventilarlo, y yo como papá no hago nada porque el obispo me lo pide, es grave. Es un problema grave. El problema no está en ocultar a un pedófilo, sino que tenemos que preguntarnos qué hemos hecho con la mentalidad de la gente para que actúe así. Yo conocí a Jesús libremente, y lo acepté libremente. No le manipulo la conciencia a nadie. Eso es lo que hemos hecho. Le hemos anestesiado la conciencia a nuestros laicos, bajo la apariencia de fe. Ese es el abuso más grave que se cometió en Paraná”, dice Tovar.

Afuera sigue un silencio de siesta. Tovar aplasta el Marlboro contra el cenicero, respira aliviado y mira el cielo limpio, azul, sin mácula.

“Hasta acá llegué”, dice.

Después, Dios dirá.

Dios dirá.

(El viernes, a las 20, será la misa de despedida. Lo reemplazará el sacerdote José María Zanuttini)

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