Sandra Míguez
Aunque la historia se repita y sean más de 30.000 las víctimas, y los testimonios se multipliquen para dar cuenta de métodos comunes. Aunque la situación varíe de acuerdo al lugar, las condiciones y las historias personales, la búsqueda es siempre intensamente dolorosa, pero a la vez permite hallar la verdad, por aquello de que la verdad es lo que se corresponde con la realidad objetiva. Horacio Poggio había nacido en Concepción del Uruguay, pero la vida lo llevó a radicarse en Córdoba, donde se casó dos veces y tuvo cuatro hijos. La última nació poco después de la desaparición forzosa por parte de un grupo comando de la dictadura. Viviana, su hija mayor, rescata la historia que durante tantos años necesitó revelar pero a la que no se animó hasta juntar el coraje suficiente y recuperar su propia memoria. En ese camino encontró a quienes estuvieron en el último minuto cuando su padre fue secuestrado y que doblegaron el dolor en palabras.
En 1976 Estela trabajaba en el Sindicato de Prensa de Córdoba, donde se encargaba de la Tesorería. Horacio Poggio era desde hacía un año uno de los empleados administrativos a su cargo y juntos realizaban la cobranza de las cuotas sindicales.
Ese 23 de julio de 1976 habían ido a pie hasta la sede del diario La Voz del Interior, que por ese entonces quedaba en pleno centro de Córdoba, a pocas cuadras del Sindicato.
Desde el golpe de estado, los sindicatos, gremios y organizaciones políticas y sociales eran controlados de cerca. Por eso, no era novedad que a cada paso que daban sentían el repique de los pasos de quienes venían tras ellos.
“Ese día fue muy particular, porque eran muchos los que se movilizaban, más de 15, y nos cruzaban en cada esquina, sin ningún tipo de reserva”, reconoce Estela. No era la primera vez que sentían los pasos detrás, al costado, por delante. Aun así, alcanzaron a regresar al Sindicato, donde ya había un interventor militar por resolución del Ministerio de Trabajo de la Nación, el teniente coronel Roberto Gozálvez, y como de costumbre Horacio se dirigía hacia su oficina para avisarle que ya estaban de vuelta. En ese mismo instante irrumpió en el local un grupo de hombres armados vestidos de civil que había llegado en varios vehículos, uno de los cuales era una camioneta de color oscuro.
Amenazaron a punta de pistola a varias personas que se encontraban en el lugar, entre ellas dos afiliados, la encargada de la Proveeduría y a Estela, que fue increpada directamente: “¿Dónde está el tipo que venía con vos?”, le preguntaron.
Se dirigieron hacia las escaleras, donde encontraron a Horacio, que subía hacia el despacho del interventor Gozálvez, y lo esposaron por la espalda. Dos integrantes del grupo comando subieron al primer piso, donde le manifestaron al teniente coronel, desde hacía un mes interventor del Sindicato, que se quedara tranquilo, pues “la cosa no es con usted”, tal como lo señalan los testimonios registrados en el informe de la Conadep.
“Fui la última en ver a Horacio, un hombre sumamente inteligente, que siempre estaba alegre, que era inquieto y contagiaba con su espíritu entusiasta”, dice Estela, aunque las lágrimas inunden esos ojos traslúcidos que buscan desconcertados, después de 30 años, algún sentido a la última expresión en la mirada de Horacio. “Sabía lo que le esperaba, pero no sé qué me quiso decir”, agrega.
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