Luis María Serroels

Hoy la grey católica celebra el Día de la Inmaculada Concepción, una de las festividades centrales de su calendario. Por muchas razones, no resulta ocioso encomendarnos a ella en esta hora de vicisitudes que enfrentamos, donde se exhiben, como en tantos diciembres, factores que nos llevan a la incertidumbre y mueven a desconfiar del futuro.

Frecuentemente y al momento de las impetraciones que se elevan en las misas, se incluye con fuerza pedir para que nuestros gobernantes sean iluminados en su quehacer. Un modo de conseguir que aquellos que nos rigen y conducen, acierten en sus decisiones, lo que significa alcanzar las grandes metas tan postergadas hasta ahora.

Uno se pregunta qué ocurre, porque pareciera que
nuestras súplicas no llegan a destino, en tanto nada mejora como debería y en muchos casos las cosas tienden a empeorar. ¿Es que no se nos escucha? ¿No será acaso que desde el Altísimo se nos está diciendo que debemos ser nosotros mismos los que protagonicemos los cambios, sin cometer los errores que llevan a que los mismos que reinstalamos hoy son quienes ayer nomás vituperábamos desde el ya célebre “que se vayan todos”?

Sin embargo, todo sigue igual e insistimos en mirar hacia el Cielo en la certeza de que allí los escritorios pueden ser más permeables que en la Tierra a la hora de las respuestas a nuestros problemas.

Muchos hechos nos encuentran en esta finalización de 2005 con el mismo sabor amargo de otros años. ¿Por qué será –preguntaba un ama de casa- que siempre ocurre o deja de ocurrir algo para que las Fiestas no sean todo lo felices que uno desea y merece?

Entremos a abrir el abanico. Días pasados nuestro Presidente se despachó con graves imputaciones contra los supermercadistas, en la persona de Alfredo Coto, acusándolos de ser formadores de precios y aumentar artificiosamente centenares de productos básicos, entre ellos los vinculados con las fiestas tradicionales, lo cual genera inflación con las consecuencias funestas que los argentinos tanto hemos sufrido en carne propia (la inflación es el más repudiable impuesto que se pueda aplicar a una sociedad).

Interrogante: ¿es posible que el doctor Néstor Kirchner señale con palmaria contundencia un problema tan sensible y a sus responsables, en tanto en Entre Ríos, un kirchnerista desde la conversión como nuestro gobernador no se ocupe en reglamentar la ley provincial de supermercados, trámite que se halla injustificadamente demorado durante años sin argumentos valederos? (El edil Aldo Bachetti ha dicho reiteradas veces que el nombrado Coto ha visitado esta ciudad y entrevistado a altas autoridades provinciales, precisamente cada vez que el aire se comienza a impregnar con aromas reglamentaristas).

Otro interrogante: ¿cómo es posible que un niño haya sido picado por un alacrán (al momento de redactar esta columna se debatía entre la vida y la muerte) y que recién a partir de allí se empiecen a desentumecer los mecanismos del Estado que están obligados a anticiparse a los hechos? ¿Qué clase de política de salud consiste en comenzar a preocuparse por las fumigaciones y por planes de prevención ante este tipo de riesgos, especialmente en comunidades tan vulnerables como las que rodean esta Ciudad Paisaje frente a los hechos consumados? ¿Y cómo se explica que ante la emergencia no se haya podido lograr una ambulancia, debiendo utilizarse un móvil de la Policía y que, además, la decidida actitud de una enfermera haya tenido que suplir con acciones de respiración boca a boca, lo que debió prestarse con un tubo que no funcionó?

Otro interrogante: ¿por qué la máxima figura del Poder Ejecutivo polemiza tanto con la prensa y ciertos periodistas, cuando una buena vía para terminar con tantos chisporroteos podría ser llamar al diálogo para conocer en forma directa y sin interferencias las objeciones y reproches a su política comunicacional?
El mandatario ha ratificado que existe la más amplia libertad de expresión y que el periodismo tiene las puertas abiertas para la crítica. Aunque parezca ocioso recordarlo, esa libertad no deviene de una concesión graciosa de nadie sino de nuestra carta magna y los pactos internacionales que también la consagran. Se trata de una garantía a la que están obligados todos los gobernantes como custodios del derecho, la libertad y la justicia. Y si no lo hacen por una genuina vocación democrática, al menos por ser consecuentes con su juramento.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)