Florencia Penna

En el Museo Provincial de Bellas Artes alrededor de 40 fotografías de Pepe Wolf descubrirán, mañana a las 19, al artista Antonio Berni como un ser divertido, de mirada serena y noble. Sus obras lo acompañan en el Taller de Caballito (Buenos Aires), donde ambos compartieron algunos momentos. Berni inédito será también un homenaje al 101 aniversario de su natalicio. En diálogo con ANALISIS, el fotógrafo entrerriano contó algunas anécdotas sobre el gran artista y compartió su experiencia como reportero gráfico entre la sociedad porteña.

Berni inédito es una muestra que estuvo expuesta, entre otras galerías, en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires, en la Casa Argentina de Madrid, como así también en Londres y en varias villas argentinas.

-¿Por qué?
-Mi intención es que la gente tuviera otra visión de Berni, que era una persona que pensaba y pintaba socialmente, no era un pintor de caballete, de retrato para los bacanes; era como un reportero gráfico, como un Goya moderno. Pintaba para subsistir, para la gente con dinero para poder vivir pero pintaba la parte social que veía de una manera despiadada desde el poder, lo reflejaba en su pintura. Yo quería que se conozca la otra parte, la más humana, la más real.

-¿Cómo fue el encuentro con él?
-Se produjo a través de Oscar Carballo, un ayudante que él tenía en el estudio, que trabajaba conmigo y con Pino Solanas. Yo trabajé como fotógrafo de la película Los hijos de Fierro para la cual Carballo hacía máscaras, algunos telones, fondos, escenarios. Fue filmado todo en exteriores y en la época de la dictadura estaba complicado todo. Había que imaginar o reconstruir algunas cosas, como por ejemplo monumentos de Evita donde se realizaban actos. Berni vio unas fotos mías y conversamos mucho.

-¿Le gustaba la fotografía?
-Él sacaba fotos, era un apasionado de la fotografía, incluso registraba escenas de la vida real que le interesaban, y sobre eso se inspiraba para muchas de sus obras. Un día fue con nosotros a una filmación de Pino Solanas cuya mayor parte se hacía en las villas de Buenos Aires. Así empezamos a relacionarnos. Yo visitaba el taller hasta que un día me propuso que fuera su fotógrafo, para tomar registro de las obras que vendía e iba haciendo. Ahí nació esa relación que para mí fue como un sueño, estar con un prócer.

-Ya era un Berni consagrado.
-Sí, pero había una dicotomía. Tenía una imagen de él a través de los medios y notas de las revistas donde yo trabajaba. Que era dicotómico también estar en Buenos Aires Polo, Radiolandia 2000, en Diario Popular, Siete Días (donde hacía Las siete noches de Siete Días, “toda la sociedad” de Buenos Aires). Tenía esas referencias de Berni, de Sotheby’s, de precios, de marketing. Y cuando estaba con él era como que estaba con otra persona, opuesta. Ahí empecé a fotografiarlo. Por eso para mí lo interesante de estas fotos que guardo tanto es que muestran el Berni real, de carne y hueso, que veía todos los días y al que lo que menos le interesaba era la cotización de Sotheby’s. No obstante, él era conciente de que en este mundo hay que cumplir con la cuota mínima de transigencia o de compartir un poco la hipocresía para subsistir, pero no era su objetivo ser el pintor más cotizado en las galerías del extranjero. Por el contrario, quería reflejar con su pintura el padecimiento de la gente pobre, lo que destacó sobre todo en su último tiempo.

-Congeniaron…
-Logramos una relación magnífica. Yo visitaba su taller en Caballito, muy cómodo, con mucha luz. Ahí también conocí a Juanito Laguna, el chico en quien se inspiró para su personaje famoso. Eso fue entre el ‘75 y ‘78 más o menos. Berni tenía una cámara de 16 mm y filmábamos escenas payasescas, para jugar entre nosotros, con amigos y la señora de él. Inventábamos historias de gladiadores o gente de campo leyendo Dostoievski pero en tono alegre, enfocando los contrasentidos que se dan en la vida, mezcla del Capitalismo y la añoranza. Lo que él plantea en la última serie, el desencuentro que hay entre el poder y la gente que necesitaría de ese poder para contenerse y no lo tiene, entonces busca justamente los mitos. Pasa desde el clasismo y la retórica más ortodoxa a lo social, lo que en el fondo le interesó siempre.

-Y a la investigación y experimentación de materiales.
-Ah eso lo hacía continuamente. Usaba todo. Cuando estaba pintando La Difunta Correa, un collage en un panel grande (hacía relieves en papel maché y nos ponía a molerlo en un mortero grande), se armó un lío. Carballo no daba con el muñeco, entonces me mandó a la juguetería a comprar uno. Y es el que está en la obra original. Decía que todo era útil para la plástica. Está detallado en el libro escrito por Rafael Squirru sobre Berni. Le daba mucha importancia a la fotografía, al diseño, al armado en el momento. La instalación no era como una propuesta, todo estaba en la naturaleza.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)