Jorge Villanova
(desde Concepción del Uruguay, especial)
Entre Gimnasia y Esgrima que lleva la bandera federal por el país y los creadores como Jorge Méndez, el Gringo encuentra nuestros más luminosos destinos. El Lobo se ha transformado para siempre en Gimnasia de Entre Ríos; y el cantautor es un sello con una obra sólidamente edificada en los más altos valores de entrerrianía, por eso el reconocimiento que a ambos se les brinda en estas páginas.
Las coincidencias existen. Vaya uno a saber por qué, o quién lo determina: la divina providencia, el destino, las coordenadas espacio y tiempo, o la dinámica de las condiciones objetivas y subjetivas de este tiempo. ¿A quién le importa? Las coincidencias existen.
Estamos en Pergamino, ciudad enclavada en las tierras más feraces de la pampa húmeda; y eso se advierte en sus calles, en sus negocios, en el andar pueblerino de su gente. Todo el origen de su riqueza nace de esta tierra.
Acá cerquita corre el Arroyo del Medio, frontera eternamente atravesada por federales y unitarios, hacia el país interior o hacia el puerto mercantil, para someter e imponer o para recular, vencido. Hasta hay un pueblito llamado Urquiza como corolario de épocas peliagudas. Un poco más allá, cerca de Arrecifes, la referencia histórica se encarna en la sublevación de Fontezuelas, que hace casi 200 años se cargó al soberbio director Alvear. Y ahí nomás esta Areco, el pago de los Güiraldes y de Don Segundo Sombra como salvaguarda de la tradición oficial, la de gauchos verdaderos y la de gauchos disfrazados.
Pergamino posee una efeméride olvidada: en alguno de sus campos, en algún miserable ranchito, hace tiempo ya, mamá Chavero, con la ayuda de alguna comadrona, parió al pequeño Héctor. Un negrito de cara aindiada, que con el solo bagaje de tareas rurales y milongas fogoneras, salió de este paraje a caminar el país, a absorberlo y enriquecerlo en zambas, vidalas, chacareras y silencios.
“Los caminos son caminos / en la tierra y nada más / las leguas desaparecen/ si el alma empieza a aletear”. A qué le llaman distancia se preguntó y Tafí del valle, Acheral, Cerro Colorado lo vieron pasar. No era todavía un payador perseguido. Sí, claro: estamos hablando de Héctor Roberto Chavero, más conocido como Atahualpa Yupanqui.
Y aquí la coincidencia. Jorgito, el compañero de viaje, agrega al itinerario de don Ata, Altamirano, su pueblo, enclavado en el centro geográfico de Entre Ríos, que como toda la provincia, cría a sus hijos para expulsarlos. Todavía se comenta en el pago el paso de Atahualpa sin caballo y por Montiel. De esto hace más de 70 años, tiempo suficiente para que lo que pudo ser historia deje paso libre a la leyenda, que afirma que al verse derrotados por la dictadura de Uriburu, uno de los Kennedy del sur, le dijo “Rajá gurí, esto no tiene vuelta”. Su estadía en Altamirano duró el tiempo que llevó identificarlo. Al fin su destino sería errante, estaba escrito.
Pergamino y Altamirano, un lazo que forzamos en un intento fallido por comentar el partido entre Juventud y Gimnasia. Pero, al fin y al cabo, recordando y parafraseando al poeta, el fútbol no es sólo eso.
Ahí está el Lobo, con su camiseta hecha un buzo antiflama de tantas propagandas, tan necesarias y tan odiadas por los incondicionales que sueñan verla impoluta de mercantilismo. Igual, es hermosa, y más linda la hace aún esa bandera federal en su pecho que sangra por su veta diagonal. Y está bien que esté ahí. Y que se la vea orgullosamente en los alambrados de las canchas del país. Hace tiempo que este Gimnasia es de Entre Ríos todo y se ha convertido el mismo en bandera de entrerrianía. El diario local dice “Juventud recibe a Gimnasia de Entre Ríos”, y está bien. Claro es que el fútbol altanero ocupa cada vez más espacios, y arrebata otros lamentablemente. Pero aún existen refugios, que hay que alentar y promover. Las letras y la música son dos de ellos.
Hace unos días pasó por Uruguay, Jorge Méndez. Increíblemente fue su primera actuación en ¿cuántos años: cuarenta? ¿Cuarenta y cinco? Una barbaridad.
El semanario El Miércoles tiene para siempre el orgullo de ser el mentor -junto a Cultura de la Municipalidad- de haber corregido tamaño desacierto.
Jorge Méndez es un sello entrerriano, con una obra sólidamente edificada en los más altos valores de entrerrianía. Es justicia reconocerlo así. Discípulo de otros grandes como Atahualpa y su querido Linares Cardozo. Continuador de sus legados. Regalando obras maravillosas como ese Puentecito de la Picada o Canción del Jornalero, ni hablar de la emblemática dedicada a Puerto Sánchez
Cosa rara este Méndez, en su humilde grandeza no lo marean títulos, pergaminos ni calles que llevan su nombre, asume un lugar que le cabe al Estado: ser difusor de las letras entrerrianas. Y lo hace como puede, o como sabe hacerlo, a través de un disco que rescata a los grandes poetas entrerrianos. Así en Destinos Luminosos musicaliza a Juan L. Ortiz, Carlos Matronardi, José Eduardo Seri, Ana Teresa Fabani, Miguel Ángel Federik, Daniel Elías, Marcelino Román, entre otros.
Ahora, pruebe usted conseguir este imprescindible disco -o cualquier otro- de Jorge Méndez, en la ciudad. Inténtelo. Es imposible. Si quiere pruebe citarlo como el autor de Canción de Puerto Sánchez, para orientar al vendedor. Es inútil. No tendrá resultado. Lo mismo le sucederá si quiere acercarse a la obra de los escritores musicalizados por Jorge, o por cualquiera de los otros grandes que son imprescindibles para enamorarnos de Entre Ríos.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
