Claudia Martínez
(especial para ANALISIS)
Está jubilado como músico de la Orquesta Sinfónica. Recorrió el mundo y habla dos idiomas a la perfección: francés y alemán. Francisco Manuele es Pancho, casi un bohemio habitante de la ciudad, pero en realidad, un músico brillante y un personaje entrañable.
Ni forma parte del paisaje ni es ajeno a él. Francisco Manuele busca ansioso fuego en un pucho cortado, desflecado y todo roto, tan roto como su pantalón. Nadie se imagina que detrás de ese tipo andrajoso, de camisa a rayas desgastada y pelo despeinado hay un hombre de mente brillante.
Nació en Paraná. La gente lo suele ver sentado en algún bar o en el banco de la Plaza Alvear, olvidado del mundo, pero es uno de los pianistas más brillantes que dio el espectáculo local.
-¿Es cierto que usted es un muy buen pianista?
-Jajaja... ¿Quién lo dice? Eso lo dicen los otros…
-¿Y por qué un eximio pianista está como está usted?
-¿En qué sentido?
-Sin tocar, digo…
-Ah… la envidia. Me ignoran totalmente.
Manuele se niega a decir su edad y dispara: “¿Cuántos me das?”. Digo 50 y me promete un beso grande en la despedida por semejante piropo. “Tengo bastante más que eso, pero no te digo cuántos. Las mujeres tienen el sentido de la curiosidad innato. Pero te digo hasta ahí nomás”, agrega.
Dice que tocó vivió ocho años en Europa, tres en Francia, tres en Alemania y uno en Suiza. “Esos años viví y di conciertos, hice todo lo que tenía que hacer allá. Después vine a parar acá. Aprendí a tocar el piano y sigo aprendiendo. En realidad aprendí a tratar el piano. A tocar aprende cualquiera, por eso a veces se escuchan tantos golpes”, agrega mientras mira a los ojos de los que pasan por la vereda de la Plaza Alvear sobre calle Gardel.
Justo que él tiene el cigarrillo sin prender, en un mundo de sanos, nadie fuma. “El piano tiene las teclas ligeramente inclinadas hacia adentro -dice y hace el gesto de la mano sobre el teclado imaginario- y si le pegás suena a ruido a golpe”, afirma.
-¿Por qué usted, que tanto sabe de pianos y música, está acá, sentado en una plaza?
-No… Me jubilé de la Orquesta Sinfónica y del Conservatorio de Música. Uno va pasando por entidades musicales sostenidas por los gobiernos y me tocó jubilarme acá y lo hice encantado.
Francisco dice que nunca se casó, sí contó que se enamoró de una cantante que acompañó pero que no tuvo hijos con nadie. “¿Con qué querés que los alimente?”, grita. “¿Con esta profesión? De casualidad que tengo un pucho en la mano…”, agrega y vuelve a mirar el cigarrillo desflecado, siempre en la mano que apoya sobre las piernas cruzadas.
-¿Tiene para comer?
-Sí… tengo la jubilación. Toque con muchas personas, entre ellas Charlotte Leheman, la gran cantante alemana. Yo no he sido de esos de tocar para hacer una carrera detrás de un nombre.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
