A fines de la década del ’90 fue una de las causas que más revuelo provocó, pero ahora está prescripta, aunque todavía falta que el juez Héctor Vilarrodona termine de redactar la resolución, según pudo determinar ANALISIS. Los 500 mil pesos/dólares desaparecidos en la Dirección General de Rentas entre 1997 y 1999, por lo cual fue acusado a Pablo Engelberger, ya no tendrán justicia. Es una causa más que se pierde en los escritorios de los despachos judiciales entrerrianos. La corrupción ganó otra batalla, como tantas que vienen ocurriendo en nuestra provincia, mientras el poder político-judicial sigue mirando para otro lado. Ahora, Engelberger estudia la posibilidad de iniciar acciones legales, para pedir un resarcimiento al Estado provincial.

Luciana Dalmagro

El hombre llega sonriente a su casa y saluda en la vereda.
-¿A quién busca?
-A Pablo Engelberger.
-Con él mismo está hablando-, se presenta jocoso, mientras extiende la mano.
-Quería saber en qué estado se encuentra la causa en su contra por el desvío de medio millón de pesos en la DGR cuando usted era jefe de la Receptoría Paraná.
Enterado del motivo de la visita, su mirada se ensombrece y explica que prefiere no hablar del tema. “Es algo muy doloroso para mí”, se excusa. Queda en silencio unos instantes bajo el sol que pega fuerte al mediodía en calle Montevideo al 200. Amaga con entrar a la casa. Duda un momento y finalmente permanece de pie en la acera. De a poco se va animando a hablar. No responde preguntas: monologa entre dolido e indignado. Evade los detalles, no da nombres, se lamenta por su suerte.

El Tribunal de Cuentas y la Fiscalía de Estado lo consideraron responsable del faltante de al menos 400.000 pesos/dólares de la repartición a su cargo, a fines de la década del 90. Sus vecinos se dividen entre los que no creen que haya robado nada, los que se indignan por tener a un corrupto en el barrio y hablan acerca de supuestas inversiones y los que, argentinos al fin, sienten cierta admiración por el tipo común que le birló al fisco casi medio millón de pesos. Sus antiguos compañeros de trabajo le dan vuelta la cara por la calle y la Justicia se la dejó pasar: la causa en su contra está técnicamente prescripta y va directo al archivo.

Hasta hace cinco años, todas las mañanas se ponía el traje, peinaba al costado su abundante cabello negro y se ubicaba detrás de un amplio escritorio a firmar cheque tras cheque. Presidía reuniones, tenía empleados a su cargo, un buen sueldo, tomaba café en los bares del centro, hacía sociales y militaba en una agrupación del radicalismo donde sus opiniones eran tenidas en cuenta.

Hoy dice que no tiene trabajo, anda con una bermuda y una camisa raídas y mocasines negros muy gastados, y sigue acomodando su pelo hacia el costado, pero ya no es tanto y su color es gris. Usa bigotes, grandes anteojos y tiene 58 años pero aparenta como mínimo 10 más. Su única actividad conocida es la de pastor en una iglesia ubicada en calle Berutti 685. Allí va los martes, jueves, sábados y domingos. También se lo vincula a una empresa constructora de Paraná que quebró el año pasado cuando tenía otro dueño y que actualmente estaría manejada por una de sus hijas. Y habría comprado hace algunos años un departamento en la ciudad de Rosario.

“La situación injusta que me tocó vivir”, es el eufemismo que elige para referirse a las fuertes acusaciones en su contra. Está muy enojado, pero no aclara con quién, y asegura que la mala espina lo persigue. “No emboco una. Será porque nací un 28 de diciembre”, se resigna.

Dice que es inocente pero no puede o no quiere brindar absolutamente ningún detalle técnico que explique la maniobra. Nada de cuentas, ni de cheques, ni de depósitos. No parece un hombre rico. Una puerta despintada, una pared descascarada y dos pequeñas ventanas con rejas a través de las que asoman cortinas descoloridas componen el frente de su casa. Aclara que no quiere pasar por víctima, pero relata: “Es imposible describir todo el daño que nos han causado. Yo perdí mi jubilación, mi trabajo, mis compañeros, perdí todo lo que tenía. Una de mis tres hijas debió salir a trabajar de sirvienta para mantenernos. Nos atendemos en un centro de salud y yo me sometí a tres by pass en el Hospital San Martín”. Se abre la camisa, muestra una gruesa cicatriz en el pecho y continúa: “¿Quién puede pensar que yo tengo o tuve toda esa plata? Vivo de la limosna. Me ayudan algunos amigos y la familia de mi esposa”. Su “tragedia personal” es el único tema del que está dispuesto a hablar de corrido.

(más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)