J. C. V.
Es lo que dijeron los secuestradores al empresario Franco Andreola cuando este intentó explicarles que no tenía nada que ver con Flecha Bus. El hecho lo contó el propio representante de la firma Busscar en su primera declaración ante el juez federal Ariel Lijo -a la que accedió ANALISIS- tras ser liberado luego de 25 días de cautiverio. Reveló que los captores estaban obsesionados por Raúl Derudder y que cuando advirtieron que se habían equivocado de persona quisieron volver al galpón pero encontraron el portón cerrado desde el interior. Dijo que fue custodiado en forma permanente por dos personas, aunque la banda estaría compuesta por no menos de cinco integrantes, y que cuando tenían que comunicarse con él lo hacían con distorsionadores de voz, por lo que no podría identificarlos. Admitió haber sido “bien tratado”, que pudo leer diarios y que le permitían escuchar los partidos de fútbol por radio.
–¿Y vos cómo te llamás?
–Andreola.
–¿Y por qué saltaste?
–Porque ustedes preguntaron por el dueño del Mini Cooper, y el dueño era yo.
Eran las 23.45 del 29 de agosto. Como todos los miércoles, una veintena de empresarios allegados a Flecha Bus estaban reunidos en un quincho en el fondo del galpón la empresa Nuevo Rápido-San José, en calle Río Cuarto 1.963, en el barrio porteño de Barracas. Estaban distendidos, charlando. Recién terminaban de comer. De repente, ingresaron tres personas armadas y con sus rostros cubiertos. Uno de ellos tenía una pistola, otro una escopeta y el tercero un revolver. Todo parecía indicar que se trataba un robo: les hicieron dejar sus elementos de valor sobre la mesa y los recogieron. Luego preguntaron por el lujoso automóvil que estaba en la puerta. El dueño mostró las llaves y enseguida se lo llevaron.
“Me identifiqué y me dijeron que agarrara las llaves del auto y que fuera con ellos. Agarré las llaves con la campera, por indicación de uno de los captores. No bien crucé la puerta del quincho ya me taparon la cabeza, me agarraron del cuello, me tiraron en el baúl del coche y antes de cerrar la puerta me preguntaron si era Raúl”, contó el empresario Franco Andreola al juez federal Ariel Lijo unas horas después de ser liberado, en su primera declaración a la que accedió ANALISIS.
Los captores no conocían a su objetivo, pero sabían que manejaba un Mini Cooper. En medio de la confusión, la desesperación y algunos gritos, lo sacaron del baúl y volvieron al galpón para que “en cinco segundos identificara a Raúl”. Pero la puerta ya estaba cerrada desde el interior del galpón. No intentaron abrirla y volvieron a encerrarlo en el baúl, aunque desde adelante uno de los secuestradores iba sosteniéndole la cabeza. No hubo reproches. Ni siquiera un diálogo durante los 40 minutos que duró el viaje. Solo le dijeron que apenas llegaran al conurbano bonaerense sería liberado, cosa que obviamente no sucedió.
En el interior del galpón quedaron los titulares de Flecha Bus, los hermanos Raúl y Guillermo Derudder, con otros empresarios ligados al grupo, allegados y algunos empleados, quienes inmediatamente denunciaron el hecho ante la Comisaría 30, con jurisdicción en la zona, e intervino a la División Antisecuestros de la Policía Federal.
Franco Luis Andreola está pronto a cumplir 52 años. Nació en Canadá, está casado, tiene dos hijos y vive en una lujosa casa en el Barrio Inglés, en Caballito. Es contador público y administrador en el país de la empresa carrocera brasileña Busscar SA, una firma que tiene representación en la Argentina pero construye colectivos y vehículos en todo el mundo. Esa misma semana había comprado a Raúl Derudder el Mini Cooper que manejaba.
Pasada la confusión inicial, la banda decidió seguir adelante con la operación. Después de dar algunas vueltas, recorrer un tramo de autopista y rodear tres rotondas, llegaron al que sería el lugar de reclusión. Le sacaron las botas, el pantalón y un reloj que tenía. Luego le ataron una cadena que estaba soldada a la cama al tobillo izquierdo y las manos con un precinto -aunque enseguida se lo quitaron- y le preguntaron los teléfonos de la empresa y de su casa.
Andreola declaró que los captores “estuvieron tres días preguntándome datos personales para ver qué podían pedir o sacar. Yo les decía que no tenía nada que ver y ellos me decían: ‘Eso te pasa por saltar’. Les pregunté por qué me llevaban si yo era un simple vendedor de carrocerías y cuando salió en el diario que era empresario se enojaron conmigo porque pensaron que les había mentido”, pero aclaró que “nunca me pusieron un dedo encima ni nada parecido. El trato que tuve fue bueno: me daban desayuno, almuerzo y cena, agua; lo único que no me permitieron fue bañarme, (aunque) unos días antes de liberarme me lavaron la ropa, a la camisa la lavaron a los siete u ocho días, que fue la época en la que empezaron a traer un balde para poder higienizarme, y también las botas, a las que les habían pasado alcohol hasta por la suela”. Contó además que permanentemente le preguntaban qué quería comer y que “traían mucho pollo con arroz”. En otro tramo de su declaración narró que “cuando quería ir al baño me traían un tacho de pintura de 20 litros (…) Al séptimo día les pedí un remedio y me compraron un genérico que en la farmacia les dijeron que era lo mismo”.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
