Objeto de numerosas críticas y, al mismo tiempo, generadora de millones de fieles alrededor del mundo, la Iglesia Universal del Reino de Dios no deja de ser noticia por su particular funcionamiento. Además de contar con ceremonias insólitas -en apariencia sin una estructura fija- y con un gran despliegue de propaganda cual si fuera el shopping-center de una gran metrópoli, se caracteriza por una peculiar costumbre: el diezmo. Los pastores solicitan a sus seguidores el 10 por ciento de la remuneración que perciben mensualmente como muestra de fe y prometen por ello un progreso en todos los órdenes de la vida. Resulta impensable en estos tiempos no sólo que en nombre de Dios, Jesús y otros menesteres espirituales se exhorte a los fieles a donar parte de su salario sino que, además, aquellos acepten tal pedido y lo consideren una cuestión sumamente natural que no amerita cuestionamiento alguno. Sin embargo, esto es lo que ocurre. El uso del discurso y la oratoria de los pastores -que acompañan a un artilugio muy bien pensado y desarrollado por distintos actores de la organización- son vitales en el momento de la recaudación y hacen posible la proliferación de sedes. En la actualidad, Entre Ríos cuenta con seis –en las ciudades de Paraná, Concordia, La Paz, Gualeguay, Gualeguaychú y Concepción del Uruguay- y en pocos meses habrá cinco templos más en toda la provincia.

J. A.
(Especial para ANALISIS)

No son pocas las denuncias que ha habido en el último tiempo contra la Iglesia Universal del reino de Dios, principalmente sobre una presunta defraudación que investiga la Justicia brasileña. Frente a ello, los guías espirituales del culto esparcidos por todo el mundo han salido al cruce, algunos en los medios de comunicación –mayormente en aquellos que son propiedad de la secta-, otros en las reuniones propias de la iglesia, aduciendo una persecución a la cual le designan diferentes nombres. Lo cierto es que independientemente de lo absurdas o ridículas que puedan parecer sus ceremonias, lo que genera mayor asombro y condena en quienes no son seguidores del culto es el pedido constante de dinero que la organización hace a sus fieles, desde monedas hasta el 10 por ciento del salario.

Para lograr que los estos realicen donaciones, la principal estrategia de los pastores consiste en el convencimiento de la ofrenda y nunca en su obligatoriedad. Para ello, hacen uso de estrategias discursivas para dictaminar -sin decirlo, claro- que es inexcusable no contribuir, dado que “sin ellas la iglesia no podría sostenerse”. El pastor Reginaldo Santos, principal religioso en la sede de Paraná, señala cada tanto que “nosotros no recibimos dinero alguno del Estado argentino”, con lo que trata de justificar su pedido. Además, por otro lado, recuerda a los fieles que “el diezmo es una muestra de fe; quien da a la iglesia, recibirá más aún”.

Pese a que los pastores intentan no mostrarse interesados en las dádivas que solicitan, se dedica gran parte de las reuniones a promover las ofrendas a través de largos discursos y múltiples estrategias de marketing que hacen pensar más en una empresa multinacional que en un templo que promete liberación y progreso espiritual.

El paraíso por “unas pocas monedas”

“No puede ser. ¡Me olvidé el escobillón!”, se lamenta una mujer de unos 50 años en la puerta de la iglesia un lunes por la tarde, día de las reuniones de “las conquistas espirituales”. Ante la pregunta de por qué habría de llevar una persona su escobillón al templo, la respuesta resulta contundente: “Para barrer el mal”. Un día en la Iglesia Universal constituye, indudablemente, una aventura insólita para quienes no profesan ese culto.

Los detalles irrisorios presentes en las ceremonias -algunos llegando incluso a ser grotescos- y los pedidos absurdos de los pastores realizados de manera solemne, son recurrentes durante los encuentros. Sorpresivamente son aceptados de muy buena manera por los fieles, quienes se ven entusiasmados ante cada nuevo propósito de los pastores extranjeros.

Al igual que las empresas de telefonía celular y otros tantos productos y servicios, la organización, según los días, brinda reuniones con diferentes intenciones –temáticas-. “Se hacen encuentros con distintos temas para entusiasmar a la gente”, confiesa Santos. De este modo, el martes se realiza “una cadena de sanidad”, el miércoles se consagra a “la reflexión de la biblia”, el día posterior tiene como tema central “la sagrada familia” y el viernes se efectúan “sesiones de descarga espiritual”. El sábado y el domingo son días especiales, cuyas reuniones resultan las más importantes para los seguidores y la organización. Los nombres de los encuentros parecen dar cuenta de ello: “casos imposibles”, “terapia del amor”, “tarde de los milagros” y “reunión de los hijos de dios”.

Además de los pastores, también poseen un lugar importante dentro de su estructura los llamados obreros cristianos. Éstos constituyen trabajadores voluntarios que colaboran con la iglesia pero que no perciben ningún tipo de retribución más que la espiritual dado que su único fin es preocuparse por el bienestar de los fieles. Durante los encuentros, algunos se ubican en la entrada -con el fin de dar la bienvenida a los seguidores que se acercan- pero la mayoría de ellos descansa al costado de las butacas para colaborar con el pastor de turno cuando éste así lo requiere.

Dentro de este contexto especial y festivo, parece que se abriera la puerta a un mundo en el cual algunos objetos que en la vida diaria pasan desapercibidos o a los que se les presta atención sólo en relación con su uso cotidiano, se convierten en una suerte de maná para el alma o una especie de amuleto contra la maldad. En este caso, según lo anunció la semana anterior el pastor Gilson -segundo detrás de Santos-, el protagonista de la reunión de los casos imposibles -que se lleva a cabo cada sábado- será un foco.

El salón es tan amplio como cuando era el Cine Atlas hace unos 10 años atrás. No sólo conserva las dimensiones, sino el tipo de butacas. “Las iglesias católicas no tienen estos asientos sino bancos de madera”, supo observar en alguna ocasión el pastor Santos en una clara muestra de orgullo. Al frente del templo, en el altar, descansan las banderas nacional y provincial. Sobre la pared puede verse un mural que revela una cascada caudalosa y árboles frondosos a sus lados. En la parte izquierda, cerca de una puerta de la cual salen y entran continuamente obreros, se erige una gran cruz de madera. A lo largo de las paredes, múltiples aparatos tecnológicos combaten el calor y el frío según el clima lo requiera. A simple vista puede apreciarse que se trata de un lugar ostentoso, con las comodidades básicas deseadas.

De camisa blanca y corbata oscura, con micrófono en mano, Gilson alienta al centenar de seguidores que se agolpó en el templo a cantar las canciones de la iglesia. Contagiosa como una cumbia colombiana, las canciones entonadas no sólo requieren memoria en cuanto a que poseen una letra específica sino también en cuanto tienen coreografías fijas en las cuales los brazos cobran un protagonismo inusitado. “La maldad, sale”, canta el pastor con una voz grave y seductora que recuerda a un locutor profesional.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)