-¿Qué fue lo que te incentivó a iniciarte en este camino del periodismo con perspectiva de género?
-Los medios de comunicación, sabemos, legitiman valores, además de formar opinión y construir e interpretar la realidad. Pueden contribuir a mantener y perpetuar las relaciones de dominación o, como sostiene la española Juana Gallego Ayala, autora de El sexo de la noticia, entre otros libros, favorecer la conformación de otros significados que apunten a lograr la igualdad de oportunidades entre mujeres y varones, en definitiva una sociedad más democrática y equitativa entre los sexos. Mostrar las desigualdades que aún persisten, promover una mirada reflexiva sobre las distintas posiciones y oportunidades que tienen hombres y mujeres, sobre los obstáculos, que son estructurales y culturales, para el desarrollo de las mujeres, es el motor que me lleva a intentar un periodismo con perspectiva de género.
-¿Cuáles son los casos en los que hayan estado involucradas mujeres o niñas que más te movilizaron?
-Las muertes por aborto inseguro son el problema de salud pública más grave que hay en el país y afecta exclusivamente a las mujeres. Las consecuencias de los abortos precarios constituyen la principal causa de mortalidad materna desde hace más de 20 años en la Argentina y son la segunda causa de internación de mujeres en edad fértil. Ponerles nombre y apellido a esas mujeres jóvenes, que cada año serán alrededor de un centenar, contar sus historias truncas, es uno de mis desafíos actuales para intentar sensibilizar a la clase política en torno a la necesidad de un cambio legislativo: la criminalización del aborto no hace más que poner en riesgo la vida de mujeres de sectores más vulnerables. Saber que sus muertes son evitables, que mueren porque son pobres, es muy movilizante para mí. Del mismo modo que me han conmovido los casos de aborto no punible, en los que madres de adolescentes o jovencitas con discapacidad mental que habían sido abusadas sexualmente, tuvieron que enfrentar todo tipo de trabas en hospitales y en la Justicia para defender el derecho de sus hijas a interrumpir esas gestaciones forzadas. Otra vez, las profundas inequidades que dejan de un lado del mapa del país a las mujeres más pobres, del lado del mapa en el que acceder a los derechos sexuales y reproductivos es un lujo. Recuerdo el año pasado el caso de una mujer del conurbano bonaerense, Griselda Borges: cuando se enteró de que estaba embarazada nuevamente, era su décimo embarazo, pidió desde un comienzo que le ligaran las trompas de Falopio. En el hospital le decían que sólo ligaban trompas cuando había una cesárea de por medio y que como ella tuvo todos sus hijos por parto natural, no le iban a hacer una cesárea para ligarle las trompas. Estaba desesperada. Tenía 10 hijos y no quería más después del que venía en camino. A pesar de que la ley la amparaba: no se necesita más que el consentimiento informado de la solicitante y que sea mayor de edad, durante los casi nueve meses del embarazo le negaban la intervención. Ahí la conocí yo. Y conté su calvario. Y tal vez por los llamados que hice a las autoridades sanitarias, al director del hospital, al jefe del servicio o porque finalmente decidieron cumplir con la ley, a Griselda le hicieron la ligadura que reclamaba. Estas situaciones de desigualdades en el acceso a los derechos consagrados, lamentablemente no son aisladas. Otra historia muy conmovedora es la de Ivana Rosales, una mujer de 34 años, de Neuquén. Su marido la intentó asesinar dos veces en menos de una hora. Primero trató de ahorcarla con un alambre, después la golpeó salvajemente con una piedra hasta desfigurarle la cara y provocarle múltiples fracturas. Ella acababa de anunciarle que lo iba a dejar, y para él fue motivo suficiente para matarla. Milagrosamente, Ivana sobrevivió. Conocí la historia cuando el hombre fue a juicio y lo condenaron a sólo cinco años de prisión, menos de la mitad de la pena máxima para ese delito. El año pasado, seis años después de aquella brutal paliza, la encontré en persona a Ivana durante una charla que fui a dar a Neuquén, justamente sobre medios y género. Fue muy emocionante descubrirla entre el público. Ella pidió la palabra y se presentó. Yo nunca la había visto. Y fue muy gratificante y alentador enterarme de que ahora es una comprometida activista contra la violencia de género en su provincia. En tantos años de periodismo he conocido muchas historias desgarradoras y también muchas de luchas, gratificantes. Trato de que la historia que cuento sirva, le sirva el hecho de salir en un medio, a la protagonista o a otras y otros, para informarse.
-¿El modo de construcción de las noticias cambia la realidad? ¿Cómo evaluás el tratamiento que los medios hacen respecto a las mujeres?
-No es bueno generalizar. Pero puedo decir que hay un tratamiento desigual. Algunos ejemplos: a las políticas se las llama por el nombre de pila y a los políticos por su apellido. A ellas se las busca descalificar por su vestimenta, su apego a la moda, o su aspecto físico. Es raro que suceda lo mismo con ellos. En la publicidad pululan los estereotipos donde nos muestran como histéricas, envidiosas, obsesionadas por la blancura de la ropa o por la limpieza de la casa, entre otras formas. Y en programas de TV se muestran cada vez con menos ropa y sólo como objeto sexual. No digo que haya que desterrar a las modelos o vedettes de la tele, lo que creo que es que la pantalla debe ofrecer otras imágenes de mujeres, una mayor variedad.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
